Sunday, December 22, 2013

Mi compadre Juan Antonio...

Para Juan Antonino, Bonny y Alida


Disfrutando con su familia en su casa en la Presa de La Boca, Monterrey, NL (Abril, 2006)
Juan Antonio Ballí Martínez se subió en un pequeño avión una mañana del mes de Junio del 2006, para ir a revisar el avance de obra de una planta termoeléctrica que su empresa constructora estaba edificando en las remotas alturas de la sierra de Durango, un enorme estado al Norte de México. Al intentar aterrizar en la pista de tierra que atraviesa un pequeño poblado en las alturas, un error del piloto causó que el avión cayera desplomado, un par de kilómetros dentro de la densa vegetación de esas montañas. Los encargados de las obras al ver a la distancia la caída del avión donde viajaba el patrón, a quien como tanta gente querían y respetaban, se adentraron en el bosque de inmediato para buscar a Juan Antonio, que venía acompañado de otro ingeniero, pariente de él; -Juan Antonio siempre que podía, le ofrecía trabajo a sus familiares-, además del joven piloto.

El encargado de seguridad de la empresa y otro de los trabajadores encontraron la avioneta destruida, y bañada en gasolina. Al revisar a los pasajeros, encontraron que dos de los ocupantes habían fallecido: el piloto y el otro ingeniero, pero Juan Antonio se aferraba a la vida, con la cara, las piernas y las manos fracturadas, y un golpe letal en el cerebro... había perdido la consciencia.

Sobrevivió el traslado a lomo por el bosque, hasta la enfermería del pueblo. Siguió vivo mientras sus empleados conseguían otra avioneta para trasladarlo a un hospital. Llegó vivo a la ciudad de Durango, y en el hospital lograron estabilizar sus signos vitales. Mientras tanto desde Monterrey, su hermano el Doctor Jorge Ballí ya estaba volando en un avión ambulancia con un equipo de médicos, Ivonne la esposa de Juan Antonio y algunos de sus más cercanos amigos que no pudieron dejar de ir y corrieron al aeropuerto de Monterrey para subirse en el avión y ayudar, o al menos acompañar a la familia. Juan Antonio sobrevivió el vuelo de regreso a Monterrey, y al llegar al hospital fue inmediatamente ingresado a cuidados intensivos, sometido a estudios, y a cirugías de emergencia. Había que perforar el cráneo para liberar cualquier presión que se estuviera generando por la contusión traumática, y había que limpiar de sangre los pulmones y sus bronquios. Las fracturas incontables se podrían atender después, cuando fuera un mejor momento para encontrarlas. Fue tan violento el impacto, que el aparato laparoscópico de un cirujano encontró alojado a la entrada del pulmón derecho un pedazo del tablero de control del avión; Juan Antonio viajaba en el asiento delantero junto al piloto, y en su lucha por vivir, su cuerpo alcanzó a bronco-aspirar hasta pedazos de plástico negro de la avioneta hecha añicos.

No era muy explicable cómo era que seguía vivo, pero todos los que estábamos abrumados y desorientados en las salas de espera del hospital comprendíamos que lo normal no aplicaba para nuestro Juan Antonio, a la vez que no nos quedaba muy claro ni cómo era posible que Juan Antonio estuviera en peligro de morir, ni qué íbamos a hacer si acaso moría. Creo que nadie, y con los días ni los médicos, creíamos posible que muriera. Y no falleció en los 3 primeros días, ni en las 3 siguientes semanas, ni en los 3 meses posteriores, y así, sufriendo y soportando en estado de coma todas las cirugías del mundo, y todos los tratamientos que existan, Juan Antonio tardó 7 años en al fin cejar en su afán de vivir, y descansar...

Esto es lo que me dejó a mí:

Criar a un hombre de bien, cabal e íntegro, en ésta nuestra sociedad humana, es casi una imposibilidad. Eso decía mi madre; ella hubiera querido ser la mamá de mi compadre Juan Antonio. Se hubiera conformado si yo fuera por lo menos un poco como él... Y yo también así lo he deseado, desde hace décadas, pero no está tan fácil. Creo que tenía razón mi mamá.

La noción utópica del hombre que construye, en vez de romper; que apoya, en vez de quitarse; que cumple, en vez de excusarse, porque es proveedor, es leal, genuino y responsable, es una noción de cuento, poco común en la realidad.

A mí Juan Antonio me enseñó todo eso, y muchísimo más. Y lo hizo como los verdaderos maestros: con su propio ejemplo. Él jamás pidió que nadie hiciera nada que él no hubiera hecho o estuviera dispuesto a hacer; y si no lo podías hacer, siempre trataría de ayudarte a lograrlo; siempre. La palabra nobleza, en todas sus acepciones, se debe utilizar liberalmente para Juan Antonio.

Él no perdía el tiempo guardando rencores o quejándose, porque estaba muy ocupado viviendo Su vida; y era tanta su pasión por ésta, que se le desbordaba y la distribuía entre todos sus seres queridos; por eso fundó sin querer Toñito Tours; -así le puse en broma, pero en serio, los viajes de muchísima gente, entre familiares y amigos se sucedieron por el esfuerzo y liderazgo inigualable de Toñito, como muchos le decíamos de cariño-. En alguna ocasión llegó a juntar para una foto de grupo a más de 80 familiares y amigos, arriba de un cerro nevado en Colorado, desde bebés hasta abuelitos...

Porque tener la suerte de contarte entre sus seres queridos, era un premio de por vida; era una beca inigualable, en la cual recibías cariño, respeto, apoyo, honestidad, y sobre todo, la verdad. Su amistad no era condicionada, ni limitada, ni tenía caducidad, y su inconcebible tenacidad para luchar inefablemente por todo lo que él quería lograr, era la misma con la que prodigaba su amistad y cariño a sus amigos o familiares, porque además, si te quería, te volvías parte de su familia -aunque a veces ni te lo merecieras-, pero él nunca te dejaba atrás porque no pudieras seguirle el paso. De haber sido así, nos habría dejado atrás a casi todos los que lo seguíamos. Era tan tenaz y empecinado, que al avión que lo mató, le tomó más de 7 años lograrlo...

En Bankok, Thailandia (2005)
Juan Antonio me enseño a no andarme con chismes, y a no juzgar ligeramente a nadie. Me enseñó a trabajar para una empresa; a viajar más lejos, a subir más alto, a correr con más ganas, a comer con más gusto, a jugar con más ilusión, a querer sin miedo, a dar aunque no tengas, a buscar más cuando no encuentres, y a compartir todo lo que puedas; a hacer las cosas también por los demás, y no nada más para mí.

La admiración, el respeto, el agradecimiento y el cariño que yo siento por Juan Antonio, es muy profundo y difícil de expresar. Mi vida hubiera sido muy distinta, y mucho menos valiosa, de no haber sido por él, y su ausencia, aunque hayan pasado ya tantos años, me sigue lacerando una parte muy intima del corazón... Él no estaría de acuerdo conmigo si me viera llorando todavía, pero, no es nada fácil ser como él.

Con su ejemplo comprendí que debes saberte querer a ti mismo, sino, ¿cómo pretender que los demás te quieran a su vez?

Su feliz vanidad era tomarse fotos, y a mí nada me gusta más que tomarlas, así que me brindó entre tantas otras cosas, la oportunidad de tomar fotos fantásticas, porque a él le gustaba que todo tuviera un propósito, y que éste valiera la pena; a mi compadre le gustaba tomarse fotos haciendo lo que más le gustaba en la vida, así que recorrí con él el mundo fotografiando sus desafíos a la aventura de vivir la vida, con su estilo único: inspeccionando las obras enormes que erguía, esquiando las nieves de peligrosas laderas inhóspitas, saltando olas intrépidas en varios mares del mundo, aventándose al aire desde un peñasco en matacanes, pescando tiburones en el mediterráneo, buceando en las profundidades de muchos mares, o simplemente zigzagueando con destreza y galanura en su slalom, por toda la presa de la boca; incluso, lo fotografié saludando de mano, en el mismísimo Vaticano, a su tocayo Juan Pablo II...

Juan Antonio esquiando frente a la casa que construyó para centro de reunión de toda su familia y amigos (2004)
Por su naturaleza empática, para ayudarme en tiempos difíciles, Juan Antonio me llevó con él a trabajar en su empresa, y mejoró así para siempre el curso de mi vida, y además de todo, me otorgó el enorme honor de bautizar a su primer hijo.

El Ingeniero Juan Antonio Ballí Martínez no se conformaba con que su empresa construyera proyectos; sus proyectos debían trascender, ser valiosos para la comunidad, enormes, debían ser de gran orgullo para todos los que participábamos en estos. Juan Antonio construía presas, plantas gigantes, desarrollos enormes, porque su espíritu generoso no podía pensar más que en términos de grandeza, de vastedad, de historia, de valor y de empeño. La presa de seguridad Rompe Picos, en Monterrey, es él: un enorme ángel de la guarda, fraguado en concreto. Una barrera enorme para proteger de las impertinencias torrenciales a todos los que se pueda; tan enorme como lo fue él en vida, y es por eso que su ausencia crea un hueco tan, tan grande, que nos deja casi sin aire para respirar...

Vancouver, BC
Invierno del 2013

Juan Antonio disfrutando de la compañía de sus amigos en Hong Kong (2005)





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