Helix Aspersa
Cuando
yo tenía escasos 11 años, vivíamos en casa de mis abuelos Gastón y Maruja. La
comida del Domingo era la única comida de la semana que mi abuelo hacía en
casa, pero era inquebrantable. Así era con todo lo decidía hacer d'ici
à l’avenir;
como es el caso de nunca más en su vida volver a volar en un avión, después de
un accidente que sufrió volando con un tío suyo en un biplano, a principios del
siglo 20. Jamás en su vida se volvió a subir a un avión.
Los
demás días de la semana desayunaba en la cafetería Súper Leche, ésa que
desapareció en el fondo de la avenida San Juan de Letrán con el desastroso
terremoto del año 1985. Ahí se reunía de Lunes a Sábado con sus amigos, todos
muy curiositos, y la mayoría aparentemente doctores; discutían todo siempre con
cierta seriedad; a diferencia de mis papás y sus amigos que con más frecuencia
charlaban y reían, que con seriedad. Los temas de mi abuelo nunca eran ligeros,
y parecía que nadie entre estos amigos suyos jamás bromeaba.
Las
cenas se las echaba en su casa y en su cuarto, en cama, viendo la televisión.
La pitanza consistía en un par de plátanos horneados con azúcar morena y canela,
y una botella de agua mineral marca Peñafiel. Hacía ya muchos años que se había
vuelto frugal y había dejado atrás las grandes comilonas y los excesos, que de
cualquier manera nunca fueron tan exagerados, excepto los Domingos…
Un día
mi abuela Maruja me preguntó si había visto caracoles en sus enredaderas. Las
altas bardas que guardaban la casa estaban cubiertas de una vetusta y densa
enredadera, de una hiedra de hojas grandes muy verdes y oscuras al madurar.
Alrededor de la casa había toneladas de hojas vivas, humedad y sombra en clima
templado; habría caracoles, desde luego.
La
historia de siempre, pensé: unos que se quieren comer lo que otro considera
suyo, y los persiguen como plaga. Mi abuela me pidió que le juntara todos los
caracoles que encontrara entre sus enredaderas durante la semana, y me daría un
veinte de cobre por cada uno que le trajera. ¿Vivos? pregunté, pensando en si
la recompensa ofrecida era vivos o muertos. Y pensaba que si me pedía que ya
estuvieran muertos, no podría ser. Ella tendría que matarlos, yo no. “Vivos y con
la concha entera”, me aclaró. ¡Perfecto! un plan divertido, y al final una
recompensa para irme en mi bicicleta a la tienda a comprar un comic o una
revista, quizá. ¡A lo mejor hasta un libro! de la librería Libros Libros
Libros, en Barrilaco, si juntaba suficientes caracoles…
Me
conseguí de por ahí una jaula para canarios abandonada, le metí pastos y hojas
con lo que les ofrecería un pequeño hábitat para que su encarcelamiento no
fuera letal, y los mantendría en una sombra fresca y húmeda. Y además convencí
a Laila mi hermana de ayudarme a encontrar caracoles durante esa semana en las
tardes, después de la escuela. Juntamos muchísimos caracoles, y les perdimos la
cuenta desde el Martes. Para el Miércoles, Laila ya se había aburrido del tema.
Ese
Miércoles vino Arturo el jardinero, y él me confirmó que de seguro mi abuela se
quería deshacer de la plaga, y se extraño cuando le expliqué que ella me los había
pedido vivos, cuando él se ofreció a traer “veneno” y echarle a todas las
enredaderas para acabarlos eficazmente. El Sábado me preguntó mi abuela cómo me
iba con el asunto de los caracoles, y le aseguré que eran más de los que ella
esperaba, insinuándole que fuera calculando su adeudo. “Magnífico, darling” me contestó en su acento
Colombiano. Y me pidió que se los tuviera listos el Domingo por la mañana.
Cada
vez que los quería contar para calcular la recompensa, perdía la concentración
numérica porque me quedaba embelesado con sus anatomías y movimientos imposiblemente
lentos y tan ajenos, de un mundo muy distante al mío. Entre mis observaciones y
mi enciclopedia, me fui enterando por ejemplo que esas antenas tenían ojos en
las puntas; y de cómo iban mordiendo y devorando las hojas. Y aquel rastro
extraño, brillante y baboso que dejaban a su paso, o que contuvieran ambos
sexos. Me intrigaba la textura de su piel por el lomo, y me daba algo de asco
en envés baboso de sus cuerpos que parecían no decidir de qué tamaño ser, y se
alargaban o acortaban, enflacaban o engordaban, o se metían líquidamente dentro
de su casa móvil, y sellaban la entrada. Finalmente me pareció que si como
quiera mi abuela los tendría que contar al recibirlos, para que perdía yo ese
tiempo en ello, y seguí juntando y observando a mis caracoles.
El Domingo
temprano encontré a mi abuela en la cocina, desayunando. Quise entrar con mi
jaula pletórica de hierbas medias secas y caracoles, pero al ver eso mi abuela
me sacó de la cocina al patio trasero, y ahí llegó ella al rato con una
palangana grande de la lavandería, y me dijo que fuera echando los caracoles
ahí, sin hojas ni tierra, mientras los contábamos. A la mitad del camino
comenzó a insinuar que eran demasiados, y luego dijo que quizás debería
regalarle algunos a su amiga Concha Dalcovich, la que mató de cinco balazos a
su marido, muchos años antes. Lo de regalarle caracoles a Concha me pareció
primero que nada muy extraño y luego cuando reparé en que su amiga se llamaba
igual que la casa de los caracoles, no podía parar de reírme…
Antes
de acabar, mi abuela se cansó y me dijo que tenía $20 Pesos y que me los daba y
ahí que quedara la cosa. Me tarde bastante en calcular cuántos veintes de cobre
cabían en veinte Pesos, y lo que más recuerdo no fue si estimé que yo tuviera
más o menos de 100 caracoles, sino que de seguro podría encontrar algún libro
por esa cantidad, y como siempre he sido muy pragmático para los asuntos del
dinero -por eso no tengo mucho-, los acepté con tal de ya irme en mi bicicleta
a la librería.
“¿Ya los
vas a matar, abuela?”
“Claro”
“¿Cómo?”
“Se
mueren cuando los hierves”
“¿Los
vas a hervir para matarlos?”
“Para
cocinarlos”
“¿Te
los comes?”
“Son
deliciosos; a mi marido le encantan; se los voy a servir hoy de sorpresa.
Vienen Concha y tu tía Ana a comer”
“Ah…”
“Quieres
ver cómo se hacen”
“Ajá…”,
contesté temeroso; “¿a qué saben?”
“Ya
verás”
Ya no
recuerdo qué me compré con mis $20 Pesos, pero recuerdo el evento culinario en
la cocina. La receta era realmente muy simple: lavó muy bien a los caracoles
vivos y en sus conchas bajo el chorro abundante de agua fresca en la coladera
de las pastas, luego los hirvió en el perol donde se hacían los cocidos y el
espagueti, con sal y vinagre, y algo de hierbas finas. Mientras, preparó en la
batidora una mantequilla a la provenzal; con cebollines, ajos, pimienta en
grano, limón y perejil picado. Los caracoles tras la ebullición se separaron de
sus conchas, los colamos y terminamos de desalojar de sus casas, y entonces con
los dedos embadurnados metimos algo de la mantequilla preparada adentro de cada
concha, luego un escargot, y por
último se sellaba la entrada de la concha con más mantequilla. Con el horno a
200ºC, metimos las charolas con un montonal de conchas, y tras un tiempo que
recuerdo corto, la mantequilla estaba doradita, y listos para servirse. El
último secreto fue echarles unas gotitas de Pernod, para que supiera más
Francés, reveló mi abuela; “así es como le gustan a Gastón”. Además había sopa
de cebolla que preparó mi mamá; pan fresco, la inefable botella de vino rojo Francés
que traía mi abuelo los Domingos, y una tabla de quesos para el postre…
Me comí
un par de pedazos de migajón de pan remojado en aquella exquisita mantequilla dorada,
así que mi instinto alimenticio reptiliano estaba listo para aceptar el reto, cuando
mi abuela anunció que había llegado la hora de probarlos. Desde ese día dejé de
considerarlos una plaga, sino una bendición alimenticia, y para mí un Helix Aspersa
es un caracol común del jardín, y un escargot es una
delicadeza gastronómica.
Lamentablemente,
los hombres con anti-empática facilidad separamos cosas iguales con
conceptualizaciones distintas, y le podemos llamar guerra a una matanza, cacería
a un asesinato, o investigación, a martirizar monstruosamente a muchos animales
para nuestro futuro beneficio; humanidad alienígena ¡qué amplia y perversa
diferencia nos une a los demás animales! Aunque tengan antenas con ojos en las puntas…
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