Monday, September 10, 2012

How Long Do I Have..?



Port Moody, BC
Agosto a Septiembre, 2012.

Quiero platicar sobre algunos escabrosos acontecimientos pasados que -por lo pronto-, acabaron en buenas noticias. En el mes de Junio me llevé un buen susto que generó un gran aprendizaje, cuando menos, y espero que en eso quede “y que me sirva de mucho”; (así me dijo Aquella -mi esposa- que debía ser).

A finales de Mayo, un buen día noté que mi ojo izquierdo veía mal, pero un mal medio raro, no precisamente por falta de lentes. Decidí ir a ver a la oftalmóloga que consulta a mis hijas en sus revisiones anuales. Me dilató las pupilas y me revisaron con varios aparatos; visión, presión ocular, fondo del ojo, etc. La doctora encontró que mi problema no era de visión, realmente, sino que había algo raro en el fondo del ojo, atrás de la retina junto al nervio óptico, y lo consideró un posible proceso inflamatorio, así que decidió mandarme con una oftalmóloga especialista en Retina: la doctora Leah Wittenberg. Me dieron cita para el día 4 Junio, casi dos semanas después. Caía en un Lunes. Como si algo se acelerara en mi capacidad de presentir, fui a parar a la cita una semana antes, el Lunes previo, por aparente distracción. La doctora no estaba ese día así que tendría que regresar hasta el siguiente Lunes cuando estaba citado. Esa anticipación mía me generó algo de inquietud, y como padezco el mal tan común de estar adelantándome a las cosas y angustiándome con diversas posibilidades antes de que sucedan, comencé a preocuparme.

Mi visión con ambos ojos es normal; solamente viendo con el izquierdo solo, se nota la falla. Es como si estuviera un poco deforme todo lo que veo. Como si el lente estuviera defectuoso y enfocara algunas partes bien y otras no. O como si proyectaras una imagen contra una pantalla que no está completamente plana, sino ondulante, sin estar bien estirada, de manera que algunas partes se salen un tanto de foco, y otras no, pero si mueves la vista se cambian los puntos desenfocados y se enfocan otros. Mi esposa me pidió -como insistentemente me aconseja-, que no me adelantara como siempre lo hago, con malos presagios; ¿de qué te preocupas tanto ahorita si no sabes nada aún? me cuestionó. “Puede ser un pequeño tumor detrás del ojo que está deformando la retina” le dije, como si supiera más de lo que sé sobre oftalmología. Y como me sucede muy seguido, sin que me explique yo mismo porque sé, terminé diciéndole: “y creo que una de las peores posibilidades de eso, en el ojo, sería Melanoma...”

Al fin se llegó el Lunes 4 de Junio, y regresé a la clínica de la doctora Wittenberg, llené los papeles característicos para iniciar un expediente clínico y nuevamente me dilataron las pupilas, la segunda vez de al parecer decenas de dilataciones subsecuentes. Pronto apareció una doctora joven, quizás de unos 33 años, alegre y como acostumbran los Canadienses, amable y amistosa. Algo acelerada. Súper acelerada si la comparas con Aquella. Me puso en ese aparato que les permite verte el fondo del ojo mientras se comparte el aroma de los alientos de las caras una frente a la otra, del paciente y del médico a muy corta distancia, y te dicen, mira hacia mi oreja, y te empiezan a escudriñar un globo ocular. Normalmente, pues ya me han hecho estas auscultaciones, sigue: "ahora mira hacia arriba", "mira hacia abajo", etc. Pero la doctora Wittenberg lo siguiente que dijo fue: "Goodness Gracious!"... A lo cual respondí: that doesn't sound right... La doctora de inmediato me dijo que ni me mortificara, que de lo mal que podría estar, esto era muy poco. Me dijo que quería hacerme otro estudio más detallado y cuando le pregunté si no se trataba de lo que la primera doctora sospechó, sobre un proceso inflamatorio, dijo que ella no creía que fuera eso. Cuando le pregunté que porqué me había salido "eso" que no sabíamos aún qué era, me dijo que por "bad luck"... Antes de que me hicieran un estudio fotográfico interno del ojo, me dijo que no me preocupara antes de tiempo -como dice Aquella-, que sólo quería estar segura, pero que no le parecía que fuera nada que implicara cirugía ni cosas horribles. Me mandó a otro cubículo del enorme centro de consultorios oftalmológicos, y ahí me hicieron unas "fotos" de los ojos con una máquina más que parecía salida de Star Trek, y me pidieron que volviera de nuevo a consulta el Lunes siguiente para darle seguimiento. Todavía no llegaba de regreso a mi casa cuando me llamaron para decirme que la doctora Wittenberg quería que me fuera a realizar un nuevo estudio: un ultrasonido del ojo. Me mandó a un centro médico especializado en oftalmología que está en Vancouver, en la zona donde están la inmensa mayoría de las instituciones médicas, centros de consultorios y hospitales de dicha metrópolis. Y la cita para el ultrasonido era al día siguiente. Esta prisa, le dije a Aquella, no puede ser más que por algo malo. Y pacientemente incansable, reanudó Aquella por millonésima vez su sermón sobre mi terrible mecanismo de anticipar lo peor y auto martirizarme. “Debería mejor alegrarte y reconfortarte que le pongan tanto interés a tu salud” me sugirió.

A la mañana siguiente, llegamos a un centro oftalmológico impresionante; The Eye Care Centre. Todas las sub-especialidades o servicios, por zonas, están identificadas con una letra. Yo debía ir a la letra L, en el segundo piso. Al ir pasando las demás letras leí los título de diversas disciplinas oftalmológicas como glaucoma, o neuro-oftalmología, o fotografía oftalmológica, estrabismo, etc. Al legar a la L, donde estaba el ultrasonido de ojos, descubrí que era el área de Oncología oftalmológica también. Mala la cosa... le dije a Aquella, quien nomás rodó los ojos de un lado a otro viendo hacia arriba, expresando futilidad.

Salió a recibirme un señor amable, con aspecto de ser oriundo del medio oriente, y ya dentro me acostó en una silla parecida a las dentales modernas, me aplicó unas gotas a las que describió como "freezing drops", sacó sus aparatitos muy modernos y procedió a embadurnarme el ojo con esa gel que se usa en la punta de cualquier aparato de ultrasonido. La sensación era realmente extraña. No duele. Es difícil de describir, pero literalmente va pasado esa punta lisita por todo el ojo. Igual que todos los oftalmólogos me hizo voltear a los 4 puntos cardinales y después repitió el proceso con el ojo derecho. Me enjuagó delicadamente ojos y párpados con un chorrito de agua cálida, y me dio un pañuelo desechable con la consigna de no tallarme los ojos para nada durante los siguientes 15 minutos. Eso debido a que las gotas anestésicas bloquean la sensibilidad de la superficie ocular y te podrías lastimar al tallarte.

How bad is it? le pregunté al operador del ultrasonido antes de irme. Titubeó, y solo masculló que ya la doctora Wittenberg me explicaría en mi siguiente cita. No lo martiricé más porque sé muy bien que no le pueden ni le deben decir absolutamente nada a los pacientes. Caminando hacia la salida, le dije a Aquella que el amigo del ultrasonido estaba tenso; que había visto algo malo. Aquella rodó de nuevo los ojos. El edificio está iluminado por enormes tragaluces en el centro del mismo, que abarcan todo el techo. Lleno de luz; mucha luz. Una arquitectura contemporánea muy acogedora, basada en concreto, madera y ventanales. Todas las paredes de los pasillos abiertos hacia el gran cubo interior están cubiertas de piezas de arte. Pinturas muy atractivas en las que reconocimos varias rúbricas famosas. Todas habían sido donadas al Eye Care Centre. Si voy a tener que estar viniendo aquí, al menos el lugar está muy agradable, le comenté a Aquella. Mi cita era la siguiente semana en el centro de especialidades médicas de New Westminster con la doctora Wittenberg.

A dos cuadras de los centros médicos de Vancouver está la mejor taquería de Vancouver y de muchas partes de México. Aquella y yo nos fuimos directo a comer tacos. Todavía no me sentaba -acabábamos de ordenar nuestros primero tacos en la ventanilla correspondiente y me acababan de entregar mi refresco Jarritos sabor mandarina-, cuando me sonó el teléfono. Era la secretaria de la doctora Wittenberg para avisarme que quería verme al día siguiente a más tardar, y no era pregunta. Me recibiría en otro centro médico en Surrey, uno de los más grandes municipios del área metropolitana de Vancouver... Se me cerró el estómago, y por primera vez desde que supe que mi mamá había fallecido, no pude comer. La segunda vez de toda mi vida. Sentí la palidez de mi cara, y un leve zumbido atarantó mis oídos. Mala la cosa, me dije, sin fuerzas de decirlo en voz alta. El camino de regreso fue silencioso, y Aquella desistió de pedirme que no me adelante; sospeché que estaba igual de asustada que yo. Era obvio: la doctora vio las primeras fotos del ojo, y quiso un ultrasonido. El ultrasonido arrojó algo que el técnico decidió comentarle a la doctora ipso facto, y la doctora de inmediato me mandó traer. Esas prisas no son por gusto, por más acelerada que fuera la doctora Wittenberg. Habían pasado 20 minutos del ultrasonido y la llamada en la taquería...

Pasé una noche indescriptible, porque no la recuerdo. Yo creo que sí me dormí. A la mañana salimos rumbo a Surrey y llegamos a otro centro médico, mucho menos elegante, pero como todos, muy bien equipado. Normalmente las horas o días que me separan de una cita u otra, para lo que sea, las uso para imaginarme lo que ahí se va a decir, y por ese medio tratar de crear la realidad que deseo o espero. Si visualizo lo que en ese encuentro se va a decir o va a pasar, siento que lo logró concretizar y hacer que suceda. Todo esto me tomó por sorpresa y no tuve mucho tiempo para hacer mi ejercicio, el cual hago precisamente para combatir esos pensamientos negativos que presagian lo peor dizque para "estar preparado"... Sólo había imaginado a la doctora diciéndome que me tenía malas noticias, y mi mente imaginaria indómita no se atrevía a continuar la escena, así que no había pasado de ahí...

Aquella se quedó en la sala de espera cuando me pasaron a un cubículo de consulta donde estaban los aparatos ya conocidos en la silla de revisión oftalmológica. Aparece la doctora apresurada, cierra la puerta tras de sí, y me saluda diciendo "aldo, we have to talk!"... Una calma alarmante me recorrió el aura, y mi respiración se volvió pausada y lenta, casi como suspiros sincronizados. Me explicó que había una pequeña masa atrás del ojo izquierdo, que no era la retina ni las otras capas oculares, que no era vascular y que no parecía ser un proceso inflamatorio nada más. Me explicó que había hablado con la doctora Katherine Paton, oncóloga oftalmológica, la eminencia de dicha sub-especialidad en British Columbia, y que ella ahora sería quien seguiría mi caso. En el monólogo, porque yo no tenía nada que decir, la doctora acelerada me dijo que una masa que aparece detrás de un ojo en esa área específica, en el 98% de los casos era maligna, y que en su inmensa mayoría, eran debido a una metástasis del origen primario del cáncer que se pudiera tratar. Me explicó que en hombres, a mi edad, los principales sospechosos eran: Colon (que hacía 10 años no me revisaba), Pulmón, (que habiendo fumado por tantos años...), y el tercero ya no se registró porque me volvieron a zumbar los oídos y me distraje. Me le quedé viendo a la doctora y pensando que no estaba nada fea, incluso era simpática y se auto proyectaba dominante, pero de una manera atractiva, y muy segura de sí misma, en apariencia. De las que cuando las seducen se dejan arrastrar por las cordilleras del placer sin freno ni pudor, contentas de soltar el control que tantos años mantuvieron, embebidas en sus libros y textos académicos, listas al fin a cambiarlos por un rato de placer físico y no sólo intelectual. Entonces me preguntó si tenía alguna pregunta, como notando que no había yo abierto la boca y quizá necesitaba callarse y dejarme hablar ahora a mí. El tono que le dio a la pregunta me reveló que en verdad estaba muy incómoda de darme esas noticias, y que su trabajo era aparecer muy calmada, optimista y con todo bajo control, para que yo no lo perdiera. Me encogí de hombros y callé. Insistió en las estadísticas letales para explicar porqué se tuvo que hacer todo muy rápido, y que ella consiguió que me reciba la eminente doctora Paton de inmediato, porque era tan pequeña mi “lesión” del ojo, y tan ausentes cualquiera otros síntomas, que  podría tratarse de algo realmente incipiente, descubierto muy tempranamente y no iban a perder ni un segundo, y ahí fue cuando me hizo la misma pregunta que me hizo la primera doctora que visité: “¿how exactly did you notice this in your eye?” Parece fácil, pero como el cerebro se encarga de interpretar lo que vemos, si lo que recibe del ojo izquierdo no está muy claro, lo recompone con lo que recibe del derecho, el cual ve muy bien, así que yo veo todo perfecto. Solamente viendo con el ojo izquierdo y cerrando el derecho puedo distinguir el defecto visual. La doctora continuo explicándome que lo típico es que los pacientes aparezcan a consulta con un tumor ya grande, con síntomas diversos, porque hasta que no tienen otro síntomas más obvios, no se dan cuenta, así que les intrigaba el porqué yo lo había descubierto de repente. Le mentí y le dije que no sabía cómo me había dado cuenta porque me parecía irrelevante en medio de las noticias recién recibidas. Así que siguió dando explicaciones ella sola. Me repitió que no tenían manera de saber qué cáncer era, pero que en le 98% de los casos eso era, y por lo tanto me lo estaba recalcando claramente, para que estuviera preparado a tomar cartas sobre el asunto sin dudar. Que ahora había que encontrar al culpable, escondido en el Colon, o el Pulmón, en el Páncreas, o en el Hígado, por “bad luck”...; la doctora Paton haría eso por mí ahora, y ella era la máxima eminencia de por estos lares, así que no podía estar en mejores manos, y ya me estaba esperando en pocos días porque no íbamos a perder el tiempo que mi afortunado descubrimiento les había otorgado. Ante mi silencio insistió en que le preguntara algo. How long do I have? contesté esta vez; should I put all my affairs in order? redondeé la pregunta...

La doctora Wittenberg se me quedó viendo y me di cuenta que no estaba equivocado en mi diagnóstico sobre ella. “¿De qué estás hablando?” me dijo. “Espero que muchos años más”, continuó. “Te estás adelantando mucho, ¿porqué preguntas eso?” Me recordó que todavía no sabíamos que era. Le expliqué que no se me ocurría nada que decir, entonces dije lo que dicen siempre en las películas y dramas de TV. Me robé los parlamentos ante la ausencia de una mejor pregunta. Se me hace que se mortificó un poco con mi respuesta, y me preguntó si venía solo. Le dije que mi esposa estaba sentada afuera en la sala de espera general pero no le expliqué que Aquella estaba haciendo como que no se adelanta a nada, que estaba con la mente positiva y muy en paz, como siempre parece estarlo. Pareció aliviada la doctora Wittenberg. “Good! Bring her here now to fill her in”. Yo le puedo decir, expliqué, no hay necesidad. “No! No! No! I’ll go get her myself”, y salió casi corriendo con su acelere característico.

Aquella entró detrás de la doctora, con la expresión no muy convencida de que cara poner. Yo sólo la recibí con una mueca de sonrisa que quería decir: siento mucho hacerte esto...

La doctora repitió en resumen lo antes dicho para “beneficio” de Aquella, y Aquella sonrió cuando vio un hueco para hablar y dijo algo positivo y tranquilo. Si la doctora Wittenberg estaba lista para enfrentar un drama, ya podía cambiar de postura y relajarse. Ahora sabemos que no nos da por ahí. Quizás la doctora sintió que no nos estaban cayendo del todo las implicaciones, y quizás así fuera, aunque yo recuerdo todo muy claramente. La doctora acelerada se entusiasmo con Aquella y salió corriendo a traer algo. Así que nos dejó solos con la novedad de que yo tenía cáncer. Sólo nos miramos. Ya habría tiempo de hablar, así que no dijimos nada que valga la pena recordar. Yo al menos llevaba algunos minutos tragando la novedad; Aquella acababa de recibir el trastazo. Toda su energía estaba concentrada en actuar con calma total. Regresó la doctora pronto con las imágenes impresas de las fotos intraoculares que me habían tomado dos días antes en su consultorio de New Westminster, las exhibió y nos explicó detalladamente cómo se veía lo que no debería estar ahí, y usaba la comparación del ojo derecho que está totalmente normal para enfatizarlo. Estaban explicándome lo que había yo temido, y ahora ese pensamiento descontrolado se concretizaba, así que lo que mi mente hacía era ir y venir entre diversas estructuras literarias para describir mis sentimientos, y trataba de adivinar los sentimientos de las otras dos presentes en el cubículo, imaginando los textos descriptivos del evento y los sentimientos liberados con la novedad. Descubría poco a poco que no me lograba identificar con el que yo tuviera cáncer, y pensaba que así seguramente piensa todo mundo en esos trances. Las frases arquetípicas como “I cannot believe this”, pero en serio, desde el fondo de mis naturales presagios. De plano no estaba en el libreto esta situación. Los antecedentes de cáncer de la familia de Aquella son tan tremendos, que siempre he estado con la inevitable preparación para algún día recibir esa mala noticia respecto a ella, no de mí, así que al entender eso, sentí mucho gusto. Fue un gran alivio pensar que Aquella no era la enferma, sino yo, y que ella sería quien me cuidaría a mí, porque ella es mucho mejor sanadora, y yo prefiero que ella esté viva y feliz, a que yo. Me acordé de aquello que alguna vez me contó mi papá, sobre un hombre ya viejo, haciendo referencia a su muy prolongada relación con su esposa: “si le toco una pierna a mi esposa, es como si tocara una pierna mía; y si le cortan una pierna a mi esposa, sería como si me la cortaran a mí...” A mí todavía me interesa tocarle las piernas y más allá a mi esposa, pero comprendí mejor que nunca el sentimiento.

Me encargaron lo que a partir de ahí fueron una batería de estudios como jamás me habían hecho ni me hubiera imaginado. La doctora acelerada dijo que no había para qué perder el tiempo si la doctora Paton iba a requerir todo eso, y que ya lo habían platicado la noche anterior y que de una vez habían enlistado todo lo que iban a requerir por lo pronto. Pensé dos cosas: ¿cuántos litros de sangre me irán a tener que sacar para hacer todos estos estudios ahí enlistados? Y ¿estuvieron hablando de mi caso anoche las dos doctoras? ¿Tan interesante resultaba? Al pasar de los días descubrí que así trabajan siempre, con un profundamente humano interés y una dedicación intensa de verdadera vocación, hasta hoy, sin ninguna excepción en los más de 10 doctores que me han visto y todo el impresionante equipo profesional de técnicos de la salud y enfermeras que me han traído y llevado. Las instalaciones más impresionante que me podía esperar en enormes edificios contemporáneos, uno tras otro conforme fuimos Aquella y yo navegando por toda esta incipiente aventura médica.

Recordemos que aquí en Canadá, específicamente en British Columbia, mi asunto, es mal negocio para el sistema de atención a la salud que es quien paga todas las cuentas, sin las salidas desalmadas de los seguros médicos privados por “condiciones pre-existentes”, ni límites de costos, ni fechas de expiración del seguro de salud. Punto. El 100%, sea lo que sea, se necesite lo que se necesite, cueste lo que cueste, y si tuviera que ir a otro país por un tratamiento aceptado que aquí no lo hubiera, también, por el tiempo que estés vivo, vivas cuantos años vivas. Imagínense la risa que me da cuando oigo a los polítiquillos gringos manipulando la ignorancia del pueblo del país sin nombre diciéndoles: “¿would you like to end up like the canadians, with a socialist health system?”... (¡HAHAHA! You wish!, idiots).

Una vez que está registrado tu caso por cualquier médico u hospital en el sistema, como ahora lo estaba yo, todo está interconectado, y simplemente te vas presentando en los laboratorios más cercanos a ti, o donde te manden, te reciben, ven tus datos en el sistema y ya saben qué te ordenaron, y quién, y todos van recibiendo la información de resultados, desde tu doctor familiar, hasta el último al que vayan involucrando. Todo se envía electrónicamente y tú no cargas ni papeles, ni recetas, ni radiografías, ni nada. Vas, te sacan sangre, placas, escaneos, fotos, ultrasonidos, entrevistas, y un sin fin de estudios, y todo se va pasando por sistema a todos los interesados. Sólo necesitas una tarjeta, como las de crédito, llamada “Care Card”, con tu nombre, tu número y una banda magnética. La primera vez te piden otra identificación para asegurarse que eres tú, y después que te conocen, te tratan por tu nombre, en primera persona, y con una calidez muy reconfortante. Te sientes bienvenido y querido. Yo, porque puedo, pago en British Columbia $128 al mes, por toda mi familia. Nada más entre fracturas y demás estudios por accidentes deportivos de mis hijas ya me los gasté varias veces. Si no pudieras pagar ni eso, pides ayuda y los trabajadores sociales te arreglan. Los doctores aquí viven muy bien, y entre mejores sean, más pacientes tienen y más ganan, pero no se pueden volver súper millonarios. La medicina simplemente no es negocio a nivel del hospital o del doctor. Si que lo es para las empresas medicas y las farmacéuticas, desde luego, y el gobierno paga las cuentas. Aquí los doctores tienen vocación por la medicina y los pacientes, no por el dinero, y ni a ellos ni al gobierno, o sea los hospitales y centros médicos, les conviene hacerte algo que no necesitas. Lo que les conviene es que estés sano, no enfermo.

Así que el día 6 de Junio de 2012, fui avisado oficialmente que tenía algún cáncer en algún lado, casi seguro... Sobre ese “casi” iba a construir mi defensa, confeccionando con el intento, lo que yo prefería que pasara. No debía volver a estar desprevenido, y debía pensar y crear lo que quería oír de ahí en adelante, y no dejar que simplemente sucediera lo que sea...

Ahora seguía la etapa de la doctora Katherine Paton.

Las noches y los días previos a esa primer consulta los debía utilizar para determinar lo que quería oír en esta siguiente etapa de búsqueda de malignidades en mi cuerpo sorprendido. Mientras tanto debía vivir la vida y los días que ya estaban programados de trabajo, o de lo que fuera, con la novedad de que mientras otra cosa no sucediera, yo tenía cáncer, y eso no debía perturbar mi concentración para crear la realidad siguiente. Esas dos semanas, yendo y viniendo de laboratorios de análisis médicos, tomando fotos en mi trabajo, administrando mi apenas iniciado negocio, y continuando la vida familiar, fueron realmente interesantes.

Mi primer gran descubrimiento fue que lo que más me inquietaba y hacia sufrir, eran los seres queridos que me rodeaban. Simplemente no quería decirle a nadie porque no quería que nadie se incomodara o fuera a sufrir. Aquella me dio un recurso muy valioso para dejarme de atormentar con eso: ¿para qué decirle nada a nadie antes de que sea ya una situación del 100%, y no del 98%? Mientras no se sepa por lo tanto de qué se va a tratar y que ya vaya a afectar mis relaciones con esos seres queridos y queridos amigos debido a cambios en mi vida, no había nada que decir. Por lo pronto había que olvidarse de andar dando noticias, y concentrarme en materializar un mejor devenir de acontecimientos próximos. Además, así descubrí cuan fácilmente caemos en el vicio acendrado de “dar” esas noticias o los dramas que sean que nos afecten en lo personal, para buscar la atención de los demás; para jalar energía de quienes nos rodean, aunque sea por lástima, sincera o no, pero que sus atenciones estén proyectadas sobre nosotros.

Algo que me daba muchos ánimos era que no fuera ninguna de mis hijas la afectada. Siempre le he avisado muy claramente al destino que lo que quiera con ellas, tendrá que ser conmigo, y solamente conmigo... el humor también me ayuda: en uno de esos días, le dije a Aquella que quería comerme una hamburguesa doble con mucho queso y aros de cebolla además de las papas fritas. “¿Otra vez quieres comer?” me inquirió con tono de “eres un marrano”. Este asunto del cáncer da una hambre tremenda, le expliqué a manera de excusa, pero con toda la intención de darle inicio a la etapa de hacer bromas al respecto y empezarnos a reír de mi caso.


La doctora Katherine Paton tiene sus consultorios dentro del Eye Care Centre de Vancouver, en la misma área del ultrasonido oftálmico, en la letra L, como ya había mencionado antes. Cuando llegué, una recepcionista terminó de armar mi expediente -el cuarto expediente que se abría paso a través de la sofisticada maquinaria de atención a la salud-. Un rato después llegó una enfermera especialista, me hizo muchísimas preguntas de un formulario que acabó en el expediente y me aplicó las consabidas gotas que dilatan las pupilas. Me dijo que en un rato que hubieran hecho su efecto las gotas ella regresaría por mí, y me mandó a esperar con los ojos cerrados junto a Aquella, bajo el techo de vidrio que baña de luz el interior del edificio. Cuando las pupilas se quedan dilatadas, la luz del Sol es inverosímil. Habíamos muchos pacientes sentados con lentes de sol, incapacitados para leer algo para matar el tiempo. Yo al menos tenía a Aquella para conversar.

Había vivido esas 2 semanas pensando que tenía cáncer, y departía con amigos, o hablaba con mis hermanas por teléfono, escamoteando esa negra posibilidad pronosticada como inminente. Una de las más difíciles pruebas era no decirle nada a mis hijas, sabiendo que si me preguntaban, les tendría que decir, porque he vivido entercado en siempre decirles la verdad, sea la que sea. Por ahora el tema era que no habían descubierto por qué veía mal, y en eso estábamos.

Entendí muchas cosas respecto a tener la vida tan seriamente amenazada. O creo entenderlas más, ahora que ya no fue teoría ni lo que otros me contaron, o lo que otros han escrito al respecto, y tantos que han plasmado en muchas historias de cine y televisión sus casos y sentimientos. Sin embargo, lo vivía algo superficialmente, porque tenía que tener mi intento bien enfocado en que sucediera lo que yo quería que pasara. Mi deseo había sido que la doctora Paton me dijera, tras de recibir el montonal de resultados de estudios de laboratorios, que no habían encontrado trazas de un indicador claro de cáncer en mi cuerpo, y que sí existe la posibilidad de que no lo haya, y que todo resulte ser otra cosa más razonable que la terrible amenaza oncológica. No me concentré en mucho más que eso, por el momento. Sólo quería un resquicio más amplio que un 2%...

Al fin me llamó la doctora, que salió a buscarme a la sala personalmente. Tiene el pelo largo, ya canoso y recogido, delgada, de unos cincuenta y tantos años, seria y de fachada refinada e importante. A través de los pasillos internos de su área de consulta, que consta de al menos 10 cubículos distintos, incluyendo el del ultrasonido, sus movimientos son claramente de quien está al mando de todo y todos. Con una costumbre ya muy madura de dar órdenes, y una mirada agradable, pero muy determinada, de alguien que no tiene ninguna duda de quién es y a qué se dedica. En lugar de diplomas y títulos, algunas paredes de los pasillos ostentan posters mandados a hacer por el Eye Care Centre, llenos de gráficas y textos sobre publicaciones con resultados de estudios de investigación clínica de apariencia muy impresionante, con sus correspondientes tratamientos diseñados, realizados y publicados ante el mundo médico por la doctora Paton y su equipo de colaboradores. Varios de estos respecto a niños. Aunque haya detrás de esas impresiones pegadas en la pared un equipo de diseño gráfico en alguna área de Mercadotecnia del centro médico oftalmológico, no dejaban de ser reconfortantes. Para empezar, sólo los que entran hasta ahí los ven, pues no tiene caso ni es necesario “invertir” en publicidad para la institución, así que sólo sirven para exaltar el ego de los médicos que ahí trabajan, y generarle confianza o algo de tranquilidad a los que tenemos que estar ahí, aunque no queramos.

Entré tras ella a un cubículo con el consabido
oftalmoscopio, me sentó en mi lugar, y ella tomó el suyo. Su plática inicial se centró en preguntarme a qué me dedicaba, si tenía familia, cómo eran mis hijas, qué me gustaba hacer aparte de mi trabajo, qué tipo de fotografía hacía y así poco a poco se fue alineando hasta llegar a la pregunta de cómo fue que me di cuenta de lo de mi ojo izquierdo, y muchas preguntas sobre mi estado emocional, seguidas después por preguntas concretas respecto a síntomas y mi estado físico histórico general. Después noté que iba a pasar a la revisión del fondo de ojo sin decir más, pero la detuve y le pregunté por mis resultados. Ella regresó a su posición anterior, se acercó a la barra donde habían muchas carpetas con mis papeles, y unos monitores de computadora, y hojeándolos me dijo lo que yo tenía programado oír: ninguno de estos resultados arroja un dato que parezca fuera de los parámetros normales. Mi única duda sería el número de plaquetas, puntualizó. Porque salió que tengo como 70, ¿verdad? le dije de inmediato. “That’s exactly right” me contestó. Le expliqué que así ha sido toda mi vida, que es de familia, una de las gracias de mi sangre Italiana, a lo cuál me preguntó que si no era Mexicano. Primero hice mi gastada broma de que yo nací en México por accidente, y luego le expliqué que de sangre, pues no lo era, pero si de formación y crianza. Muy bien, dijo, hizo algunas anotaciones en el expediente, y descartó el único indicador que le había parecido fuera de la norma.

Ya nada de lo que siguiera, era asunto mío. Ya me podía hacer todas las demás auscultaciones que quisiera. El primer paso para deshacerme de la mala posibilidad había sido logrado. Entonces la doctora me acomodó, sin darme muchas explicaciones de dónde poner la cabeza, o cómo apoyar el mentón y donde recargar la frente, viendo al aparato que de inmediato separó nuestras caras, con ella sentada frente a mí. Pensé que los que vienen a verla ya han pasado por tantas revisiones de éstas, que ella ya no recuerda darte las indicaciones. De hecho, me hizo sonreír porque hacía sólo un ademán leve con la mano, que quería decir, “mira hacia mi oreja”, y otros para que vieras arriba, abajo, a los lados, y de nuevo a su oreja, sin verbalizar nada, y yo, divertido, lo hacía a la perfección. Su aliento no era muy agradable. Parecido al aliento de alguien que lleva mucho sin comer, pero no resultaba insoportable. Pocas cosas resultan ya insoportables, después de que crees que tienes cáncer mezclado con todo ese torrente de estereotipos mortales con el que lo relacionamos sin remedio. Me revisó ambos ojos por un tiempo mucho más prolongado que nadie antes, y finalmente se escurrió hacia atrás con su banquillo rodante, y deslizó hacia un lado el aparatoso artefacto, dejándonos nuevamente sentados frente a frente a una distancia más razonable socialmente, y fuera del alcance de su aliento inapetente.

“I want to see more. I want to know more about whatever’s in the back of your eye. I have to keep digging, and searching. I want to have some photos of your eyes. I’ll send you right now for those, downstairs”. Le dije en tono de pregunta que la doctora Wittenberg ya me había hecho un estudio de fotografía intraocular, pero la doctora Paton sólo sonrió y me dijo que ya lo sabía, y que ahí los tenía, al igual que el ultrasonido, pero ahora necesitaba otros distintos. Ahí aprovechó para mostrarme en uno de los monitores cómo se veía esa deformación extraña al fondo del ojo en el ultrasonido. Me dijo que era demasiado leve todavía, y que no quería molestar o hasta lastimar al ojo para tratarle de sacar respuestas a la lesión por medio de una biopsia. Que tampoco quería que me radiaran el ojo sin saber a ciencia cierta de qué se trataba. Se levantó, me hizo seña de seguirla y caminamos rumbo al escritorio de su secretaria que está plagado de papeles y computadoras, donde claramente trabaja alguien que está muy ocupado. Le dio las instrucciones a ella en un par de frases pues su asistente no requería mayor explicación, y ésta sólo le preguntó que si hoy mismo quería esos estudios fotográficos. La doctora asintió y sólo confirmó: “right now”.

La secretaria muy amable me dio la hoja con la orden y me indicó ir al piso de abajo, y caminar rumbo a la letra F. Salí a la sala, recogí a mi mujer que estaba en santa paz oyendo un libro (le gusta “leer” audio-libros con su iPhone y unos auriculares). Le dije que ahora íbamos por unas fotos y su comentario fue que qué maravilla, que me estaban revisando todo el cuerpo súper a fondo y que eso era muy emocionante... Así es Aquella. Le pregunté si quería saber qué dijo la Paton y dijo que claro, con el entusiasmo de quien va a confirmar buenas noticias. Yo sabía que Aquella tan solo de verme la cara al salir de la consulta, sabía que me habían dicho lo que por lo pronto queríamos oír. En el camino a la letra F se lo platiqué, encantado.

Al llegar a la recepción de la letra F, noté que esa sala de espera estaba atiborrada de pacientes. Me presenté con la encargada, y esta recibió sonriente el papel con la orden de Paton. Su sonrisa de saludo se tornó en expresión abrumada, y se fue hacia adentro a preguntarle algo a alguien, supuse. Pronto volvió con la noticia de que tendrían que hacerlo otro día pues estaban sobrecargados de trabajo. En ese instante pensé que ese espacio de tiempo me daría oportunidad para concentrarme en los resultados que querría tener después de estos nuevos estudios, así que le dije que ok, que subiría de nuevo a sacar otra cita con la Paton y a pedir instrucciones al respecto. Tomé de regreso mi orden y nos fuimos al segundo piso. Le estaba explicando a la recepcionista que tendría que volver al día siguiente porque estaban saturados de trabajo en la letra F, y justo salía en ese momento la Paton. La recepcionista le estaba apenas empezando a referir lo que acababa de decirle yo, cuando la doctora la interrumpió: “put them on the phone!”, y volteó conmigo y me ordenó que me regresara a la letra F en la planta baja. Muy obediente ante ese desplante de autoridad cogí a mi mujer y nos devolvimos por el pasillo por el que habíamos llegado.

Hice una parada inevitable en el baño. Al llegar al escusado noté unas gotas de orín sobre el borde de la taza que en lugar de ese tono amarillento característico de la orina, eran de un color amarillo eléctrico fosforescente antinatural. Hasta apague la luz a ver si brillaban en la oscuridad, pero no. En ese momento lo que pensé fue que quién fuera que orinara de ese color, debía estar seriamente enfermo, y lo lamenté con una nueva empatía recién adquirida en las pasadas dos semanas de estar bajo la espada clínica de Damocles...

 Me estaba esperando una enfermera sonriente, que me pidió que la siguiera por favor. La doctora Paton había ejercido su autoridad, sin duda...

Llenamos de nuevo un eficiente cuestionario, y de ahí me explicó con el acento de algún país de los Balcanes qué era lo que me iban a hacer, con especial énfasis en un proceso en el cual te inyectan intravenosamente un par de líquidos de contraste, que afortunadamente pueden meter revueltos evitando repetir el proceso; cómo me iba a sentir cuando el medio de contraste me recorriera el cuerpo, y qué pasaría en los días subsecuentes mientras lo fuera eliminado mi sistema. Las preguntas de cajón sobre alergias y demás historias quedaron plasmadas en mi expediente. En la primera etapa te colocan frente a otro aparato parecido al oftalmoscopio, pero que es de fotografía. De inmediato me interesé por esa tecnología frente a mí; por la resolución de las imágenes, los sensores, si era analógica o digital, si del lente se iba lo captado directo a una computadora o si tenía sus propios procesadores cibernéticos como una cámara digital; el amigo técnico que se encargaría del proceso, paciente y amable me daba respuestas diseñadas para alguien que no entiende gran cosa de tecnología, y que resultaban demasiado elementales para mí. Ahí recapacité y me di cuenta que no tenía tiempo que perder si pensaba concentrarme y enfocar mi intento en generar los resultados y las respuestas que querría oír sobre estos nuevos estudios, así que mejor me concentré en las indicaciones del técnico médico, y en mis propias elucubraciones.

Las luces que emanan del aparato y chocan con tus pupilas dilatadas e incapaces de contraerse te provoca lagrimeos abundantes y la necesidad constante de parpadear, pero como sé que cerrar los ojos para la fotografía resulta inconveniente, pues me la pasé los primeros minutos sufriendo. Entre una “sesión” de fotos y otra, cuando me preguntó cómo me sentía, le comenté del martirio palpebral de mis ojos atormentados por sus luces, y pacientemente me explicó que el aparato estaba diseñado para eso, y que parpadeara todo lo que quisiera. Es curioso como tantas veces sufrimos fútilmente con algo por no saber y no preguntar o pedir. He descubierto en Canadá que para los que venimos de donde yo vengo, como jamás esperas muchas cosas que aquí te dan, hay una cantidad inusitada de derechos y beneficios que recibes al ser Canadiense y que te puedes perder porque no piensan en tenértelos que decir u ofrecer pues los dan por hecho, ya que los Canadienses por el contrario están acostumbrados a recibirlos y merecerlos, mientras que en México ni soñando... Después de eso, disfruté más todo el interesante evento fotográfico que nunca había visto antes en mi vida.

En la siguiente etapa regresó la agradable enfermera balcánica, y se sentó junto a mí, con una mesita y unas charolas con sus agujas, mangueritas, botes de líquidos, gazas y demás, para ponerme un catéter en la vena, a la cual conectarle una gruesa jeringa con la mezcla de líquidos de contraste de los que me había hablado a detalle, y quedó lista para introducirlos en el torrente sanguíneo en cuanto se lo indicara el operador de las cámaras fotográficas desconocidas. Me recordó algunos de los posibles síntomas y las indicaciones, recordándome que notaría la eliminación en la orina, para que no me sorprendiera y tomara mucha agua. Can I drink beer instead? le pregunté muy serio. El técnico que era muy callado instantáneamente dijo: “That’s even better!” y la enfermera sólo se rió...

Ocupamos todos nuestros lugares, e iniciamos el procedimiento. La sensación fría comenzó a recorrer mis venas, mientras el técnico me recordó que siga con la vista un puntito de luz que emana del aparato, evitándole al operador pedirte que mires a un lado, al otro, arriba y abajo. Las luces enloquecidas reaparecieron y me deslumbraron inconcebiblemente. Al cabo de unos minutos, me pidieron que me relajara en el respaldo del banquillo, liberando la cabeza de la especie de cabestrillo donde la colocan apoyada en la barbilla, y me anunció el técnico que la primera parte había salido bien, y que ahora habría que esperar unos 10 o  más minutos para la segunda etapa. En ese momento la enfermera me sacó plática mientras me quitaba la sonda de la vena, preguntándome sobre mi acento, platicándome -como todo el mundo en Canadá-, cuánto le gustaba México y cuántas veces lo había visitado de vacaciones. Se mostró sorprendida de saber que yo era de México, pues ni el nombre ni la facha lo revelaban. Estamos tan acostumbrados acá a que todo mundo venga de todas partes del mundo, que aprendemos a distinguir más o menos de dónde es cada quien, y desde la escuela primaria te sensibilizan a conocer y entender diversas costumbres para que no pases penas o causes ofensas a nadie. Lo que es muy cómodo es que se habla y cuestiona sobre variedades raciales y raíces culturales de manera totalmente abierta, sin complejos epidérmicos; a los negros de África les decimos negros y a los de India brown tranquilamente, como un Inglés hablaría con soltura del clima. Y es mucho más divertido que la superficialidad del reporte de lluvias para el día.

Una vez que el técnico consideró que ya estaba listo el contraste en los vasos sanguíneos de mis ojos procedió con la ultima etapa, entre una plétora de luces y algunas diferencias técnicas que en la primera etapa. Al cabo la enfermera se aseguró que me sintiera bien, y me indicaron que descansara unos minutos. De ahí habría que pasar a otro cubículo, con otra máquina fotográfica, a sacar más y diversas imágenes internas de mis ojos. Tras un cubículo más, con otro aparato moderno que emitía luces distintas, que pasaban de rojos a blancos, al fin terminó el técnico de capturar todas las imágenes solicitadas por la doctora Paton. Entonces me indicaron que ya podía regresar a la letra L, y todos me desearon suerte de una manera que no se sentía mecanizada sino cálida y sincera. Me encontré a Aquella apacible, enchufada a su teléfono oyendo su libro. Me sonrió al verme y me recorrió esa sensación de feliz agradecimiento por tenerla conmigo; mi otro yo. Mi Elvira. Nos fuimos de regreso al segundo piso...

Tras avisar de mi retorno, me indicaron que tomara asiento y esperara y aproveché para visitar de nuevo el escusado. En el instante que comencé a orinar, descubrí aquel color amarillo alienígena que antes había visto chorreado en ese baño que ya alguien había limpiado. No quise recordar mi pensamiento pasado sobre la obvia gravedad del que así había orinado antes que yo. Me aseguré de no dejar ninguna gota en el borde de la taza, me lavé las manos y me fui a sentar. De pronto estaba tan agotado emocionalmente que el cuerpo me pesaba como si estuviera colmado de plomo...

Cuando la doctora Paton me llamó de nuevo, como una hora después, esta vez invitó a pasar a Aquella cuando la descubrió sentada a mi lado. En el cubículo de turno un nuevo doctor, más joven, estaba estudiando detenidamente mi caso y dialogando sobre mi ojo con la doctora. Se dedicaron a revisar las fotos recién enviadas por la computadora de la planta baja, y ella le pidió que él también me revisara los ojos con el socorrido oftalmoscopio. Conversaron sobre mi caso entre ellos frente a nosotros.

Básicamente entendí que no era un asunto vascular o de irrigación sanguínea definitivamente, que el engrosamiento era de la última capa ocular, por detrás, y que ésta probablemente contenía algún líquido. No era melanoma. No sabían qué era. La doctora me dijo que por lo pronto sólo sabían lo que no era, nada más. No quería hacer nada hasta saber más. Repitió que no quería que nadie me “radiara” el ojo sin un diagnóstico más certero. El doctor más joven declaró que estaba de acuerdo con lo que estaba planeando la doctora después del ejercicio de diagnóstico que llevaron a cabo frente a nosotros, y definieron otra lista enorme de estudios clínicos. Me explicaron que me enviarían al BC Cancer Centre a hacer unos escaneos y demás, y a interconsulta ahora con un oncólogo. Había que seguir buscando, y ahora ya no sólo cáncer, por lo visto, porque los nuevos estudios de laboratorio incluían tuberculosis, enfermedades venéreas diversas, y muchas cosas más.

Le pregunté a la doctora Paton si era plausible que no fuera después de todo algo maligno. “You just might turn out to be clean as a whistle”, me animó. “You seem to be too healthy for me to think you have something dreadful”, aclaró. Sorry to dissapoint you, me excusé. Sonrió, y agregó: “your job now is not to worry; that’s our job”. Sonreí pensando that is easier said than done...

Ahora seguía la espera de los estudios del oncólogo. Nada invitador el prospecto. La cita me la mandarían decir unos días después. Las oficinas de los médico se encargan de sacarte las citas con quien te refieren. Aquella estaba a punto de hacer un viaje con sus hermanas para el cual había esperado, planeado y soñado mucho tiempo, y yo sabía que la idea de que me tendría que dejar ir solo a hacerme los escaneos y a consultar después con un oncólogo, con la posibilidad advertida de que las probabilidades de que saliera algo nefasto era muy elevada, la estaba lascerando de angustia. Yo no iba a rajarme y a permitir que Aquella se perdiera de ese viaje. Ya me habían dicho una vez que tenía cáncer y no pasó nada. Podríamos platicarlo por teléfono y ya regresaría. Pero no dijimos nada. En camino al estacionamiento ella sólo me recordó que todo había pasado tal y como yo lo había proyectado. Que debería estar contento y reforzar mi capacidad de determinar mi vida y lo que en ella sucede. Vámonos entonces a los tacos, sugerí de inmediato. La vez pasada me los echaron a perder con la novedad, y me quiero desquitar...

La despedí en al aeropuerto unos días después y me quedé al cargo de todo en la casa. Su parte de trabajo casero es una friega inacabable y ahora había que añadirla a lo poco que yo hago. Mientras llegaba el día del estudio (CT Scan) debía vivir en paz, ocupado de mis asuntos. El BC Cancer Centre en Vancouver es un inmenso edificio, rodeado de varios otros edificios muy modernos, dedicados a la investigación del enojoso asunto. Muy impresionante. Por primera vez iba solo a estas consultas, y no tenía junto a mí a Elvira para platicar sobre lo impresionante que era todo esto que nos rodeaba y acogía, y para ella detenerme cada vez que me vinieran las ganas desleales de arrojarme al desfiladero emocional de la desesperación; Aquella ya andaba en Yucatán. Llegué a la recepción como me indicaron. No había colas de gente que hacer, me identifiqué y de inmediato encontraron mi expediente, me dieron una tabla con clip y pluma con unas formas para llenar, y me indicaron amablemente que volviera cuando acabara. En cuanto me senté en una de las salas de espera, apareció una trabajadora joven y agradable empujando un carrito muy bien equipado, del que me ofreció café, té o agua. Le acepté un café con crema, y me lo entregó con varios brochures sobre el instituto, sobre el cáncer, sobre opciones; sobre muchas cosas que decidí leer después, y me dispuse a llenar las formas. Me llamó la atención que las primeras 2 partes de estos cuestionarios indagan sobre tus sentimientos, estado emocional, relaciones familiares, tus tendencias espirituales y la composición de tu núcleo familiar y tus requerimientos de apoyo. Después venían las secciones sobre tu estado y capacidades físicas, y luego tus síntomas. Al cabo fui a entregar las formas y me mandaron a otro piso donde hacen el estudio que tenían programado para mí. Me trataban con una calidez y amabilidad más marcada que en otras partes. Me tratan como un enfermo de cáncer, supuse. Tuve que esperar ya en el área del CT Scan como por una hora, tomando agua constantemente por sus indicaciones. Recordaba que en la pasada semana me habían vuelto a sacar sangre un par de veces, una de ellas para este estudio. Tenía el pliegue interno a medio brazo todo amoratado y jodido de tantas sacadas de sangre; parecía de junky. Estaba leyendo los folletos que me habían dado al llegar, vestido con la patética batita de los hospitales, aunque al menos aquí te ponen otra por detrás para que no martirices a los demás con las nalgas de fuera. Por fin llegó mi turno y todo ese proceso de la máquina extraña donde pasa por un amplio aro modernista todo tu cuerpo, recostado boca arriba sobre una plancha que se va deslizando maquinalmente, mientras la máquina misma te está infiltrando medios de contraste por las venas. Me recordó la serie de televisión House... La búsqueda intensa y presurosa de un diagnóstico furtivo... Me habían advertido que cuando los medios de contraste comenzaran a circular por todo mi cuerpo, sentiría efectos raros de temperatura en el pecho, y que luego me daría la impresión de haberme orinado en los pantalones, pero que sólo era una sensación, que no me preocupara, y sobre todo que no me moviera. Efectivamente, tuve la clara impresión de haberme orinado. Quizás hace un tiempo hubiera creído factible orinarte por la conmoción de la noticia inusitada de padecer una enfermedad letal, pero ahora sé que se puede tomar con mucha calma. Lo que me quedaba cada día más claro, es que lo único que me ha importado de este proceso, en el sentido de miedo o angustia, es el efecto sobre mis hijas, y nada más. Respecto a Elvira, se reveló mi condición egoísta, contento de ser yo el que se pudiera ir dejándola sola, antes que ser yo quien tuviera que enfrentar semejante atrocidad perdiéndola a ella.

Tan pronto el estudio terminó, me despacharon y me indicaron que me darían pronto una cita con un oncólogo para discutir los resultados. Me fui a mi casa a seguir mi vida, concentrado en materializar la esencia de la futura consulta con el siguiente doctor: “no hemos encontrado nada”, punto.

Llegado el día de la cita, debo confesar que iba un poco más inquieto, después de todo, iba a recibir una sentencia. Muy diferente a lo que podría sentir un hombre ante la corte, siendo culpable, y quizás parecido a lo que sentiría un hombre inocente ante el dictamen de un juez. Yo aún no consideraba tener la culpa de lo que me estaba pasando. Ahora no estoy tan seguro de eso. Logré llegar dentro de ese enorme edificio al área donde debía presentarme, me recibieron y me mandaron sentar en otra sala de espera. Al cabo de no mucho, apareció un enfermero que me condujo a un cubículo de consulta; me pesó, me midió, me tomó signos vitales y demás cosas básicas, incluyendo varias preguntas. No dejaba de llamarme la atención el trato tan casi cariñoso con el que me trataban. La presión salió algo elevada y yo nunca he tenido problemas de presión. Se lo comenté, y me preguntó que si estaba nervioso o asustado. Le confesé que si, sin ninguno de mis rasgos cínicos característicos; estaba ahí, sentado solo, vulnerable y desprotegido. Me dijo que era totalmente normal. Todos los que llegan aquí tiene algo más elevada la presión... No me aclaró si lo “normal” es tener la presión más alta que de costumbre, o sentir miedo y ansiedad...

De pronto, entró una doctora bastante joven, y con mucha calidez me hizo un montón de preguntas, me auscultó y me preguntó que si tenía algún síntoma en los senos nasales. Yo lo que andaba pensando fue que era algo extraño que todos mis médico del caso fueran mujeres, aunque lo cual me parecía magnífico. Pero ella resultó ser la residente que estaba trabajando para el doctor al que en realidad yo estaba consultando, y venía en avanzada. Todos siempre traen pegado uno o más residentes médicos. Mi nuevo doctor se llama Howard Lim, y es asiático canadiense. Más tarde me reí cuando le pregunté a una recepcionista algo sobre mis citas con el Dr. Lim, y me preguntó que cuál Dr. Lim, porque hay dos con ese apellido en el mismo piso del edificio del BC Cancer Centre... Ni en China, pensé.

La consulta fue breve. El doctor, de unos 40 años, era agradable, sonriente y bastante flaco. Una característica común de todos los que me han consultado o atendido en todo este proceso es que nunca parecen tener prisa, y siempre están calmados y de buenas. El Dr. Lim me dijo exactamente lo que yo quería oír, sin mayores rodeos: “we have not found anything that would indicate any abnormality or malignant process in your scans...” Comentó que había una zona de los senos nasales que no había salido del todo clara para su gusto en las imágenes, así que me mandaría con un otorrinolaringólogo para que me hicieran una laparoscopía de los senos nasales para estar más seguros. “Do you have any questions” me preguntó como siempre hacen una vez que ya no tienen mucho más que decir. Aproveché para decirle que los folletos que me habían dado el primer día estaban redactados dando por hecho que el que los está leyendo tiene cáncer. Me contestó que el 99% de los que llegan a ese centro, tienen cáncer...

Quedaron de arreglarme la cita con el doctor de oídos, nariz y garganta y de luego darme otra cita de seguimiento.

De ahí, me fui directamente a los tacos. No es que esté obsesionado o los coma muy seguido, pero están bastante lejos de mi casa y rara vez vamos, así que si estás muy de vez en cuando a dos cuadras de La Taquería, pinche taco shop (así se llama), pues hay que aprovechar. De ahí le marqué de inmediato a Aquella que andaba subida en alguna pirámide Maya en Yucatán con sus hermanas (incluidas las hermanas de cariño, todas brujas...), seguramente efectuando algún rito, quizás incluso por mi salud. Yo sabía que su viaje aún traía pendiente la nubecita negra de mi caso, y quería darle esa buena noticia cuanto antes. Nunca le dije ni le confesé cómo me la estaba pasando aquí sin ella, y ante mis hijas tenía que seguir igual, así que eso ayudó a en realidad no perder la calma o el control. Siento que llevé las cosas muy bien, considerando mis naturales desequilibrios y mi propensión al drama. “Se acaba de aparecer de sol en mi viaje” me dijo Elvira en cuanto le repetí lo que dijo Lim...

Para cuando llegó la fecha de ver al Otorrino, Aquella ya había vuelto, feliz de su viaje, contenta de vernos, lista para seguir lidiando con mi drama, y llena de planes y artimañas para curarme y de pócimas y recetas de todos tipos para dejarme como nuevo.

Nos topamos ahora con un nuevo edificio de especialidades médicas, también en los alrededores de esas 8 manzanas dedicadas a la medicina en Vancouver. De impresionante, pasaré ahora al término impactante. La mera arquitectura del edificio es maravillosa, contemporánea, de un gusto refinado, con ambientes agradables, luminosos y muy apantallantes. No deja de sorprenderme la disposición que tienen en Vancouver para experimentar con nuevos diseños arquitectónicos y salirse de los moldes prácticos que reducen los costos y de los pragmáticos que supeditan la belleza y el arte del diseño a la funcionalidad. En el cuarto piso está el área de la especialidad en cuestión, y ahí llené una hojita más, y luego fui recibido por un residente especializándose en otorrinolaringología, que venía de Toronto, pero sus papás eran de México D.F., así que platicamos muy amenamente un rato con él en Español mientras me hacía los interrogatorios y auscultaciones previas a que entrara el doctor asignado. Tras de saber sobre sus primos en México, sus visitas cada año y las mofas que padecía con la raza por su curioso acento en Español, cálido y sin prisas, como todos, me dijo que me iban a meter un tubo con una cámara en la punta por un lado de la nariz, y que yo tendría la opción de echármelo a pelo, y evitarme la desagradable sensación del anestésico tópico que se escurre inevitablemente por la garganta, o me aplicaban dicho spray anestésico y luego te aguantas la sensación en la garganta. A mí me sonó a “y te jodes por marica”. Me dijo que era incómodo el proceso, pero soportable por la mayoría de la gente, y de corta duración. Cuando apareció el doctor, se presentó y repitió lo antes dicho por el compatriota; elegí sin nada de anestesia, y a ver qué pasaba. Como quiera yo ya no estaba solito; Elvira estaba sentada en una esquina del cubículo. La manipulación la haría el joven galeno Mexicano, después de todo para eso estaba ahí, para aprender... La máquina no quiso jalar. Le buscaron entre los dos unos 2 o 3 minutos mientras Aquella y yo sonreíamos. Eran una serie de aparatos algo complejos montados en un mueble móvil de repisas especial para dichos aparatos, y estos dos parecían realmente extrañados de que no funcionaran. En un momento el doctor le dijo al residente que fuera por la enfermera para no seguir haciendo el ridículo frente a nosotros, y éste tuvo que salir a buscar a una enfermera claramente apenado. Regresó detrás de una de esas enfermeras que andan por todos estos edificios médicos claramente controlando y administrando todo lo que en estos pasaba. Son las que saben. La mujer entró, vio por dos segundo los múltiples aparatos y controles, y con un dedo oprimió un botón de encendido que estaba apagado, y punto. Se salió inmediatamente sin decir palabra, claramente atareada y sin tiempo de estarle prendiendo aparatos a los doctores atarantados...

Pasada la pena, el amigo se dispuso a penetrar mi nariz por el lado derecho con esa manguera negra, ante la vista muy cercana del doctor que se veía muy en paz viviendo algo muy rutinario para él. Yo sabía que el joven médico estaba más interesado en impresionar al jefe, que a mí, pero si lo lograba, sería en mi beneficio. A los dos segundos de que la manguerita comenzó a meterse donde nadie antes se había metido, el dolor comenzó a aumentar y a agudizarse, pero ya no creí que fuera conveniente moverme, y cuando el doctor notó que me salían hasta lágrimas de los ojos, me animaba diciéndome que iban muy bien y que ya pronto acabarían. Talk about an understatement! El dolor se volvió realmente terrible, y si me había dicho que era solamente incómodo, o me mintió, o algo andaba muy mal. El doctor comenzó a describir lo que veía para beneficio mío y del residente, y todo le parecía que estaba normal, y sano. También me explicó que lo que hacían era entrar por un lado, pero ya dentro se pasaban hasta el lado contrario de las cámaras de los senos para no tener que entrar de nuevo por el otro orificio nasal. Me acogí a la noticia de que todo se veía normal, y que ya una vez que se salieran de mi cerebro acabaría la tortura. Aquella estaba feliz, viendo en un monitor de televisión el recubrimiento epitelial de mis cavernas frontales que iba transmitiendo la camarita en la punta del aparato de tortura que me estaba perforando y restregando el cerebro, y poco le faltó para decirme que me aguante y que no sea soflamero. Al fin acabó la exploración, pero la salida del tubo fue otro instante de dolor agudo que me dejó haciendo bizcos y desforzado...

Salieron ambos del consultorio y me quedé ahí sentado recuperando la normalidad, completamente atarantado por lo que acababa de pasar, oyendo que Aquella seguía diciendo que se veía “padrísimo” todo en la pantalla. Volvieron a los pocos minutos con la novedad de que el doctor Lim había indicado con precisión que le interesaba el lado izquierdo de mis senos nasales, y ellos habían entrado por el lado derecho, y a pesar de que este doctor me había dicho que entrando por un lado se podría revisar ambos, me dio la temeraria noticia de que quería ser muy cuidadoso con el encargo del Dr. Lim, y que la manguerita haría otro tour de mis cavidades, pero ahora entrando por el lado contrario. Ya ni a quejarme alcancé. Me quedé sin habla y ahí aprovechó el Mexicano para darme otra recia. Espantoso, pero menos prolongado que la primera violación. “Everything looks normal and clean”, declaró el especialista, y me despacharon a mi casa, con esa buena noticia. Esa vez no fuimos a los tacos, pero no recuerdo porqué. Quizás después de todo sí me habían dañado el lóbulo frontal del cerebro y se habían despachado con mi capacidad de autodeterminación y voluntad...

Ese mismo día, un rato después, tenía la siguiente cita con la doctora Paton, a dos cuadras de donde estábamos. Nos fuimos con toda calma, cargando en mis adentros la novedad de que nadie aún me había encontrado el anunciado cáncer, y concentrado en materializar que la doctora Paton decidiera que habría que esperar sin hacer más, a ver cómo evolucionaba la cosa. Todos los demás estudios de otras enfermedades habían salido bien; ni enfermedades venéreas, ni tuberculosis, ni parásitos malvados. Resultaba que yo era un gordito sano, con algo raro en un ojo.

En el consultorio de la doctora Paton primero me recibió su socio, llamándome por mi nombre para que pasara al cubículo de consulta donde estudiaba mis expedientes, y me saludó diciéndome en tono de broma “so you’re the guy we’ve been spending hundreds of thousands of dollars in studies on, and found nothing, eh?”, sonrió y de inmediato se dispuso a revisarme con el oftalmoscopio. Cuando la doctora Paton a su vez terminó de examinarme esa tarde, tras de saber que todo el rastreo había sido inútil, declaró que por lo pronto, aunque no tenía un nombre para lo que se escondía detrás de mi retina deformándola, tampoco era algo nunca visto, pero por lo visto, no parecía ser un proceso maligno. Incluso, ella percibió que estaba algo mejor, quizás algo reducido. Yo prefiero hasta la fecha no creer que veo mejor con ese ojo, porque el corazón engaña muy fácilmente. La doctora y su colega coincidieron que por un mes no harían nada, y que lo volveríamos a revisar entonces. That sounds like good news?, aseveré con tono de pregunta. “It is very good news!” exclamó el socio de la doctora Paton...

Aquella y yo nos fuimos a la casa en paz. Habría que olvidarse del tema e irnos de viaje de Verano con nuestras hijas, como estaba programado antes del detour médico que nos acabábamos de aventar. Sólo habría que ver una vez más al patólogo, con los resultados del otorrino. Yo les llamé a ver si me ahorraba la vuelta y para no quitarles su tiempo, después de todo, me consideraba ya exento de cáncer, ¿para qué me querría ver el doctor Lim? La secretaria quedó de preguntar y de llamarme. Al día siguiente me dijo que sí tenía que ir, que el doctor había hablado con la Paton y que me esperaba en mi cita programada. Ya estaba algo cansado de mantenerme tranquilo y positivo. Me es tan más fácil y familiar el cinismo, la negatividad, la incredulidad y la angustia, que hacer lo opuesto también me desgasta. Así que comencé con mi típica diatriba de que quizás no todo había terminado. Aquella me calló, me aleccionó y me embutió de apoyos naturistas para sacarme del atolladero emocional; me repitió 20 veces que no se trata de cancelar así nomás, que había que seguir un protocolo y concluir lo empezado, y que por eso tendría que ir y nada más, y ahí me la fui llevando en cierta paz hasta la fecha de la cita. Pues así fue. Para variar me había angustiado inútilmente. El Dr. Lim me anunció “at this point I cannot say you have cancer”, me dijo que lo platicó con la Paton, y que acordaron que volviera a verlo hasta el mes de Noviembre, tras de hacerme de nuevo estudios y otro scan a fines de Octubre, para ojalá ya darme de alta total. Mi siguiente cita con Paton sería dos semanas después.

Cuándo volví con ella, no me hicieron ni ultrasonidos ni fotografías intraoculares. Me revisó muy bien, y concluyó que la masa por pequeña que fuera ya no se había retractado y seguía igual. Decidió -como me había dicho que haría en dicho caso-, darme un tratamiento de esteroides para medir la reacción, en la esperanza de que el asunto se reduzca. Si no, habría que entonces hacer una biopsia...

Llevo 3 semanas tomando el antiinflamatorio, y lo que si puedo decir es que el tenis elbow que me martirizaba por mi trabajo en la computadora desapareció desde los primeros 2 días, y el carpel tunnel de mi dedo medio derecho por culpa del ratón de la computadora bajó su malestar a menos de la mitad. Del ojo, sinceramente, no veo que nada haya cambiado, literalmente... Mi siguiente cita con la Paton es el mismo día que termina mi tratamiento de cortico esteroides, el 17 de Septiembre. Ya se verá...

Lo malo es que yo soy muy débil para la comida, y peor bajo este tipo de presiones emocionales, así que subí de peso notoriamente. Le eché la culpa a los tacos que están a dos cuadras de los centros médicos.