Y
se llegó el día: me presenté en la oficina de la Dra. Paton ocho semanas
después, después de aumentar 15 kilos ingiriendo cortico-esteroides (y bastante
comida), más muchos estudios más, además de las fotos y ultrasonidos de cajón y
con una gripa terrible, además. Culpo a los esteroides por mi épica influenza
que duró casi 4 in-delectables semanas.
Mi
plan de no volver a ver sólo con el ojo izquierdo para evaluar su evolución hasta
regresar con la Paton no duró mucho más de un mes. En una conversación con
Miguel, me comentó que una posibilidad era que la lesión se hizo hace tiempo, y
que es probable que remanezca una cicatriz, y ésta podría no desaparecer ya. Lo
cual desde luego es la mejor oferta que he recibido hasta el momento, así que
decidí adoptarla, y que ése fuera el foco de mi intento: no sólo no ha empeorado o aumentado en estos meses mi bolotoma, sino que además, se redujo, así que no es
cáncer, pero hay una pequeña cicatriz. “¡Son los polvos del camino!” diría
un buen escritor.
Al
aceptar una propuesta, se debe cargar con todo lo que ésta implique, y una
implicación es que la vista no vuelva nunca a restablecerse al 100%, así que no
tenía caso dejar de ver con el ojo izquierdo solo hasta el perentorio día 26 de
Noviembre, fecha en la que ganarían mi propuesta sugerida por Miguel, o la de
la Dra. Paton: “If
we are having this same discussion next time we get together, we will not have
many more options...”,
lo cual implicaba la biopsia maldita.
Estaba
harto de tomar a diario los esteroides, y no me sentía muy a gusto todo
hinchado y aletargado, mas no sé si en realidad desesperaba con dejarlos por lo
que indicaría ese hecho, siempre y cuando fuera porque había sucedido lo que yo
deseaba, y las cosas se veían mejor, en todos los sentidos.
Como
quiera, si la vista no regresará a su estado normal, ¿qué caso tenía dejar de
ver con solo ese ojo, seducido por la esperanza de que al hacerlo de nuevo ocho
semanas después, me llevaría una sorpresa y todo se vería como antaño?
Lamentablemente mi mente, traicionera impertinente, pensó que habría que
estarlo revisando pero para ver si empeoraba durante las últimas 4 semanas en
que se estaría bajando la dosis de esteroides cada cinco días, hasta llegar a
la más baja dosis en el mercado, antes de comenzar a partir las pastillitas en dos.
Si las cosas fueran para el lado contrario, pues la vista empeoraría. Una de
las preocupaciones de la Paton, es el efecto de rebote que podría presentarse
una vez libre del efecto farmacológico. Así que yo me auto martirizaba
consuetudinariamente revisándome la visión izquierda, y de pasada la derecha,
no se fueran a complicar más las cosas incluyendo al ojo “bueno”; bueno sobre
todo en el sentido de que no me ha fallado su nobleza. La clásica historia
humana del hijo pródigo. Todos los cuidados y atenciones para aquel que nos
está dañando la existencia esperada con su lejanía, en cuanto parece que ya
vuelve al seno, mientras al que incólume sigue haciendo sin haber parado lo que
de éste se espera -mi inefable ojo derecho-, más le vale seguir haciéndolo
bien, por los dos, quedarse calladito y sin esperar nada, agradeciendo la
presencia de un gemelo ingrato. ¿Qué podré hacer para consentirlo y darle
ánimo?
Primero
tenía que pasar por el tamiz del Dr. Lim, el primer oncólogo con quien me mandó
la Paton desde el inicio de nuestra apacible relación médico-paciente. Eso
implicaba ir un día a hacerme otro CT Scan, y luego volver a la consulta. Esta
visita era tras 3 meses de la primera, y era para confirmar el diagnóstico
anterior. Así le expliqué a Aquella que me acompañaba por primera vez al CT
Scan pues había estado de viaje la primera vez que me metieron en el aro enorme
del aparato escudriñador para rastrear todo mi cuerpo. Esta vez todo pasó tan
rápido, incluyendo las inyecciones de medios de contraste y todo, que aquella
no tuvo tiempo de leer casi nada de lo que tenía planeado leer mientras yo
salía del martirio médico-tecnológico. De inmediato traté de hacer memoria de
si yo había hecho drama de lo tardado que hubiera sido la vez anterior, pero no
pude recordar. Como hago dramas muy seguido y de casi todo...
Llegar
hasta la tarde de la cita con el Dr. Lim después del CT Scan era un martirio
más de muchos días. Me podía decir simplemente no hay cambio y para mí no hay
cáncer, o me podía zampar la novedad de que ya por fin encontró el primario de
mi cáncer en el ojo que había estado creciendo a la sombra de alguno de mis
órganos vitales. Eso era el motivo oficial de mi presencia en el BC Cancer
Agency: “detection of primary tumour”.
Me
presenté de nuevo en el hospital varios días después del CT Scan, y muchos momentos
después de estar luchando por mantenerme en calma y confiando que iban a
decirme lo que yo estaba deseando que me dijeran. Momentos clave: se debe
luchar un buen rato antes de dormir, pensando a propósito en otra cosa hasta
desvanecerse en el sueño, o pensar en cómo tu cuerpo está limpiando todo ese
mugrero detrás del ojo mientras estés dormido; y se debe luchar contra el
acecho de malos pensamientos cuando te despiertas a media noche para ir al baño
y lo primero que recuerdas es que pronto vas a ir de nuevo a enterarte de una
parte fractal de tu destino; y tienes que evitar que esos pensamientos te
distraigan cuando estás trabajando durante el día, o mientras manejas el auto de
un lado a otro, o quedándote ido en un semáforo hasta que la bocina del auto de
atrás te reclama al presente; o sentado esperando que se “baje” tu email en la
oficina, el cual terminó de enlistarse en el Inbox hace mucho rato sin que te percataras; y mientras te bañas y
te rasuras tienes que combatir e impedir que los malos presagios te amedrenten
y debiliten la certeza de que estás y vas a estar bien. No puedes permitir ni
por un segundo que esto se te salga del control absoluto de tu resolución
invencible. Es fundamentalmente agotante. En todo momento he sentido que estoy
a punto de soltarme, pero no lo he hecho...
Me
recibió el Dr. Lim después de una revisión bastante superflua de su joven
rémora médica, a quién seguramente le parecía muy poco excitante mi caso, y eso
me dio mucho gusto. Entre más aburrido les resulte mi expediente, mejor me
irá... Y así fue. El Dr. Lim me saludó amablemente, y me hizo un resumen verbal
de todo mi caso a sus ojos, -lo cual resultó ser como un ritual de cierre-, y
me comentó lo que había platicado y acordado con la Paton. Por lo que a él atañía,
mientras la doctora no requiriera otra cosa, con él ya había yo terminado.
Magnífico. Ahora a esperar la cita del 26 de Noviembre con Katherine E Paton, MD.
Esta
vez me tocó ir el Viernes anterior a hacerme los estudios de los ojos, fotos y
ultrasonidos, antes de mi cita en el Eye Care Centre. Me sentí algo apenado
cuando le cuestioné a su secretaria el que me dieran las citas separadas,
teniendo que venir dos veces. Ella amablemente me explicó que tanto el gabinete
de ultrasonido como en el área de fotografía intraocular estaban colmados de
citas. Luego me abrió su agenda y me mostró que la Paton tenía ya espacios
duplicados de consultas por todos lados, y de ahí llamó mi atención a las
ciudades de donde venían muchísimos de estos pacientes. Algunas requerían de
trasladarse en ferri, no sólo en auto por carretera; otros debían tomar vuelos
para evitar 10 horas de carretera. Muchos debían quedarse al menos una noche de
hotel. Así que les estaban dando preferencia a éstos para hacerles sus estudios
y consultas el mismo día. “You only live 40 minutes away from here...” apuntó. Y además la mayoría de estos enlistados
sí tienen un cáncer diagnosticado. No requería decirme más. Me disculpé por
impertinente y le agradecí su explicación.
El
día 26 de Noviembre llegué puntual a mi cita con la Paton y ella, puntual a su
costumbre, me hizo esperar casi 2 horas, mientras pasaban muchos pacientes
citados antes que yo. Unos entraban y salían en cosa de minutos, mientras otros
duraban dentro hasta 20 o 30 minutos. Aquella por primera vez no pudo acompañarme,
así que no tenía yo con quien hacer cara de puchero porque me hacían esperar
para saber si el bolotoma había
vuelto, enojado y vengativo, por los cortico-esteroides que le habíamos
embutido antes. Cuando llegó mi turno al fin, encontré a la doctora callada y
pensativa. Dedicó no menos de 15 minutos revisando los últimos estudios y
comparándolos con los anteriores. El software que usan te permite poner en
pantallas ambos estudios para comparativa, y te grafica con claridad los
cambios en la parte inferior de la interface. Ni una sonrisita, ni un
comentario tuvo en todo ese enfocado análisis. Después me preguntó de nuevo
varias cosas, para el caso de que hubieran cambiado; síntomas generales y
específicos: aumento o baja de peso, estado de ánimo, dolores, insomnios,
sudoraciones nocturnas, agotamiento de la energía vital, por ejemplo. (Yo sentí
ganas de decirle que así como encontró mis plaquetas bajas, pero que así son
mis normales, así me es normal perder la voluntad de vivir, porque es una de
las consecuencias del SAP -Síndrome de Amargura Prenatal-, pero me dio flojera
traducirlo, y en Inglés no se percibe tan grave...) Y luego me pidió mis
comentarios. Le expliqué que tenía la sensación de que mi ojo izquierdo había
mejorado su visión lo suficiente como para que mis lentes graduados ya no le correspondieran
a sus deficiencias de enfoque. De inmediato me revisó la visión con las
letritas miniatura que se proyectan en la pared mientras te tapas por turnos un
ojo y el otro. Me ratificó que efectivamente, mi visón en ese ojo había
mejorado notoriamente -2 líneas adicionales de letritas más y más chiquitas-,
pero me aconsejó fríamente no ir aún con mi optometrista por otros lentes; “we are not done here yet...” dijo sencillamente, sin
mayores explicaciones pues yo no las requería. El bolotoma podría aún salir con alguna gracia cuando me quitaran al
100% los esteroides y pasaran varias semanas.
Finalmente
me enseño detenidamente todo lo que ella veía. Se había reducido ciertamente,
pero no del todo. Eso era lo que la dejaba inquieta. Por eso yo veía mejor,
pero aún había una deformación leve en la retina, justo detrás de la mácula;
como un abombamiento. Ahora si que una biopsia estaba fuera de las opciones
para la doctora. Si antes era demasiado pequeña la lesión para sacarle células,
ahora menos... ¿Jaque? -Pero no mate,
me diría Aquella-.
Miguel
había tenido la oportunidad de consultar con un colega suyo especialista en
oncología de ojos, mostrándole mis estudios. Y luego me escribió un mail con
los comentarios y sugerencias de dicho especialista. Éste estaba totalmente de
acuerdo con lo que la Paton y secuaces estaban haciendo, mas colaboró con
algunas sugerencias y comentarios. Cuando les mostré el papel que imprimí del
mail de Miguel en la consulta de la Paton, de inmediato brincaron con
curiosidad. Se lo llevaron y sé que se fueron a hacer un meeting entre ellos sobre esas sugerencias, descritas en esos términos
ocultistas de la medicina oficial.
Una
era hacer la biopsia donde es mucho menos peligroso invadir, en un área lateral
del ojo que tuviera algo de infiltración a lo largo de la coroides y que podría
contener algunas células y químicos indicadores de un linfoma. Ahora me
enteraba que el principal sospechoso, y casi único que quedó, fue que se tratara
de un linfoma. No me extraña que les resulte inquietante: 98% de probabilidades
en mi contra no es una apuesta fácil de hacer para ellos. Para mí esa era la
única apuesta posible hasta que me comprobaran lo contrario, sin hacerme la
biopsia. La Paton me explicó que esa opción no nos serviría ya, pues la
reducción de la lesión desapareció con ella esas pocas áreas que parecían contener
líquido. Ya no había de dónde cosechar células sin cegar el ojo. Jaque.
Otra
opción del amigo de Miguel era hacer un MRI (resonancia magnética); un PET Scan
y una punción del líquido raquídeo. Paton me explicó que el MRI sí era una
herramienta factible más, pero que en mis circunstancias específicas un PET
Scan no nos daría nada de valor. La lesión no había crecido, y en todo caso se
había reducido. Ahí aprovechó la Paton para refrendar lo que había dicho su
colega. Él proponía aplicar radiación local en ese ojo, como medio de
diagnóstico. Así como los esteroides ayudaron a ir adivinando con qué tipo de
células estábamos lidiando, esto nos daría más información. El especialista
amigo de Miguel explicó que aunque sea cierto que los esteroides reducirían un
proceso inflamatorio, un linfoma también produce inflamación perimetral, y ésta
es sensible a los esteroides, pero no así el linfoma, por lo tanto, puede haber
reducción de la masa, pero si no desaparece, pues puede aún estar ahí un
linfoma y de pronto acabar con todas mis ilusiones. La radiación podría
desaparecerlo. ¿Una salida?
El
caso es que para llegar a esa opción radioactiva, pasando por el MRI y un Spinal Tap, se requería meter en el
asunto a un especialista en linfoma del BC Cancer Agency, pues el protocolo
normal indica que se haga uno u otro tratamiento una vez que se haya
diagnosticado con precisión histológica de microscopio la naturaleza de la
malignidad. Así que la Paton me explicó que tomarían en cuenta los comentarios
enviados por Miguel, y me enviarían con otro médico más –o más bien en busca de
un cómplice-. Otros ojos que vean los míos, y nos den una segunda opinión; y
posiblemente apoyo para hacer la “prueba” de la radiación. Como movimientos en
el tablero de ajedrez.
Consideré
que mis deseos seguían impulsando mi realidad. Yo ya había decidido que hay una
cicatriz en la coroides de mi ojo izquierdo, que muy probablemente ya no se
vaya de ahí. Pero ellos quieren 100% de seguridad. Tendría que seguir adelante
y ahora someterme a más estudios, más opiniones, más citas; más anticipaciones
angustiantes y agobiantes. Una sospecha de esta naturaleza se persigue de
oficio.
Ahora
continuaría mi peregrinar con un especialista en linfoma de apellido Shenkier. Al
leer ese apellido me pregunté si sería un buen jugador de ajedrez...
Mi
cuñando Scot me contó que su colega del MD Anderson le había expresado que en
cuanto a linfoma se refiere, Vancouver era uno de los ejes médicos más afamados
del mundo en esa variedad tan versátil de los tumores malignos. Por tanto en
teoría, yo seguía estando en muy buenas manos; y en la práctica, aunque era mi
primer experiencia y aún no terminaba, todo iba so far, so
good como diría un buen británico, aunque sea de por aquí.
El
esperado 26 de Noviembre había llegado y partido, dejándome un sabor agridulce
en la boca del estómago. Iba bien, pero no del todo. Había que seguirle sacando
la vuelta a los jaques...
De
regreso a la casa, tuve que manejar. Aquella lo había hecho por mí en todas las
citas anteriores, porque una vez que te dilatan tanto los ojos, manejar no es
lo más indicado pues la luz es cegadora y el enfoque está apabullado. Hubo una
ocasión anterior en que me presenté solo, pero era de día, y me defendí bien
manejando con lentes oscuros, cuidado y atención, y además la dilatación había
sido para las fotos oculares, y eso había sido 4 horas antes, así que ya veía
más normal. Esta vez salí de la consulta con la Paton de noche, y la revisión
física del ojo la realizó hasta el final, así que estaba con el pleno efecto en
mis pupilas. La larga avenida por recorrer está colmada de arbotantes, anuncios,
letreros iluminados, faros de autos de un lado y luces rojas intensas en las
partes traseras de autos y camiones en cantidades exageradas. Amarillos,
verdes, semáforos; y el reflejo de todo esto, sobre el pavimento empapado por
la lluvia. Yo lo veía todo como si hubiera engullido ácido lisérgico. Un tanto
alucinante. Un espectáculo de rayos y halos de luces que brillaban en forma de enérgicos
luceros geométricos entrecruzando todos su haz luminoso hasta el infinito.
Despacito, no sé cómo, llegué hasta la casa, anhelando poder haber fotografiado
todo eso que vi.
Antes
del momento de seguir con lo que seguía, me metí a averiguar quién era el
galeno que ahora me atendería, y lo primero que descubrí, encantado, es que el
Dr. Shenkier era en realidad la Dra. Tamara Shenkier. La cuenta del género de
mis encargados médicos iba 4 a 1, mujeres por hombres. Buen inicio. Aparece por
todos lados su nombre relacionado con cargos elevados dentro del sistema del BC
Cancer Agency. Su consultorio está justo detrás del edificio del Eye Care
Clinic, arriba del estacionamiento donde siempre dejamos el auto cuando me
tocan mis citas. Muy fácil y cómodo de llegar.
Primero
me recibió su estudiante/médico/practicante como en todos los casos. Éste amigo
asiático canadiense me auscultó muy bien, y me interrogó por mucho rato,
cuestionando cada comentario o respuesta que yo le daba, y fue rellenando dedicadamente
varias hojas de información.
Me
volvió a salir alta la presión. No me hizo gracia pensar que iba a resultar que
efectivamente se me sube la presión por el susto de estar esperando ver qué
opina un oncólogo de mi misterioso linfoma que no podemos encontrar. Y luego me
alteré peor, pensando que no era por susto, sino porque además ahora estaba, lo
que nunca, jodido de la presión. Me dio risa de coraje. A veces esos estados de
ánimo se me vuelven una escena, o varias escenas de sitcom.
Estaba
contrariado con eso mientras me recostaba en la mesa de consulta vistiendo mi
ridícula batita de hospital (nótese que la ridícula es la bata abierta por
detrás, y no mis nalgas...), me dijeron que me quedara en calcetines y así lo
hice. Negros. Mis perros son blancos y tiran más pelo que mi peluquero al fin
del día. Era Lunes, día de aspirar...
“Do you have dogs?”
“why, you mean because of the white hair on
my sucks, eh?”
“Yes, well,
I have a dog too so I understand”
“Yes, well, these you see stuck to my sucks
belonged to my wife, you know. Weird disease, eh?”
“Hem, ah,
hu well, I... am, eh...”
“You know? A strange name it has too, eh?”
“I’m sorry,
no, sir, I don’t...”
“Something like info-something, but not in
Italian; it just sounds funny, like Latin funny, you know”
“So, hum, she looses her hair because of this
disease?”
“Her hair? What do you mean? Whose hair?”
“I’m sorry,
I understood you that the white hair/”
“Good Lord man! Are you still stuck on that
subject? That was ages ago”
“So, the
hair is not your wife’s?”
“It sure is, in the sense that it was her
turn to vacuum the floors, and she didn’t. But it fell out of the damn dogs”
“So, I’m
sorry, what was the strange disease your wife has?”
“I am not aware of my wife being sick at all.
What do you mean?”
“But you
said the hair belonged to your wife and it was a strange disease!”
“Again with the hair! I just said the hair
belonged to her because she had to vacuum. –That’s your hair, sweetie-, she says when it’s my turn, but today it
wasn’t, because we exchanged days, eh? since I had this appointment with you
guys, you know. Then I commented on the fact that my mysteriously hiding possible
disease has a strange Italian name but it’s not food. I don’t understand where
you came up with all this nonsense of her being sick, eh?”
“Are you
serious, sir?”
“Of course not! Why would I be serious? Because I’m visiting an oncology clinic to chat
about my future?”
“Sir?”
“Sir?”
De
pronto el joven médico me estaba tratando de sacar de mi daydream. “Sorry. Yes?”
contesté de inmediato cuando me di cuenta. Nunca sé cuánto tiempo ha pasado
pero cuando no estoy muy a gusto en un momento dado o estoy aburrido, como esta
escena, pero varias a la vez, me corren furtivamente por la cabeza y el tiempo
deja de existir mientras sonrío de nuevo.
Dio
inicio a su revisión física muy serio él, y muy profesional. No era novato. Me
palpó hasta los testículos, literalmente y en el estricto sentido de la
palabra. ¿Qué le podría reprochar después de la broma que le acababa yo de
jugar?
Finalmente,
apareció la Dra. Shenkier. Una mujer alta, de unos 50 años, con ojos saltones
azules y una sonrisa franca y fácil. Me saludó muy amablemente y se sentó junto
a mí a platicar. Repasamos el historial, las visitas, los síntomas, las
opiniones y todo lo que me había ya pasado hasta ese momento. Prontamente me
dijo que requería del MRI, y de una nueva batería completa de estudios de
laboratorio, y que después veríamos si se requeriría de una Spinal Tap y me explicó lo que era y
para qué, y yo no dije que ya sabía, para oír su propia explicación. Algunos
rastros químicos específicos de ciertos canceres circulan en el líquido
raquídeo y su detección ayuda a determinar la presencia en el cuerpo de dichas
células ingratas, aunque no su proveniencia exacta. Sospeché que la Shenkier
había sido una estudiante muy matada en la escuela desde antes del kínder.
Rellenó ella misma una hoja de orden de laboratorio, me la entregó y en ese
momento, viéndome a los ojos me dijo sonriente “I do not expect to find anything bad, but we need to
make sure”. I understand, Doctor. Thank
you. La despedida fue eficiente y rápida, y quedaron de
avisarme de la cita para el MRI, mientras yo iría de inmediato al laboratorio
del BC Cancer Agency, en el gran edificio a media cuadra, a dejarlos
desangrarme para obtener las muestras suficientes para la plétora de análisis
requeridos.
Ahí
llegué en 10 minutos y de inmediato me pasaron. Me sacaron alrededor de 10
tubos de ensaye de sangre, y cuando le dije al técnico que era mucha sangre, me
dijo que me habían ordenado muchos análisis sin embargo no era tanta la sangre;
porque no es tuya, pensé. Después en
la recepción, me entregaron un bote de plástico rojo bastante grande, con
agarradera integrada y todo, como recipiente para gasolina, pero con una tapa amplia
por un lado en la esquina. Especial para recoger orina. Me explicó la encargada
que debía rellenarlo con la orina completita de 24 horas... Yo que tomo diario
mucha agua y voy muchas veces en 24 horas a orinar, le pregunté que si me
alcanzaría ese bote. Ella lo levantó, diciendo: ¿crees que hagas más que esto?
Ya lo veremos, remató. Al instante caí en la cuenta de su experiencia y me
sentí algo ridículo apostando a que orinaba más que ese galón, como una más de
las estupideces genéricas masculinas. Thank
you... y me fui. Justo al llegar al elevador, comprendí que tendría que
volver hasta ahí a dejar mi garrafón de orina, y afortunadamente se me ocurrió
regresar a esa recepción y preguntarle a la mujer si no sería posible que lo
llevara al laboratorio médico que estaba cerca de mi casa. Por supuesto que se
podía, y me dijo que dentro de la bolsa de plástico donde me proveyó el bote,
venía la orden específica. Me ahorraría una vuelta larga, gracias a que los
laboratorios, todos, están interconectados. Vas a cualquiera, y ellos se
encargan de enviar tus resultados al Dr. que los ordenó.
No
debía beber alcohol en esas 24 horas de tomas de orín. Pablo mi cuñado estaba de
visita en la casa pues vino a pasar las vacaciones de fin de año con nosotros y
trajo unas botellas de un tequila encantador, y claro que se me olvidó y brindé
profusamente con Aquella y Pablo esa misma noche incluida en el periodo de
muestreo... Cuando recordé la contraindicación decidí hacerme el desentendido y
no decir nada. En el instructivo también decía que había que mantener la
muestra en refrigeración hasta el día de la entrega. Yo no iba a meter a mi refrigerador
un garrafón de orines, pero afortunadamente el garaje de la casa está igual o
más frío que el refrigerador, así que me ahorré el desagrado conservando ahí la
muestra. ¿Que a media noche quieres hacer pipí? Vístete -yo duermo encuerado-,
baja al gélido garaje, coge tu tambo de pipí, has temblando tu depósito y luego regrésalo
a su lugar. Ya de regreso en la cama, sacudido por el frío, el sueño me quedó bien
espantado y tuve que retomar todo el ritual mental para dormirme sin elucubrar
a mi acechante muerte a manos del cáncer. O en un restorán; para ir al baño, tuve que primero salir al auto, sacar de atrás el bote a medio
llenar, regresar y entrar al baño, orinar en el bote y luego regresarlo al auto
para no tenerlo junto a la mesa del restorán, convencido de que todos los
comensales se quedaron adivinando qué estaría yo tramando, por esa manía humana
de creer que todos están pendientes de uno todo el tiempo. Pero 24 horas pasan muy,
muy rápido a mi edad. A la siguiente mañana estaba entregando la muestra
gigantesca en el laboratorio de mi colonia. Listo para mi siguiente cita para
el MRI, al año siguiente, el día 7 de Enero. Para de ahí estar listo para mi
siguiente cita con la Dra. Shenkier, el día 10.
Al
año siguiente...
“Do you suffer from claustrophobia,” fue una de las preguntas en
la forma que debes llenar antes de que te introduzcan en un tubo cerrado, más
apretado que en un ataúd, y sujetado de todo el cuerpo. Mentí y puse que no. Ya
vería cómo le hacía a la mera hora. El solo concepto de quedar atrapado,
inmóvil dentro de una caja cerrada, me da de inmediato latigazos de calosfríos,
se me yergue todo el vello de la espalda hasta estallar en la nuca, y si
insisto en imaginarlo, o lo veo en una escena de cine o TV, comienzo a
agitarme, respiro aceleradamente y me brota una sudoración fría muy
desagradable, que de inmediato incrementa los calosfríos y potencializa las
ganas de salir corriendo y gritando antes de llegar al vómito. Así nomás.
Aquella
me acompañó al área de Imaging del BC
Cancer Centre cargada con sus planes de lectura, y se quedó tranquila sentada
en la sala de espera del área cuando me llevaron dentro. Me tuve que vestir de
nuevo como interno en un hospital, dejar fuera de mi cuerpo todo artefacto de
metal y curiosamente, me dijeron que no me quitara los zapatos. Caminar por un
pasillo, con una batita de hospital abierta por detrás, tapándote las
vergüenzas por la espalda con una mano, y calzando zapatos y calcetines negros,
es una imagen deplorable que causa incomodidad a cualquiera que te ve avanzando,
seguramente desahuciado, hacia tu cercana muerte.
Como
siempre, las enfermeras técnicas fueron un mar de amabilidad y buen trato. Me
explicaron que iba yo a escuchar ruidos muy fuertes dentro de la cámara
cilíndrica donde me meterían, y que por eso llevaría puestos unos cubre orejas
especiales supresores del sonido. Eran como unos audífonos, pero blancos. El
material seguramente sintético pues no se debe introducir metal, al igual que
en un horno de microondas. También me explicaron que en algún punto detendrían
el asunto, me sacarían un poco del ataúd electrónico y me inyectarían un medio
de contraste intravenoso, para deslizarme dentro de regreso y seguir con el
proceso. Ya tengo amplia experiencia con esos menesteres, no tenía nada que
preguntar al respecto, y ya había señalado en la forma que no era alérgico al
medio de contraste, y qué bueno que no tuve que ahondar en las cosas de las que
sí soy alérgico como los políticos en general, el tercermundismo o la falta de
cultura...
Me
acostaron boca arriba en una estrecha camilla motorizada que forma parte del
enorme aparato, y que se desliza al interior del tubo, metiendo en éste tu
cuerpo apretado, sobre todo de la cabeza que no se debe mover un ápice, y por
lo tanto la sujetan con una especie de máscara de portero de hockey. Yo había
decidido cerrar los ojos antes de entrar al tubo, y usar mi poder mental para
irme a otro lugar de espacios muy abiertos, iluminados y felices. Justo iba
entrando al tubo cuando las enfermeras me preguntaron si las podía escuchar por
las bocinas interiores -cosa por demás inquietante, saber que aunque estén ahí
cerca, sin el uso de un sistema de comunicación no nos podríamos escuchar-, y
más inquietante aún me resultó que me habían también entregado una bombita de
goma, conectada con un cable, que debería tener siempre en la mano, lista para
ser apretada en caso de emergencia para que me oigan y me saquen de ahí. Se me
abrieron los ojos solos, y descubrí que el “techo” del tubo, que por fuera
parecía muy amplio, estaba a escasos 10 centímetros de mi nariz. La bombita de
las emergencias se apretó solita y me dieron ganas de llorar del susto. Cerré
los ojos al instante tratando de borrar ese concepto de mi mente y viajar a
otro lado imaginariamente, pero la camilla se frenó de golpe y me regresó hacia
afuera. Me dio pena con las enfermeras que nada más hubiera aguantado 2.5
segundos dentro del aparato. “What’s wrong?” me preguntó pacientemente la enfermera. Sorry, I
pressed the thing by accident, but now that you are here, how long will I have
to be in there for? “About 45 minutes. But don’t worry, it goes faster than
you think, unless you keep pressing the alarm...” y de nuevo para adentro... Esta vez ya no abrí los
ojos por ningún motivo. Algo que ayuda un poco, es que cada vez que pasa una
serie de emanaciones magnéticas te dicen por el sistema de audio que ya pasó
esa etapa, que todo va bien y que la etapa siguiente durará unos 4 minutos, por
ejemplo. Lo curioso es que el ruido exagerado que hace la máquina es distinto
cada vez. Me resulta inexplicable que un aparato tan moderno haga tanto
ruido... Mantuve mi respiración pausada, y me logré concentrar en otras cosas
más agradables. Fue mucho menos terrible de lo esperado, y ahora sé que se debe
a que cuando sabes que estás a un apretón de la alarma para que te saquen del
ataúd, no es tan tenebroso como cuando te entierran vivo y se van. Cuando salí,
la sonrisa de Aquella apagó los restos del evento y le propuse irnos a comer
delicioso. Estaba seguro que el resultado del MRI y de los análisis de sangre y
orina serían positivos para mí y negativos para el linfoma; o el cáncer, más
bien, pues prefería no llamarle por su primer nombre porque no me interesaba
conocer al dichoso cáncer sospechado. A una cuadra de ahí, hay un pequeño
restorán chino llamado Peaceful Restaurant. Fue uno de los restoranes visitados por Guy Fieri en Vancouver para su
programa de TV Diners, Drive-Ins and Dives, del Food Channel, y por eso lo descubrimos. La comida de este contemporáneo
chef chino es simplemente sublime y subyugante.
Dos
días después vería a la Dra. Tamara Shenkier y ella confirmaría mi diagnóstico
personal. Mi intento y pensamiento estaban agudamente puestos en que Shenkier
me recibiría diciendo que no hubo nada, y que tan no hay nada, que ella no requerirá
ya de nada....
El
día 10 de enero de 2013 llegué a mi cita acordada en el consultorio de la Dra.
Shenkier, completamente desarmado de defensas porque iba a recibir una muy
buena noticia. La cita duró 5 minutos. Me acababan de pasar a un cubículo de
consultas y esta vez no vino ningún practicante a verme o a preguntarme nada.
Directamente entró la Dra. y se sentó a mi lado con una amplia sonrisa. Muy
distinto a ese día 6 de Junio del 2012 en que estaba sentado en un cubículo
similar y entro de golpe la Dra. Wittenberg diciendo “Aldo, we have to talk!”, con tono semidramático. En cambio ahora, 7 meses
y 4 días después, la Dra. Shenkier sin preámbulos me dijo que no hubo nada, y
que tan no hay nada, que ella no requerirá ya de nada. Todo estaba totalmente
normal, e incluso el bolotoma del ojo izquierdo en el MRI no se podía ni
apreciar bien. ¡Ja! ¡El jaque mate me lo estaba yo pasando por el arco del
triunfo! El 2% de la estadística me estaba siendo suficiente.
Tras
llevar a cabo el mismo ritual del Dr. Lim de resumir verbalmente toda la
información y eventos a manera de cierre, La Dra. Tamara Shenkier me dijo al
igual que Lim que quedaba en manos de la Paton lo que siguiera, y que si
requerían algo más ya la Paton lo ordenaría, pero por lo que a ella concernía,
yo no tenía nada que fuera de su interés. Me mandó a mi casa y salí de ahí
encantado de la vida.
Aquella
no me pudo acompañar ese día porque estaba atendiendo a Pablo. De hecho, en la
cita anterior un par de días antes, para los estudios de los ojos con la Paton,
ella y Pablo que habían venido conmigo se fueron a los tacos al ver que mi
asunto iba para largo, así que está vez yo me desquité y me fui solo a comerme
2 tacos de pastor, 2 de carnitas y 2 de tinga de pollo que me supieron a
gloria. El desquite era más contra la vez de aquel 5 de Junio en que apenas
sentándome a comerme esa misma orden de 6 tacos, me llamaron del consultorio de
la Dra. Wittenberg apenas a 20 minutos de haberme hecho el ultrasonido, para
decirme que debía verla a la mañana siguiente y yo sabía que era por algo que
no quería nunca oír; entonces perdí el apetito al sentir cerrado el estómago
por vez primera en mi vida y ya no comí nada ese día...
Ahora
ya solamente me faltaba la cita con la Paton el Lunes siguiente. Ahí lo que yo
esperaba oír era que todos estaban de acuerdo en que no había rastros en mi
cuerpo de linfomas, que el bolotoma se había al menos mantenido en paz desde
que dejé los esteroides, y hasta reducido. Que ella ya se sentía conforme y que
por lo tanto hasta ahí íbamos a llegar por ahora y sólo me revisaría en 3 meses
para confirmar que todo estaba bien.... Ni siquiera me quise preparar
mentalmente para contrariedades de tan seguro que me sentí.
El
Lunes se presentó muy pronto. Pasamos un feliz fin de semana más con Pablo,
creando cosas y viendo películas y documentales. Entre otras cosas nos tomamos
fotos en mi estudio para crear un tótem familiar, donde apareceremos Aquella,
mis hijas, los perros, la gatita anciana, Pablo y Mateo. Me senté a esperar las
acostumbradas dos horas en la sala de espera de la Paton, que resultaron ser
más de tres. Se me pasó rápido porque estaba tranquilo y no esperaba nada malo,
y así el tiempo se va pronto, leyendo o platicando con Aquella. Cuando al fin
pasé, la Paton dedicó unos minutos a ver mis estudios como siempre, otro tanto
a revisarme la vista, me empezó a resumir todo verbalmente –magnífico, pensé-,
y luego me puso gotas para dilatación y me dijo que me quería ver el fondo de
los ojos una vez más. Me mandó a esperar a que las gotas hicieran su efecto y mientras
tanto terminó de pasar a todos los que quedaban en la sala de espera. Me dejó
hasta el último, y entonces me pasaron de nuevo.
Me
volvió a revisar muy bien con el oftalmoscopio, lo retiró, y se dedicó a hacer
anotaciones en mi expediente. De ahí de pronto me preguntó por mi trabajo de
fotógrafo y me dijo que la estaban presionando para que entregara un retrato
suyo actualizado para la asociación médica en la cual es presidente de no
entendí exactamente qué. Me dijo que no toleraba las fotos propias y menos
desde que recientemente había ido a no se qué evento en el que vio muchas
cabezas pelonas sentadas en unas mesas del salón de fiestas, y en otras mesas más
al fondo reconoció a muchos que habían sido sus estudiantes y que ahora eran
médicos especialistas. Me expresó su desazón cuando descubrió que su lugar
estaba asignado en las mesas de los pelones.
Le
ofrecí mis servicios y le aseguré que todo el mundo siempre se ve muy bien en
mis fotos. Recibió entusiasmada mis tarjetas de presentación. Me dijo que
incluso debería considerar algunas fotos con su esposo, pues no lo habían hecho
desde hacía quizás 25 años. Le mostré en mi página de internet algunos ejemplos
de fotos de parejas y se mostró entusiasmada con la posibilidad de unas fotos
de familia, además de su retrato oficial.
Finalmente
me dijo que ella estaba contenta con el resultado hasta el momento. Yo esperaba
satisfecha o conforme, no tanto como contenta. Me dijo que para ella, el
bolotoma estaba activo cuando me vio por vez primera, y ahora estaba inactivo.
No hubo rebotes, e incluso estaba más aplastado que antes. Me dijo que un
linfoma no se comporta así. Yo pensé para mí, ha de ser la cicatriz permanente
que me auguró Miguel. Polvos de mi camino recorrido ya por 54 años... Se
disculpó por no poder darme una respuesta final al 100%, pero todos sabemos por
qué no podía hacerlo, y no me importaba; yo sabía que no era cáncer, y punto.
Antes
de acabar me dijo que me quería ver en tres meses para darle seguimiento, y que
yo debía estar atento a cualquier alteración en mi vista y debía llamarla de
inmediato en caso de cambios. Se lo prometí, y así, sin más que decir, nos
despedimos y salí caminando ligeramente, como si no pesara tanto, rumbo a
seguir mi vida dejando todo esto detrás, relatado en este excesivamente largo
texto que trata, en su enormidad, de darle al evento el peso que realmente tuvo
en mi vida. Si creerte con cáncer por un poco de tiempo es así, ahora siento una
compasión como nunca la había sentido por los que caen en el 98% de la maldita
estadística de esta enfermedad tan apabullante.
Espero
nunca olvidar, pero no pretendo recordarlo. ¡Pa’lante! Como diría un buen
andaluz. Y si algo cambia en un futuro, confío en que estoy mejor preparado
para enfrentarlo, apoyado por los que durante este trance demostraron ser mis
mejores amigos, mi inefable esposa y mi templanza recientemente adquirida,
dispuesta a soportar conmigo los polvos que el camino aún me tenga deparados...
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