Sunday, December 22, 2013

Mi compadre Juan Antonio...

Para Juan Antonino, Bonny y Alida


Disfrutando con su familia en su casa en la Presa de La Boca, Monterrey, NL (Abril, 2006)
Juan Antonio Ballí Martínez se subió en un pequeño avión una mañana del mes de Junio del 2006, para ir a revisar el avance de obra de una planta termoeléctrica que su empresa constructora estaba edificando en las remotas alturas de la sierra de Durango, un enorme estado al Norte de México. Al intentar aterrizar en la pista de tierra que atraviesa un pequeño poblado en las alturas, un error del piloto causó que el avión cayera desplomado, un par de kilómetros dentro de la densa vegetación de esas montañas. Los encargados de las obras al ver a la distancia la caída del avión donde viajaba el patrón, a quien como tanta gente querían y respetaban, se adentraron en el bosque de inmediato para buscar a Juan Antonio, que venía acompañado de otro ingeniero, pariente de él; -Juan Antonio siempre que podía, le ofrecía trabajo a sus familiares-, además del joven piloto.

El encargado de seguridad de la empresa y otro de los trabajadores encontraron la avioneta destruida, y bañada en gasolina. Al revisar a los pasajeros, encontraron que dos de los ocupantes habían fallecido: el piloto y el otro ingeniero, pero Juan Antonio se aferraba a la vida, con la cara, las piernas y las manos fracturadas, y un golpe letal en el cerebro... había perdido la consciencia.

Sobrevivió el traslado a lomo por el bosque, hasta la enfermería del pueblo. Siguió vivo mientras sus empleados conseguían otra avioneta para trasladarlo a un hospital. Llegó vivo a la ciudad de Durango, y en el hospital lograron estabilizar sus signos vitales. Mientras tanto desde Monterrey, su hermano el Doctor Jorge Ballí ya estaba volando en un avión ambulancia con un equipo de médicos, Ivonne la esposa de Juan Antonio y algunos de sus más cercanos amigos que no pudieron dejar de ir y corrieron al aeropuerto de Monterrey para subirse en el avión y ayudar, o al menos acompañar a la familia. Juan Antonio sobrevivió el vuelo de regreso a Monterrey, y al llegar al hospital fue inmediatamente ingresado a cuidados intensivos, sometido a estudios, y a cirugías de emergencia. Había que perforar el cráneo para liberar cualquier presión que se estuviera generando por la contusión traumática, y había que limpiar de sangre los pulmones y sus bronquios. Las fracturas incontables se podrían atender después, cuando fuera un mejor momento para encontrarlas. Fue tan violento el impacto, que el aparato laparoscópico de un cirujano encontró alojado a la entrada del pulmón derecho un pedazo del tablero de control del avión; Juan Antonio viajaba en el asiento delantero junto al piloto, y en su lucha por vivir, su cuerpo alcanzó a bronco-aspirar hasta pedazos de plástico negro de la avioneta hecha añicos.

No era muy explicable cómo era que seguía vivo, pero todos los que estábamos abrumados y desorientados en las salas de espera del hospital comprendíamos que lo normal no aplicaba para nuestro Juan Antonio, a la vez que no nos quedaba muy claro ni cómo era posible que Juan Antonio estuviera en peligro de morir, ni qué íbamos a hacer si acaso moría. Creo que nadie, y con los días ni los médicos, creíamos posible que muriera. Y no falleció en los 3 primeros días, ni en las 3 siguientes semanas, ni en los 3 meses posteriores, y así, sufriendo y soportando en estado de coma todas las cirugías del mundo, y todos los tratamientos que existan, Juan Antonio tardó 7 años en al fin cejar en su afán de vivir, y descansar...

Esto es lo que me dejó a mí:

Criar a un hombre de bien, cabal e íntegro, en ésta nuestra sociedad humana, es casi una imposibilidad. Eso decía mi madre; ella hubiera querido ser la mamá de mi compadre Juan Antonio. Se hubiera conformado si yo fuera por lo menos un poco como él... Y yo también así lo he deseado, desde hace décadas, pero no está tan fácil. Creo que tenía razón mi mamá.

La noción utópica del hombre que construye, en vez de romper; que apoya, en vez de quitarse; que cumple, en vez de excusarse, porque es proveedor, es leal, genuino y responsable, es una noción de cuento, poco común en la realidad.

A mí Juan Antonio me enseñó todo eso, y muchísimo más. Y lo hizo como los verdaderos maestros: con su propio ejemplo. Él jamás pidió que nadie hiciera nada que él no hubiera hecho o estuviera dispuesto a hacer; y si no lo podías hacer, siempre trataría de ayudarte a lograrlo; siempre. La palabra nobleza, en todas sus acepciones, se debe utilizar liberalmente para Juan Antonio.

Él no perdía el tiempo guardando rencores o quejándose, porque estaba muy ocupado viviendo Su vida; y era tanta su pasión por ésta, que se le desbordaba y la distribuía entre todos sus seres queridos; por eso fundó sin querer Toñito Tours; -así le puse en broma, pero en serio, los viajes de muchísima gente, entre familiares y amigos se sucedieron por el esfuerzo y liderazgo inigualable de Toñito, como muchos le decíamos de cariño-. En alguna ocasión llegó a juntar para una foto de grupo a más de 80 familiares y amigos, arriba de un cerro nevado en Colorado, desde bebés hasta abuelitos...

Porque tener la suerte de contarte entre sus seres queridos, era un premio de por vida; era una beca inigualable, en la cual recibías cariño, respeto, apoyo, honestidad, y sobre todo, la verdad. Su amistad no era condicionada, ni limitada, ni tenía caducidad, y su inconcebible tenacidad para luchar inefablemente por todo lo que él quería lograr, era la misma con la que prodigaba su amistad y cariño a sus amigos o familiares, porque además, si te quería, te volvías parte de su familia -aunque a veces ni te lo merecieras-, pero él nunca te dejaba atrás porque no pudieras seguirle el paso. De haber sido así, nos habría dejado atrás a casi todos los que lo seguíamos. Era tan tenaz y empecinado, que al avión que lo mató, le tomó más de 7 años lograrlo...

En Bankok, Thailandia (2005)
Juan Antonio me enseño a no andarme con chismes, y a no juzgar ligeramente a nadie. Me enseñó a trabajar para una empresa; a viajar más lejos, a subir más alto, a correr con más ganas, a comer con más gusto, a jugar con más ilusión, a querer sin miedo, a dar aunque no tengas, a buscar más cuando no encuentres, y a compartir todo lo que puedas; a hacer las cosas también por los demás, y no nada más para mí.

La admiración, el respeto, el agradecimiento y el cariño que yo siento por Juan Antonio, es muy profundo y difícil de expresar. Mi vida hubiera sido muy distinta, y mucho menos valiosa, de no haber sido por él, y su ausencia, aunque hayan pasado ya tantos años, me sigue lacerando una parte muy intima del corazón... Él no estaría de acuerdo conmigo si me viera llorando todavía, pero, no es nada fácil ser como él.

Con su ejemplo comprendí que debes saberte querer a ti mismo, sino, ¿cómo pretender que los demás te quieran a su vez?

Su feliz vanidad era tomarse fotos, y a mí nada me gusta más que tomarlas, así que me brindó entre tantas otras cosas, la oportunidad de tomar fotos fantásticas, porque a él le gustaba que todo tuviera un propósito, y que éste valiera la pena; a mi compadre le gustaba tomarse fotos haciendo lo que más le gustaba en la vida, así que recorrí con él el mundo fotografiando sus desafíos a la aventura de vivir la vida, con su estilo único: inspeccionando las obras enormes que erguía, esquiando las nieves de peligrosas laderas inhóspitas, saltando olas intrépidas en varios mares del mundo, aventándose al aire desde un peñasco en matacanes, pescando tiburones en el mediterráneo, buceando en las profundidades de muchos mares, o simplemente zigzagueando con destreza y galanura en su slalom, por toda la presa de la boca; incluso, lo fotografié saludando de mano, en el mismísimo Vaticano, a su tocayo Juan Pablo II...

Juan Antonio esquiando frente a la casa que construyó para centro de reunión de toda su familia y amigos (2004)
Por su naturaleza empática, para ayudarme en tiempos difíciles, Juan Antonio me llevó con él a trabajar en su empresa, y mejoró así para siempre el curso de mi vida, y además de todo, me otorgó el enorme honor de bautizar a su primer hijo.

El Ingeniero Juan Antonio Ballí Martínez no se conformaba con que su empresa construyera proyectos; sus proyectos debían trascender, ser valiosos para la comunidad, enormes, debían ser de gran orgullo para todos los que participábamos en estos. Juan Antonio construía presas, plantas gigantes, desarrollos enormes, porque su espíritu generoso no podía pensar más que en términos de grandeza, de vastedad, de historia, de valor y de empeño. La presa de seguridad Rompe Picos, en Monterrey, es él: un enorme ángel de la guarda, fraguado en concreto. Una barrera enorme para proteger de las impertinencias torrenciales a todos los que se pueda; tan enorme como lo fue él en vida, y es por eso que su ausencia crea un hueco tan, tan grande, que nos deja casi sin aire para respirar...

Vancouver, BC
Invierno del 2013

Juan Antonio disfrutando de la compañía de sus amigos en Hong Kong (2005)





Friday, May 10, 2013

Les défauts des "autre" qui nous dérange...

Les défauts apparents qui nous dérange dans les "autre", sont parfois un miroir de nos propres déceptions ; et à cause de ça, nous nous fâchons avec les nouvelles et l'information des autre cultures, ou nous avons envie de rire avec des blagues... Mais, vraiment, c'est plus triste que joyeux, et c'est une raison pour considéré nos propre défauts, que pour ce fâcher avec notre réflexion...

Friday, March 22, 2013

The paths of war…


As Love can bring our newborns home
What does your Hate bring thy abode?

For every “foe” we run or kill
Is That what we bequeath, instil?

And every time we cheat and loathe
Is That how we beget our own?

Before you know if you want That
You need to know how much is What

And then decide for which to choose:
Bring babies Love, or kill them through.

Saturday, January 19, 2013

Ojos Que No Ven O En Busca de Otra Opinión...


Y se llegó el día: me presenté en la oficina de la Dra. Paton ocho semanas después, después de aumentar 15 kilos ingiriendo cortico-esteroides (y bastante comida), más muchos estudios más, además de las fotos y ultrasonidos de cajón y con una gripa terrible, además. Culpo a los esteroides por mi épica influenza que duró casi 4 in-delectables semanas.

Mi plan de no volver a ver sólo con el ojo izquierdo para evaluar su evolución hasta regresar con la Paton no duró mucho más de un mes. En una conversación con Miguel, me comentó que una posibilidad era que la lesión se hizo hace tiempo, y que es probable que remanezca una cicatriz, y ésta podría no desaparecer ya. Lo cual desde luego es la mejor oferta que he recibido hasta el momento, así que decidí adoptarla, y que ése fuera el foco de mi intento: no sólo no ha empeorado o aumentado en estos meses mi bolotoma, sino que además, se redujo, así que no es cáncer, pero hay una pequeña cicatriz. “¡Son los polvos del camino!” diría un buen escritor.

Al aceptar una propuesta, se debe cargar con todo lo que ésta implique, y una implicación es que la vista no vuelva nunca a restablecerse al 100%, así que no tenía caso dejar de ver con el ojo izquierdo solo hasta el perentorio día 26 de Noviembre, fecha en la que ganarían mi propuesta sugerida por Miguel, o la de la Dra. Paton: “If we are having this same discussion next time we get together, we will not have many more options...”, lo cual implicaba la biopsia maldita.

Estaba harto de tomar a diario los esteroides, y no me sentía muy a gusto todo hinchado y aletargado, mas no sé si en realidad desesperaba con dejarlos por lo que indicaría ese hecho, siempre y cuando fuera porque había sucedido lo que yo deseaba, y las cosas se veían mejor, en todos los sentidos.

Como quiera, si la vista no regresará a su estado normal, ¿qué caso tenía dejar de ver con solo ese ojo, seducido por la esperanza de que al hacerlo de nuevo ocho semanas después, me llevaría una sorpresa y todo se vería como antaño? Lamentablemente mi mente, traicionera impertinente, pensó que habría que estarlo revisando pero para ver si empeoraba durante las últimas 4 semanas en que se estaría bajando la dosis de esteroides cada cinco días, hasta llegar a la más baja dosis en el mercado, antes de comenzar a partir las pastillitas en dos. Si las cosas fueran para el lado contrario, pues la vista empeoraría. Una de las preocupaciones de la Paton, es el efecto de rebote que podría presentarse una vez libre del efecto farmacológico. Así que yo me auto martirizaba consuetudinariamente revisándome la visión izquierda, y de pasada la derecha, no se fueran a complicar más las cosas incluyendo al ojo “bueno”; bueno sobre todo en el sentido de que no me ha fallado su nobleza. La clásica historia humana del hijo pródigo. Todos los cuidados y atenciones para aquel que nos está dañando la existencia esperada con su lejanía, en cuanto parece que ya vuelve al seno, mientras al que incólume sigue haciendo sin haber parado lo que de éste se espera -mi inefable ojo derecho-, más le vale seguir haciéndolo bien, por los dos, quedarse calladito y sin esperar nada, agradeciendo la presencia de un gemelo ingrato. ¿Qué podré hacer para consentirlo y darle ánimo?

Primero tenía que pasar por el tamiz del Dr. Lim, el primer oncólogo con quien me mandó la Paton desde el inicio de nuestra apacible relación médico-paciente. Eso implicaba ir un día a hacerme otro CT Scan, y luego volver a la consulta. Esta visita era tras 3 meses de la primera, y era para confirmar el diagnóstico anterior. Así le expliqué a Aquella que me acompañaba por primera vez al CT Scan pues había estado de viaje la primera vez que me metieron en el aro enorme del aparato escudriñador para rastrear todo mi cuerpo. Esta vez todo pasó tan rápido, incluyendo las inyecciones de medios de contraste y todo, que aquella no tuvo tiempo de leer casi nada de lo que tenía planeado leer mientras yo salía del martirio médico-tecnológico. De inmediato traté de hacer memoria de si yo había hecho drama de lo tardado que hubiera sido la vez anterior, pero no pude recordar. Como hago dramas muy seguido y de casi todo...

Llegar hasta la tarde de la cita con el Dr. Lim después del CT Scan era un martirio más de muchos días. Me podía decir simplemente no hay cambio y para mí no hay cáncer, o me podía zampar la novedad de que ya por fin encontró el primario de mi cáncer en el ojo que había estado creciendo a la sombra de alguno de mis órganos vitales. Eso era el motivo oficial de mi presencia en el BC Cancer Agency: detection of primary tumour.

Me presenté de nuevo en el hospital varios días después del CT Scan, y muchos momentos después de estar luchando por mantenerme en calma y confiando que iban a decirme lo que yo estaba deseando que me dijeran. Momentos clave: se debe luchar un buen rato antes de dormir, pensando a propósito en otra cosa hasta desvanecerse en el sueño, o pensar en cómo tu cuerpo está limpiando todo ese mugrero detrás del ojo mientras estés dormido; y se debe luchar contra el acecho de malos pensamientos cuando te despiertas a media noche para ir al baño y lo primero que recuerdas es que pronto vas a ir de nuevo a enterarte de una parte fractal de tu destino; y tienes que evitar que esos pensamientos te distraigan cuando estás trabajando durante el día, o mientras manejas el auto de un lado a otro, o quedándote ido en un semáforo hasta que la bocina del auto de atrás te reclama al presente; o sentado esperando que se “baje” tu email en la oficina, el cual terminó de enlistarse en el Inbox hace mucho rato sin que te percataras; y mientras te bañas y te rasuras tienes que combatir e impedir que los malos presagios te amedrenten y debiliten la certeza de que estás y vas a estar bien. No puedes permitir ni por un segundo que esto se te salga del control absoluto de tu resolución invencible. Es fundamentalmente agotante. En todo momento he sentido que estoy a punto de soltarme, pero no lo he hecho...

Me recibió el Dr. Lim después de una revisión bastante superflua de su joven rémora médica, a quién seguramente le parecía muy poco excitante mi caso, y eso me dio mucho gusto. Entre más aburrido les resulte mi expediente, mejor me irá... Y así fue. El Dr. Lim me saludó amablemente, y me hizo un resumen verbal de todo mi caso a sus ojos, -lo cual resultó ser como un ritual de cierre-, y me comentó lo que había platicado y acordado con la Paton. Por lo que a él atañía, mientras la doctora no requiriera otra cosa, con él ya había yo terminado. Magnífico. Ahora a esperar la cita del 26 de Noviembre con Katherine E Paton, MD.

Esta vez me tocó ir el Viernes anterior a hacerme los estudios de los ojos, fotos y ultrasonidos, antes de mi cita en el Eye Care Centre. Me sentí algo apenado cuando le cuestioné a su secretaria el que me dieran las citas separadas, teniendo que venir dos veces. Ella amablemente me explicó que tanto el gabinete de ultrasonido como en el área de fotografía intraocular estaban colmados de citas. Luego me abrió su agenda y me mostró que la Paton tenía ya espacios duplicados de consultas por todos lados, y de ahí llamó mi atención a las ciudades de donde venían muchísimos de estos pacientes. Algunas requerían de trasladarse en ferri, no sólo en auto por carretera; otros debían tomar vuelos para evitar 10 horas de carretera. Muchos debían quedarse al menos una noche de hotel. Así que les estaban dando preferencia a éstos para hacerles sus estudios y consultas el mismo día. “You only live 40 minutes away from here...” apuntó. Y además la mayoría de estos enlistados sí tienen un cáncer diagnosticado. No requería decirme más. Me disculpé por impertinente y le agradecí su explicación.

El día 26 de Noviembre llegué puntual a mi cita con la Paton y ella, puntual a su costumbre, me hizo esperar casi 2 horas, mientras pasaban muchos pacientes citados antes que yo. Unos entraban y salían en cosa de minutos, mientras otros duraban dentro hasta 20 o 30 minutos. Aquella por primera vez no pudo acompañarme, así que no tenía yo con quien hacer cara de puchero porque me hacían esperar para saber si el bolotoma había vuelto, enojado y vengativo, por los cortico-esteroides que le habíamos embutido antes. Cuando llegó mi turno al fin, encontré a la doctora callada y pensativa. Dedicó no menos de 15 minutos revisando los últimos estudios y comparándolos con los anteriores. El software que usan te permite poner en pantallas ambos estudios para comparativa, y te grafica con claridad los cambios en la parte inferior de la interface. Ni una sonrisita, ni un comentario tuvo en todo ese enfocado análisis. Después me preguntó de nuevo varias cosas, para el caso de que hubieran cambiado; síntomas generales y específicos: aumento o baja de peso, estado de ánimo, dolores, insomnios, sudoraciones nocturnas, agotamiento de la energía vital, por ejemplo. (Yo sentí ganas de decirle que así como encontró mis plaquetas bajas, pero que así son mis normales, así me es normal perder la voluntad de vivir, porque es una de las consecuencias del SAP -Síndrome de Amargura Prenatal-, pero me dio flojera traducirlo, y en Inglés no se percibe tan grave...) Y luego me pidió mis comentarios. Le expliqué que tenía la sensación de que mi ojo izquierdo había mejorado su visión lo suficiente como para que mis lentes graduados ya no le correspondieran a sus deficiencias de enfoque. De inmediato me revisó la visión con las letritas miniatura que se proyectan en la pared mientras te tapas por turnos un ojo y el otro. Me ratificó que efectivamente, mi visón en ese ojo había mejorado notoriamente -2 líneas adicionales de letritas más y más chiquitas-, pero me aconsejó fríamente no ir aún con mi optometrista por otros lentes; “we are not done here yet...” dijo sencillamente, sin mayores explicaciones pues yo no las requería. El bolotoma podría aún salir con alguna gracia cuando me quitaran al 100% los esteroides y pasaran varias semanas.

Finalmente me enseño detenidamente todo lo que ella veía. Se había reducido ciertamente, pero no del todo. Eso era lo que la dejaba inquieta. Por eso yo veía mejor, pero aún había una deformación leve en la retina, justo detrás de la mácula; como un abombamiento. Ahora si que una biopsia estaba fuera de las opciones para la doctora. Si antes era demasiado pequeña la lesión para sacarle células, ahora menos... ¿Jaque? -Pero no mate, me diría Aquella-.

Miguel había tenido la oportunidad de consultar con un colega suyo especialista en oncología de ojos, mostrándole mis estudios. Y luego me escribió un mail con los comentarios y sugerencias de dicho especialista. Éste estaba totalmente de acuerdo con lo que la Paton y secuaces estaban haciendo, mas colaboró con algunas sugerencias y comentarios. Cuando les mostré el papel que imprimí del mail de Miguel en la consulta de la Paton, de inmediato brincaron con curiosidad. Se lo llevaron y sé que se fueron a hacer un meeting entre ellos sobre esas sugerencias, descritas en esos términos ocultistas de la medicina oficial.

Una era hacer la biopsia donde es mucho menos peligroso invadir, en un área lateral del ojo que tuviera algo de infiltración a lo largo de la coroides y que podría contener algunas células y químicos indicadores de un linfoma. Ahora me enteraba que el principal sospechoso, y casi único que quedó, fue que se tratara de un linfoma. No me extraña que les resulte inquietante: 98% de probabilidades en mi contra no es una apuesta fácil de hacer para ellos. Para mí esa era la única apuesta posible hasta que me comprobaran lo contrario, sin hacerme la biopsia. La Paton me explicó que esa opción no nos serviría ya, pues la reducción de la lesión desapareció con ella esas pocas áreas que parecían contener líquido. Ya no había de dónde cosechar células sin cegar el ojo. Jaque.

Otra opción del amigo de Miguel era hacer un MRI (resonancia magnética); un PET Scan y una punción del líquido raquídeo. Paton me explicó que el MRI sí era una herramienta factible más, pero que en mis circunstancias específicas un PET Scan no nos daría nada de valor. La lesión no había crecido, y en todo caso se había reducido. Ahí aprovechó la Paton para refrendar lo que había dicho su colega. Él proponía aplicar radiación local en ese ojo, como medio de diagnóstico. Así como los esteroides ayudaron a ir adivinando con qué tipo de células estábamos lidiando, esto nos daría más información. El especialista amigo de Miguel explicó que aunque sea cierto que los esteroides reducirían un proceso inflamatorio, un linfoma también produce inflamación perimetral, y ésta es sensible a los esteroides, pero no así el linfoma, por lo tanto, puede haber reducción de la masa, pero si no desaparece, pues puede aún estar ahí un linfoma y de pronto acabar con todas mis ilusiones. La radiación podría desaparecerlo. ¿Una salida?

El caso es que para llegar a esa opción radioactiva, pasando por el MRI y un Spinal Tap, se requería meter en el asunto a un especialista en linfoma del BC Cancer Agency, pues el protocolo normal indica que se haga uno u otro tratamiento una vez que se haya diagnosticado con precisión histológica de microscopio la naturaleza de la malignidad. Así que la Paton me explicó que tomarían en cuenta los comentarios enviados por Miguel, y me enviarían con otro médico más –o más bien en busca de un cómplice-. Otros ojos que vean los míos, y nos den una segunda opinión; y posiblemente apoyo para hacer la “prueba” de la radiación. Como movimientos en el tablero de ajedrez.

Consideré que mis deseos seguían impulsando mi realidad. Yo ya había decidido que hay una cicatriz en la coroides de mi ojo izquierdo, que muy probablemente ya no se vaya de ahí. Pero ellos quieren 100% de seguridad. Tendría que seguir adelante y ahora someterme a más estudios, más opiniones, más citas; más anticipaciones angustiantes y agobiantes. Una sospecha de esta naturaleza se persigue de oficio.

Ahora continuaría mi peregrinar con un especialista en linfoma de apellido Shenkier. Al leer ese apellido me pregunté si sería un buen jugador de ajedrez...

Mi cuñando Scot me contó que su colega del MD Anderson le había expresado que en cuanto a linfoma se refiere, Vancouver era uno de los ejes médicos más afamados del mundo en esa variedad tan versátil de los tumores malignos. Por tanto en teoría, yo seguía estando en muy buenas manos; y en la práctica, aunque era mi primer experiencia y aún no terminaba, todo iba so far, so good como diría un buen británico, aunque sea de por aquí.

El esperado 26 de Noviembre había llegado y partido, dejándome un sabor agridulce en la boca del estómago. Iba bien, pero no del todo. Había que seguirle sacando la vuelta a los jaques...

De regreso a la casa, tuve que manejar. Aquella lo había hecho por mí en todas las citas anteriores, porque una vez que te dilatan tanto los ojos, manejar no es lo más indicado pues la luz es cegadora y el enfoque está apabullado. Hubo una ocasión anterior en que me presenté solo, pero era de día, y me defendí bien manejando con lentes oscuros, cuidado y atención, y además la dilatación había sido para las fotos oculares, y eso había sido 4 horas antes, así que ya veía más normal. Esta vez salí de la consulta con la Paton de noche, y la revisión física del ojo la realizó hasta el final, así que estaba con el pleno efecto en mis pupilas. La larga avenida por recorrer está colmada de arbotantes, anuncios, letreros iluminados, faros de autos de un lado y luces rojas intensas en las partes traseras de autos y camiones en cantidades exageradas. Amarillos, verdes, semáforos; y el reflejo de todo esto, sobre el pavimento empapado por la lluvia. Yo lo veía todo como si hubiera engullido ácido lisérgico. Un tanto alucinante. Un espectáculo de rayos y halos de luces que brillaban en forma de enérgicos luceros geométricos entrecruzando todos su haz luminoso hasta el infinito. Despacito, no sé cómo, llegué hasta la casa, anhelando poder haber fotografiado todo eso que vi.


Antes del momento de seguir con lo que seguía, me metí a averiguar quién era el galeno que ahora me atendería, y lo primero que descubrí, encantado, es que el Dr. Shenkier era en realidad la Dra. Tamara Shenkier. La cuenta del género de mis encargados médicos iba 4 a 1, mujeres por hombres. Buen inicio. Aparece por todos lados su nombre relacionado con cargos elevados dentro del sistema del BC Cancer Agency. Su consultorio está justo detrás del edificio del Eye Care Clinic, arriba del estacionamiento donde siempre dejamos el auto cuando me tocan mis citas. Muy fácil y cómodo de llegar.

Primero me recibió su estudiante/médico/practicante como en todos los casos. Éste amigo asiático canadiense me auscultó muy bien, y me interrogó por mucho rato, cuestionando cada comentario o respuesta que yo le daba, y fue rellenando dedicadamente varias hojas de información.

Me volvió a salir alta la presión. No me hizo gracia pensar que iba a resultar que efectivamente se me sube la presión por el susto de estar esperando ver qué opina un oncólogo de mi misterioso linfoma que no podemos encontrar. Y luego me alteré peor, pensando que no era por susto, sino porque además ahora estaba, lo que nunca, jodido de la presión. Me dio risa de coraje. A veces esos estados de ánimo se me vuelven una escena, o varias escenas de sitcom.

Estaba contrariado con eso mientras me recostaba en la mesa de consulta vistiendo mi ridícula batita de hospital (nótese que la ridícula es la bata abierta por detrás, y no mis nalgas...), me dijeron que me quedara en calcetines y así lo hice. Negros. Mis perros son blancos y tiran más pelo que mi peluquero al fin del día. Era Lunes, día de aspirar...

Do you have dogs?”

why, you mean because of the white hair on my sucks, eh?”

“Yes, well, I have a dog too so I understand”

Yes, well, these you see stuck to my sucks belonged to my wife, you know. Weird disease, eh?”

“Hem, ah, hu well, I... am, eh...”

You know? A strange name it has too, eh?”

“I’m sorry, no, sir, I don’t...”

Something like info-something, but not in Italian; it just sounds funny, like Latin funny, you know

“So, hum, she looses her hair because of this disease?”

Her hair? What do you mean? Whose hair?”

“I’m sorry, I understood you that the white hair/”

Good Lord man! Are you still stuck on that subject? That was ages ago

“So, the hair is not your wife’s?”

It sure is, in the sense that it was her turn to vacuum the floors, and she didn’t. But it fell out of the damn dogs

“So, I’m sorry, what was the strange disease your wife has?”

I am not aware of my wife being sick at all. What do you mean?”

“But you said the hair belonged to your wife and it was a strange disease!”

Again with the hair! I just said the hair belonged to her because she had to vacuum. –That’s your hair, sweetie-, she says when it’s my turn, but today it wasn’t, because we exchanged days, eh? since I had this appointment with you guys, you know. Then I commented on the fact that my mysteriously hiding possible disease has a strange Italian name but it’s not food. I don’t understand where you came up with all this nonsense of her being sick, eh?

“Are you serious, sir?”

Of course not! Why would I be serious? Because I’m visiting an oncology clinic to chat about my future?”

“Sir?” “Sir?”

De pronto el joven médico me estaba tratando de sacar de mi daydream. “Sorry. Yes?” contesté de inmediato cuando me di cuenta. Nunca sé cuánto tiempo ha pasado pero cuando no estoy muy a gusto en un momento dado o estoy aburrido, como esta escena, pero varias a la vez, me corren furtivamente por la cabeza y el tiempo deja de existir mientras sonrío de nuevo.

Dio inicio a su revisión física muy serio él, y muy profesional. No era novato. Me palpó hasta los testículos, literalmente y en el estricto sentido de la palabra. ¿Qué le podría reprochar después de la broma que le acababa yo de jugar?

Finalmente, apareció la Dra. Shenkier. Una mujer alta, de unos 50 años, con ojos saltones azules y una sonrisa franca y fácil. Me saludó muy amablemente y se sentó junto a mí a platicar. Repasamos el historial, las visitas, los síntomas, las opiniones y todo lo que me había ya pasado hasta ese momento. Prontamente me dijo que requería del MRI, y de una nueva batería completa de estudios de laboratorio, y que después veríamos si se requeriría de una Spinal Tap y me explicó lo que era y para qué, y yo no dije que ya sabía, para oír su propia explicación. Algunos rastros químicos específicos de ciertos canceres circulan en el líquido raquídeo y su detección ayuda a determinar la presencia en el cuerpo de dichas células ingratas, aunque no su proveniencia exacta. Sospeché que la Shenkier había sido una estudiante muy matada en la escuela desde antes del kínder. Rellenó ella misma una hoja de orden de laboratorio, me la entregó y en ese momento, viéndome a los ojos me dijo sonriente “I do not expect to find anything bad, but we need to make sure”. I understand, Doctor. Thank you. La despedida fue eficiente y rápida, y quedaron de avisarme de la cita para el MRI, mientras yo iría de inmediato al laboratorio del BC Cancer Agency, en el gran edificio a media cuadra, a dejarlos desangrarme para obtener las muestras suficientes para la plétora de análisis requeridos.

Ahí llegué en 10 minutos y de inmediato me pasaron. Me sacaron alrededor de 10 tubos de ensaye de sangre, y cuando le dije al técnico que era mucha sangre, me dijo que me habían ordenado muchos análisis sin embargo no era tanta la sangre; porque no es tuya, pensé. Después en la recepción, me entregaron un bote de plástico rojo bastante grande, con agarradera integrada y todo, como recipiente para gasolina, pero con una tapa amplia por un lado en la esquina. Especial para recoger orina. Me explicó la encargada que debía rellenarlo con la orina completita de 24 horas... Yo que tomo diario mucha agua y voy muchas veces en 24 horas a orinar, le pregunté que si me alcanzaría ese bote. Ella lo levantó, diciendo: ¿crees que hagas más que esto? Ya lo veremos, remató. Al instante caí en la cuenta de su experiencia y me sentí algo ridículo apostando a que orinaba más que ese galón, como una más de las estupideces genéricas masculinas. Thank you... y me fui. Justo al llegar al elevador, comprendí que tendría que volver hasta ahí a dejar mi garrafón de orina, y afortunadamente se me ocurrió regresar a esa recepción y preguntarle a la mujer si no sería posible que lo llevara al laboratorio médico que estaba cerca de mi casa. Por supuesto que se podía, y me dijo que dentro de la bolsa de plástico donde me proveyó el bote, venía la orden específica. Me ahorraría una vuelta larga, gracias a que los laboratorios, todos, están interconectados. Vas a cualquiera, y ellos se encargan de enviar tus resultados al Dr. que los ordenó.

No debía beber alcohol en esas 24 horas de tomas de orín. Pablo mi cuñado estaba de visita en la casa pues vino a pasar las vacaciones de fin de año con nosotros y trajo unas botellas de un tequila encantador, y claro que se me olvidó y brindé profusamente con Aquella y Pablo esa misma noche incluida en el periodo de muestreo... Cuando recordé la contraindicación decidí hacerme el desentendido y no decir nada. En el instructivo también decía que había que mantener la muestra en refrigeración hasta el día de la entrega. Yo no iba a meter a mi refrigerador un garrafón de orines, pero afortunadamente el garaje de la casa está igual o más frío que el refrigerador, así que me ahorré el desagrado conservando ahí la muestra. ¿Que a media noche quieres hacer pipí? Vístete -yo duermo encuerado-, baja al gélido garaje, coge tu tambo de pipí, has temblando tu depósito y luego regrésalo a su lugar. Ya de regreso en la cama, sacudido por el frío, el sueño me quedó bien espantado y tuve que retomar todo el ritual mental para dormirme sin elucubrar a mi acechante muerte a manos del cáncer. O en un restorán; para ir al baño, tuve que primero salir al auto, sacar de atrás el bote a medio llenar, regresar y entrar al baño, orinar en el bote y luego regresarlo al auto para no tenerlo junto a la mesa del restorán, convencido de que todos los comensales se quedaron adivinando qué estaría yo tramando, por esa manía humana de creer que todos están pendientes de uno todo el tiempo. Pero 24 horas pasan muy, muy rápido a mi edad. A la siguiente mañana estaba entregando la muestra gigantesca en el laboratorio de mi colonia. Listo para mi siguiente cita para el MRI, al año siguiente, el día 7 de Enero. Para de ahí estar listo para mi siguiente cita con la Dra. Shenkier, el día 10.


Al año siguiente...

Do you suffer from claustrophobia,” fue una de las preguntas en la forma que debes llenar antes de que te introduzcan en un tubo cerrado, más apretado que en un ataúd, y sujetado de todo el cuerpo. Mentí y puse que no. Ya vería cómo le hacía a la mera hora. El solo concepto de quedar atrapado, inmóvil dentro de una caja cerrada, me da de inmediato latigazos de calosfríos, se me yergue todo el vello de la espalda hasta estallar en la nuca, y si insisto en imaginarlo, o lo veo en una escena de cine o TV, comienzo a agitarme, respiro aceleradamente y me brota una sudoración fría muy desagradable, que de inmediato incrementa los calosfríos y potencializa las ganas de salir corriendo y gritando antes de llegar al vómito. Así nomás.

Aquella me acompañó al área de Imaging del BC Cancer Centre cargada con sus planes de lectura, y se quedó tranquila sentada en la sala de espera del área cuando me llevaron dentro. Me tuve que vestir de nuevo como interno en un hospital, dejar fuera de mi cuerpo todo artefacto de metal y curiosamente, me dijeron que no me quitara los zapatos. Caminar por un pasillo, con una batita de hospital abierta por detrás, tapándote las vergüenzas por la espalda con una mano, y calzando zapatos y calcetines negros, es una imagen deplorable que causa incomodidad a cualquiera que te ve avanzando, seguramente desahuciado, hacia tu cercana muerte.

Como siempre, las enfermeras técnicas fueron un mar de amabilidad y buen trato. Me explicaron que iba yo a escuchar ruidos muy fuertes dentro de la cámara cilíndrica donde me meterían, y que por eso llevaría puestos unos cubre orejas especiales supresores del sonido. Eran como unos audífonos, pero blancos. El material seguramente sintético pues no se debe introducir metal, al igual que en un horno de microondas. También me explicaron que en algún punto detendrían el asunto, me sacarían un poco del ataúd electrónico y me inyectarían un medio de contraste intravenoso, para deslizarme dentro de regreso y seguir con el proceso. Ya tengo amplia experiencia con esos menesteres, no tenía nada que preguntar al respecto, y ya había señalado en la forma que no era alérgico al medio de contraste, y qué bueno que no tuve que ahondar en las cosas de las que sí soy alérgico como los políticos en general, el tercermundismo o la falta de cultura...

Me acostaron boca arriba en una estrecha camilla motorizada que forma parte del enorme aparato, y que se desliza al interior del tubo, metiendo en éste tu cuerpo apretado, sobre todo de la cabeza que no se debe mover un ápice, y por lo tanto la sujetan con una especie de máscara de portero de hockey. Yo había decidido cerrar los ojos antes de entrar al tubo, y usar mi poder mental para irme a otro lugar de espacios muy abiertos, iluminados y felices. Justo iba entrando al tubo cuando las enfermeras me preguntaron si las podía escuchar por las bocinas interiores -cosa por demás inquietante, saber que aunque estén ahí cerca, sin el uso de un sistema de comunicación no nos podríamos escuchar-, y más inquietante aún me resultó que me habían también entregado una bombita de goma, conectada con un cable, que debería tener siempre en la mano, lista para ser apretada en caso de emergencia para que me oigan y me saquen de ahí. Se me abrieron los ojos solos, y descubrí que el “techo” del tubo, que por fuera parecía muy amplio, estaba a escasos 10 centímetros de mi nariz. La bombita de las emergencias se apretó solita y me dieron ganas de llorar del susto. Cerré los ojos al instante tratando de borrar ese concepto de mi mente y viajar a otro lado imaginariamente, pero la camilla se frenó de golpe y me regresó hacia afuera. Me dio pena con las enfermeras que nada más hubiera aguantado 2.5 segundos dentro del aparato. “What’s wrong?” me preguntó pacientemente la enfermera. Sorry, I pressed the thing by accident, but now that you are here, how long will I have to be in there for? “About 45 minutes. But don’t worry, it goes faster than you think, unless you keep pressing the alarm...” y de nuevo para adentro... Esta vez ya no abrí los ojos por ningún motivo. Algo que ayuda un poco, es que cada vez que pasa una serie de emanaciones magnéticas te dicen por el sistema de audio que ya pasó esa etapa, que todo va bien y que la etapa siguiente durará unos 4 minutos, por ejemplo. Lo curioso es que el ruido exagerado que hace la máquina es distinto cada vez. Me resulta inexplicable que un aparato tan moderno haga tanto ruido... Mantuve mi respiración pausada, y me logré concentrar en otras cosas más agradables. Fue mucho menos terrible de lo esperado, y ahora sé que se debe a que cuando sabes que estás a un apretón de la alarma para que te saquen del ataúd, no es tan tenebroso como cuando te entierran vivo y se van. Cuando salí, la sonrisa de Aquella apagó los restos del evento y le propuse irnos a comer delicioso. Estaba seguro que el resultado del MRI y de los análisis de sangre y orina serían positivos para mí y negativos para el linfoma; o el cáncer, más bien, pues prefería no llamarle por su primer nombre porque no me interesaba conocer al dichoso cáncer sospechado. A una cuadra de ahí, hay un pequeño restorán chino llamado Peaceful Restaurant. Fue uno de los restoranes visitados por Guy Fieri en Vancouver para su programa de TV Diners, Drive-Ins and Dives, del Food Channel, y por eso lo descubrimos. La comida de este contemporáneo chef chino es simplemente sublime y subyugante.

Dos días después vería a la Dra. Tamara Shenkier y ella confirmaría mi diagnóstico personal. Mi intento y pensamiento estaban agudamente puestos en que Shenkier me recibiría diciendo que no hubo nada, y que tan no hay nada, que ella no requerirá ya de nada....

El día 10 de enero de 2013 llegué a mi cita acordada en el consultorio de la Dra. Shenkier, completamente desarmado de defensas porque iba a recibir una muy buena noticia. La cita duró 5 minutos. Me acababan de pasar a un cubículo de consultas y esta vez no vino ningún practicante a verme o a preguntarme nada. Directamente entró la Dra. y se sentó a mi lado con una amplia sonrisa. Muy distinto a ese día 6 de Junio del 2012 en que estaba sentado en un cubículo similar y entro de golpe la Dra. Wittenberg diciendo “Aldo, we have to talk!”, con tono semidramático. En cambio ahora, 7 meses y 4 días después, la Dra. Shenkier sin preámbulos me dijo que no hubo nada, y que tan no hay nada, que ella no requerirá ya de nada. Todo estaba totalmente normal, e incluso el bolotoma del ojo izquierdo en el MRI no se podía ni apreciar bien. ¡Ja! ¡El jaque mate me lo estaba yo pasando por el arco del triunfo! El 2% de la estadística me estaba siendo suficiente.

Tras llevar a cabo el mismo ritual del Dr. Lim de resumir verbalmente toda la información y eventos a manera de cierre, La Dra. Tamara Shenkier me dijo al igual que Lim que quedaba en manos de la Paton lo que siguiera, y que si requerían algo más ya la Paton lo ordenaría, pero por lo que a ella concernía, yo no tenía nada que fuera de su interés. Me mandó a mi casa y salí de ahí encantado de la vida.

Aquella no me pudo acompañar ese día porque estaba atendiendo a Pablo. De hecho, en la cita anterior un par de días antes, para los estudios de los ojos con la Paton, ella y Pablo que habían venido conmigo se fueron a los tacos al ver que mi asunto iba para largo, así que está vez yo me desquité y me fui solo a comerme 2 tacos de pastor, 2 de carnitas y 2 de tinga de pollo que me supieron a gloria. El desquite era más contra la vez de aquel 5 de Junio en que apenas sentándome a comerme esa misma orden de 6 tacos, me llamaron del consultorio de la Dra. Wittenberg apenas a 20 minutos de haberme hecho el ultrasonido, para decirme que debía verla a la mañana siguiente y yo sabía que era por algo que no quería nunca oír; entonces perdí el apetito al sentir cerrado el estómago por vez primera en mi vida y ya no comí nada ese día...

Ahora ya solamente me faltaba la cita con la Paton el Lunes siguiente. Ahí lo que yo esperaba oír era que todos estaban de acuerdo en que no había rastros en mi cuerpo de linfomas, que el bolotoma se había al menos mantenido en paz desde que dejé los esteroides, y hasta reducido. Que ella ya se sentía conforme y que por lo tanto hasta ahí íbamos a llegar por ahora y sólo me revisaría en 3 meses para confirmar que todo estaba bien.... Ni siquiera me quise preparar mentalmente para contrariedades de tan seguro que me sentí.

El Lunes se presentó muy pronto. Pasamos un feliz fin de semana más con Pablo, creando cosas y viendo películas y documentales. Entre otras cosas nos tomamos fotos en mi estudio para crear un tótem familiar, donde apareceremos Aquella, mis hijas, los perros, la gatita anciana, Pablo y Mateo. Me senté a esperar las acostumbradas dos horas en la sala de espera de la Paton, que resultaron ser más de tres. Se me pasó rápido porque estaba tranquilo y no esperaba nada malo, y así el tiempo se va pronto, leyendo o platicando con Aquella. Cuando al fin pasé, la Paton dedicó unos minutos a ver mis estudios como siempre, otro tanto a revisarme la vista, me empezó a resumir todo verbalmente –magnífico, pensé-, y luego me puso gotas para dilatación y me dijo que me quería ver el fondo de los ojos una vez más. Me mandó a esperar a que las gotas hicieran su efecto y mientras tanto terminó de pasar a todos los que quedaban en la sala de espera. Me dejó hasta el último, y entonces me pasaron de nuevo.

Me volvió a revisar muy bien con el oftalmoscopio, lo retiró, y se dedicó a hacer anotaciones en mi expediente. De ahí de pronto me preguntó por mi trabajo de fotógrafo y me dijo que la estaban presionando para que entregara un retrato suyo actualizado para la asociación médica en la cual es presidente de no entendí exactamente qué. Me dijo que no toleraba las fotos propias y menos desde que recientemente había ido a no se qué evento en el que vio muchas cabezas pelonas sentadas en unas mesas del salón de fiestas, y en otras mesas más al fondo reconoció a muchos que habían sido sus estudiantes y que ahora eran médicos especialistas. Me expresó su desazón cuando descubrió que su lugar estaba asignado en las mesas de los pelones.

Le ofrecí mis servicios y le aseguré que todo el mundo siempre se ve muy bien en mis fotos. Recibió entusiasmada mis tarjetas de presentación. Me dijo que incluso debería considerar algunas fotos con su esposo, pues no lo habían hecho desde hacía quizás 25 años. Le mostré en mi página de internet algunos ejemplos de fotos de parejas y se mostró entusiasmada con la posibilidad de unas fotos de familia, además de su retrato oficial.

Finalmente me dijo que ella estaba contenta con el resultado hasta el momento. Yo esperaba satisfecha o conforme, no tanto como contenta. Me dijo que para ella, el bolotoma estaba activo cuando me vio por vez primera, y ahora estaba inactivo. No hubo rebotes, e incluso estaba más aplastado que antes. Me dijo que un linfoma no se comporta así. Yo pensé para mí, ha de ser la cicatriz permanente que me auguró Miguel. Polvos de mi camino recorrido ya por 54 años... Se disculpó por no poder darme una respuesta final al 100%, pero todos sabemos por qué no podía hacerlo, y no me importaba; yo sabía que no era cáncer, y punto.

Antes de acabar me dijo que me quería ver en tres meses para darle seguimiento, y que yo debía estar atento a cualquier alteración en mi vista y debía llamarla de inmediato en caso de cambios. Se lo prometí, y así, sin más que decir, nos despedimos y salí caminando ligeramente, como si no pesara tanto, rumbo a seguir mi vida dejando todo esto detrás, relatado en este excesivamente largo texto que trata, en su enormidad, de darle al evento el peso que realmente tuvo en mi vida. Si creerte con cáncer por un poco de tiempo es así, ahora siento una compasión como nunca la había sentido por los que caen en el 98% de la maldita estadística de esta enfermedad tan apabullante.

Espero nunca olvidar, pero no pretendo recordarlo. ¡Pa’lante! Como diría un buen andaluz. Y si algo cambia en un futuro, confío en que estoy mejor preparado para enfrentarlo, apoyado por los que durante este trance demostraron ser mis mejores amigos, mi inefable esposa y mi templanza recientemente adquirida, dispuesta a soportar conmigo los polvos que el camino aún me tenga deparados...