...uno de los cuentos "educativos" que escribí para mis hijas de pequeñas...
Había una vez, un niño que sólo quería comer
chocolates y era muy latoso y remilgón.
Su mamá siempre estaba luchando con él para que se
comiera su sopa nutritiva, pero el niño chocolatoso nada más se la pasaba
renegando que no quería sopa, y siempre insistía chillando que le dieran
chocolates en vez de sopa.
La mamá guardaba bajo llave todo lo que tuviera
chocolate, como galletas de chocolate, chocolate en polvo, barras de chocolate o
lo que fuera de chocolate, porque el niño chocolatoso se paraba de noche y a escondidas se
comía todo lo que encontrara que tuviera chocolate.
Su mamá le ofrecía darle un postre de chocolate si
se comía su sopa, pero el niño nada más quería el chocolate y ni así aceptaba
acabarse su sopa.
Un día, el niño se robó la llave de la alacena, se
comió de una sentada todos los productos de chocolate que adentro había, y se
enfermó terriblemente de la panza. Se sentía muy mal pero no le podía decir nada a su mamá y
así tuvo que ir a la escuela y sufrir tremendos dolores de estómago, diarrea a chorros y
vómitos chocolatosos, sin poder pedir ayuda a nadie para que no le descubrieran
que engañó a su mamá, ni su incontrolado vicio por el chocolate.
Y otro día, cuando ya no había absolutamente nada de
chocolate en su casa, no aguantó más y se salió por las calles para en alguna
tienda robarse un chocolate... o dos. Su vicio por los chocolates ya era indomable, y pasó de engañar a su mamá, a ser un ladrón de chocolates.
En la tienda, escondido detrás de unos anaqueles
repletos de cajas diversas de chocolates; no se pudo aguantar y se sentó en el
piso a comerse desesperadamente cuanto chocolate pudo, y cuando estaba vaciando la tercera
caja, lo sorprendió la dueña de la tienda:
-¿tienes dinero para pagar todo esto que te has
comido? Le preguntó alzándolo de un brazo para que no le escapara.
El niño chocolatoso no tenía dinero y sólo temblaba
del susto. Entonces la dueña de la tienda le dijo que llamara a su casa para
que su mamá lo viniera a recoger y a pagar su deuda chocolatera. Pero como el niño sólo
quería comer chocolates y nunca se acababa su sopa nutritiva, era medio menso y
nunca se había aprendido su número de teléfono, ni la dirección de su casa. Es
más, en su locura de ir de tienda en tienda, viendo de dónde robarse unos chocolates,
se había desorientado y ni siquiera sabría cómo volver a su hogar.
Lloriqueando le suplicó y suplicó a la dueña que si
lo dejaba ir, pronto volvería con dinero para pagar, pero la dueña no le creyó,
lo encerró en una oficina de la tienda, y le dijo que o se las arreglaba para
pagar lo que se había comido, o tendría que trabajar para ella hasta saldar la
deuda.
Cuando la dueña salió y cerró con llave la puerta de
la oficina, el niño chocolatoso estalló en un llanto desconsolado por el susto
y la vergüenza, y al mismo tiempo comenzó de nuevo a sentirse muy mal de la
panza y con unas ganas inmensas de vomitar todas las cajas de chocolates que se había comido
en toda su vida, así que comenzó a gritar como un loco “¡Ayúdenme! ¡Por favor!”
durante algunos minutos, y de pronto se calló de golpe, y ya no se volvió a escuchar
nada.
La dueña que sólo quería asustarlo pensaba que el
niño estaba mintiendo y no era tan tonto; pronto le daría su número de teléfono, llamarían a su
mamá quien pronto vendría por él; ella cobraría lo que le debían y de paso le
daría una lección a ese niño malcriado, así que cuando éste al fin dejó de
gritar, la dueña regresó a la oficina para volverle a pedir su número telefónico.
Cuando entró, ya no estaba el niño chocolatoso. La
dueña de la tienda se quedó impresionada, buscó por todas partes al niño sin encontrarlo,
sorprendida porque no había otra salida en esa oficina, ni ventanas a la calle.
En la silla donde lo había dejado, había una caja de chocolates.
Cuando la señora abrió la caja, encontró dentro un
arreglo de diferentes tonos de chocolate, con la forma idéntica a la cara del
niño. Los chocolates de leche y miel eran del color de su cara, las pecas eran
de chochitos, el pelo era de chocolate obscuro, en los ojos tenía chocolate
blanco, en fin, un retrato del niño chocolatoso, hecho con diferentes chocolates.
Era como si el niño se hubiera convertido en una caja de chocolates.
La tendera pensó que de alguna forma incomprensible el niño había logrado
escapar, pero había dejado en su lugar una caja de chocolates para pagar su
deuda, y que podría vender la caja y
recuperar su dinero, así que la dueña de la tienda se llevó la caja a la sección de
chocolates, le puso precio en una pequeña etiqueta, y la dejó sobre uno de los
anaqueles para que sus clientes la vieran.
Mientras tanto, los pobres padres del niño
chocolatoso buscaban desesperados a su hijo por todas partes, porque aunque el
niño fuera tan latoso, sus papás nunca lo iban a dejar de querer y de cuidar, así
que lo fueron a buscar por las calles gritando, hasta que los vecinos y luego
la policía se unieron para ayudarles a encontrarlo, pero pasaron 2 días y nadie
lo había visto y no hallaron señas de su paradero.
Al tercer día, los únicos que seguían buscando sin
parar día y noche eran los papás y algún policía encargado del caso del niño
chocolatoso desaparecido. Entonces, a la mamá se le ocurrió la idea de que su
hijo vicioso del chocolate quizás haya entrado a otras tiendas lejanas de su
casa a buscar chocolates, y comenzó a preguntar en esas tiendas, una por una, si
alguien había visto a su hijo, y les mostraba una foto reciente del niño que en
la comisura de los labios esbozaba una sonrisa embarrada de chocolate.
Al cabo de unas horas, la mamá entró a la tienda de
la señora que había sorprendido al ladrón de chocolates. Cuando la mamá le
mostró su foto, la dueña de inmediato lo reconoció y la mamá se puso feliz de
la emoción, pero rápidamente se desilusionó porque la dueña le explicó lo que
había pasado, y le dijo que ese mismo día el niño había desaparecido de la
oficina, y le contó que sólo dejó detrás de él una misteriosa caja de
chocolates.
La pobre mamá del niño, al ver la caja y abrirla, pronto
reconoció adentro la cara de su hijo, y se soltó llorando inconsolablemente
porque se dio cuenta que el niño chocolatoso se había convertido en una
colección de chocolates. Entre sollozos le pagó a la dueña la deuda de su hijo, y se llevó
la caja de chocolates, que era lo único que le quedaba de su él.
Al llegar de regreso a la casa, no le dijo a nadie
sus sospechas de que dentro de la caja estaban los restos de su hijo, y se
encerró a llorar a solas en su cuarto, mientras el padre y algunos otros familiares
seguían buscando por las calles y alguien más estaba pendiente del teléfono
esperando alguna llamada con noticias.
La mamá del niño chocolatoso se reclamaba a sí misma el no haber podido educar bien a su hijo y se sentía culpable de cómo había
terminado todo. Y sólo se repetía: “si tan solo mi hijo se hubiera comido sus
sopas, estaría mejor alimentado y sano; habría podido aprender mejor en la
escuela, hacer deportes y jugar con amiguitos, sin sufrir el vicio de los
chocolates que lo llevaron a su ruina”, y en esos pensamientos estaba, cuando se le ocurrió
una idea descabellada: “a lo mejor aún no es tarde para mi hijito; si le diera
su sopa nutritiva con mucho amor, a lo mejor todavía se podría recuperar”, así
que cogió la caja de chocolates que tenía la cara de su hijo, y se fue a la
cocina...
Sacó una olla y en ella cocinó una deliciosa sopa
nutritiva de verduras, sazonada con amor. Después, cuando ya no estaba demasiado
caliente, la sirvió en un plato, abrió la caja de chocolates y con una cuchara
sopera comenzó cariñosamente a “darle” la sopa en la parte donde estaban unos
chocolates con fresa que hacían la boca de la cara del niño. Con las primeras
cucharadas del líquido caliente, la boca de chocolate se empezó a derretir, y por ahí
comenzó a desaparecer la sopa poco a poco, cucharada tras cucharada.
Cuando el plato quedó vacío, la mamá cerró la caja y
se quedó doblada sobre la mesa dormida por el cansancio de no haber reposado ni un
minuto en tres días.
De pronto, la mamá sintió que la abrazaban por la
espalda, y al despertar pensando que era su esposo, descubrió que era el niño
chocolatoso que lloraba de alegría por estar de nuevo junto a su mamá, y la
abrazaba jubiloso. Los chocolates de la caja habían desaparecido.
Una vez que todo había vuelto a la calma, y que todos
supieron que ya había vuelto el niño perdido, la mamá lo llevó a tomar un
delicioso baño de tina, lo secó en compañía del papá, y le pusieron una pijama
limpia para llevarlo a su cama a dormir, y ambos le dieron un beso de buenas
noches.
De pronto, el niño despertó agitado, y encontró a
sus papás junto a su cama preocupados, y él les dijo entre sollozos que sentía
mucha hambre.
-¿Qué quieres comer, hijito? Le preguntó el papá.
-Quiero un plato grande de esa sopa deliciosa que
hace mi mamá, contestó el niño chocolatoso, y se abrazó de sus papás…
Y colorín colorado, este cuento de chocolate se ha
terminado.
"Mis hijas comen chocolate de vez en cuando, y prefieren la sopa..."
"Mis hijas comen chocolate de vez en cuando, y prefieren la sopa..."