Port Moody, BC
Agosto a Septiembre, 2012.
Quiero platicar sobre algunos escabrosos
acontecimientos pasados que -por lo pronto-, acabaron en buenas noticias. En el
mes de Junio me llevé un buen susto que generó un gran aprendizaje, cuando menos,
y espero que en eso quede “y que me sirva de mucho”; (así me dijo Aquella -mi
esposa- que debía ser).
A finales de Mayo, un buen día
noté que mi ojo izquierdo veía mal, pero un mal medio raro, no precisamente por
falta de lentes. Decidí ir a ver a la oftalmóloga que consulta a mis hijas en
sus revisiones anuales. Me dilató las pupilas y me revisaron con varios
aparatos; visión, presión ocular, fondo del ojo, etc. La doctora encontró que
mi problema no era de visión, realmente, sino que había algo raro en el fondo
del ojo, atrás de la retina junto al nervio óptico, y lo consideró un
posible proceso inflamatorio, así que decidió mandarme con una oftalmóloga
especialista en Retina: la doctora Leah Wittenberg. Me dieron cita para el día
4 Junio, casi dos semanas después. Caía en un Lunes. Como si algo se acelerara
en mi capacidad de presentir, fui a parar a la cita una semana antes, el Lunes
previo, por aparente distracción. La doctora no estaba ese día así que tendría
que regresar hasta el siguiente Lunes cuando estaba citado. Esa anticipación
mía me generó algo de inquietud, y como padezco el mal tan común de estar
adelantándome a las cosas y angustiándome con diversas posibilidades antes de
que sucedan, comencé a preocuparme.
Mi visión con ambos ojos es
normal; solamente viendo con el izquierdo solo, se nota la falla. Es como si
estuviera un poco deforme todo lo que veo. Como si el lente estuviera
defectuoso y enfocara algunas partes bien y otras no. O como si proyectaras una
imagen contra una pantalla que no está completamente plana, sino ondulante, sin
estar bien estirada, de manera que algunas partes se salen un tanto de foco, y
otras no, pero si mueves la vista se cambian los puntos desenfocados y se
enfocan otros. Mi esposa me pidió -como insistentemente me aconseja-, que no me
adelantara como siempre lo hago, con malos presagios; ¿de qué te preocupas
tanto ahorita si no sabes nada aún? me cuestionó. “Puede ser un pequeño tumor detrás del ojo que está deformando la retina”
le dije, como si supiera más de lo que sé sobre oftalmología. Y como me sucede
muy seguido, sin que me explique yo mismo porque sé, terminé diciéndole: “y creo que una de las peores posibilidades
de eso, en el ojo, sería Melanoma...”
Al fin se llegó el Lunes 4 de
Junio, y regresé a la clínica de la doctora Wittenberg, llené los papeles
característicos para iniciar un expediente clínico y nuevamente me
dilataron las pupilas, la segunda vez de al parecer decenas de dilataciones
subsecuentes. Pronto apareció una doctora joven, quizás de unos 33 años, alegre
y como acostumbran los Canadienses, amable y amistosa. Algo acelerada. Súper
acelerada si la comparas con Aquella. Me puso en ese aparato que les permite
verte el fondo del ojo mientras se comparte el aroma de los alientos de las
caras una frente a la otra, del paciente y del médico a muy corta distancia, y
te dicen, mira hacia mi oreja, y te empiezan a escudriñar un globo ocular.
Normalmente, pues ya me han hecho estas auscultaciones, sigue: "ahora mira
hacia arriba", "mira hacia abajo", etc. Pero la doctora
Wittenberg lo siguiente que dijo fue: "Goodness Gracious!"... A lo
cual respondí: that doesn't sound right... La doctora de inmediato me
dijo que ni me mortificara, que de lo mal que podría estar, esto era muy poco.
Me dijo que quería hacerme otro estudio más detallado y cuando le pregunté si
no se trataba de lo que la primera doctora sospechó, sobre un proceso
inflamatorio, dijo que ella no creía que fuera eso. Cuando le pregunté que
porqué me había salido "eso" que no sabíamos aún qué era, me dijo que
por "bad luck"... Antes de que me hicieran un estudio fotográfico
interno del ojo, me dijo que no me preocupara antes de tiempo -como dice
Aquella-, que sólo quería estar segura, pero que no le parecía que fuera nada
que implicara cirugía ni cosas horribles. Me mandó a otro cubículo del enorme
centro de consultorios oftalmológicos, y ahí me hicieron unas "fotos"
de los ojos con una máquina más que parecía salida de Star Trek, y me pidieron
que volviera de nuevo a consulta el Lunes siguiente para darle seguimiento.
Todavía no llegaba de regreso a mi casa cuando me llamaron para decirme que la
doctora Wittenberg quería que me fuera a realizar un nuevo estudio: un ultrasonido
del ojo. Me mandó a un centro médico especializado en oftalmología que está en
Vancouver, en la zona donde están la inmensa mayoría de las instituciones
médicas, centros de consultorios y hospitales de dicha metrópolis. Y la cita
para el ultrasonido era al día siguiente. Esta
prisa, le dije a Aquella, no puede
ser más que por algo malo. Y pacientemente incansable, reanudó Aquella por
millonésima vez su sermón sobre mi terrible mecanismo de anticipar lo peor y
auto martirizarme. “Debería mejor alegrarte y reconfortarte que le pongan tanto
interés a tu salud” me sugirió.
A la mañana siguiente,
llegamos a un centro oftalmológico impresionante; The Eye Care Centre. Todas las sub-especialidades o servicios, por
zonas, están identificadas con una letra. Yo debía ir a la letra L, en el
segundo piso. Al ir pasando las demás letras leí los título de diversas disciplinas
oftalmológicas como glaucoma, o neuro-oftalmología, o fotografía oftalmológica,
estrabismo, etc. Al legar a la L, donde estaba el ultrasonido de ojos, descubrí
que era el área de Oncología oftalmológica también. Mala la cosa... le dije a Aquella, quien nomás rodó los ojos de un
lado a otro viendo hacia arriba, expresando futilidad.
Salió a recibirme un señor
amable, con aspecto de ser oriundo del medio oriente, y ya dentro me acostó en
una silla parecida a las dentales modernas, me aplicó unas gotas a las que
describió como "freezing drops", sacó sus aparatitos muy modernos y
procedió a embadurnarme el ojo con esa gel que se usa en la punta de cualquier
aparato de ultrasonido. La sensación era realmente extraña. No duele. Es difícil
de describir, pero literalmente va pasado esa punta lisita por todo el ojo. Igual
que todos los oftalmólogos me hizo voltear a los 4 puntos cardinales y después
repitió el proceso con el ojo derecho. Me enjuagó delicadamente ojos y párpados
con un chorrito de agua cálida, y me dio un pañuelo desechable con la consigna
de no tallarme los ojos para nada durante los siguientes 15 minutos. Eso debido
a que las gotas anestésicas bloquean la sensibilidad de la superficie ocular y
te podrías lastimar al tallarte.
How bad is it? le pregunté al operador del ultrasonido antes de irme. Titubeó, y
solo masculló que ya la doctora Wittenberg me explicaría en mi siguiente cita.
No lo martiricé más porque sé muy bien que no le pueden ni le deben decir
absolutamente nada a los pacientes. Caminando hacia la salida, le dije a Aquella
que el amigo del ultrasonido estaba tenso; que había visto algo malo. Aquella
rodó de nuevo los ojos. El edificio está iluminado por enormes tragaluces en el
centro del mismo, que abarcan todo el techo. Lleno de luz; mucha luz. Una
arquitectura contemporánea muy acogedora, basada en concreto, madera y
ventanales. Todas las paredes de los pasillos abiertos hacia el gran cubo
interior están cubiertas de piezas de arte. Pinturas muy atractivas en las que
reconocimos varias rúbricas famosas. Todas habían sido donadas al Eye Care
Centre. Si voy a tener que estar viniendo
aquí, al menos el lugar está muy agradable, le comenté a Aquella. Mi cita era
la siguiente semana en el centro de especialidades médicas de New Westminster
con la doctora Wittenberg.
A dos cuadras de los centros
médicos de Vancouver está la mejor taquería de Vancouver y de muchas partes de
México. Aquella y yo nos fuimos directo a comer tacos. Todavía no me sentaba -acabábamos
de ordenar nuestros primero tacos en la ventanilla correspondiente y me
acababan de entregar mi refresco Jarritos sabor mandarina-, cuando me sonó el
teléfono. Era la secretaria de la doctora Wittenberg para avisarme que quería
verme al día siguiente a más tardar, y no era pregunta. Me recibiría en otro centro
médico en Surrey, uno de los más grandes municipios del área metropolitana de
Vancouver... Se me cerró el estómago, y por primera vez desde que supe que mi
mamá había fallecido, no pude comer. La segunda vez de toda mi vida. Sentí la
palidez de mi cara, y un leve zumbido atarantó mis oídos. Mala la cosa, me dije, sin fuerzas de decirlo en voz alta. El
camino de regreso fue silencioso, y Aquella desistió de pedirme que no me
adelante; sospeché que estaba igual de asustada que yo. Era obvio: la doctora
vio las primeras fotos del ojo, y quiso un ultrasonido. El ultrasonido arrojó
algo que el técnico decidió comentarle a la doctora ipso facto, y la doctora de
inmediato me mandó traer. Esas prisas no son por gusto, por más acelerada que
fuera la doctora Wittenberg. Habían pasado 20 minutos del ultrasonido y la
llamada en la taquería...
Pasé una noche indescriptible,
porque no la recuerdo. Yo creo que sí me dormí. A la mañana salimos rumbo a
Surrey y llegamos a otro centro médico, mucho menos elegante, pero como todos,
muy bien equipado. Normalmente las horas o días que me separan de una cita u
otra, para lo que sea, las uso para imaginarme lo que ahí se va a decir, y
por ese medio tratar de crear la realidad que deseo o espero. Si visualizo lo
que en ese encuentro se va a decir o va a pasar, siento que lo logró
concretizar y hacer que suceda. Todo esto me tomó por sorpresa y no tuve mucho
tiempo para hacer mi ejercicio, el cual hago precisamente para combatir esos pensamientos
negativos que presagian lo peor dizque para "estar preparado"... Sólo
había imaginado a la doctora diciéndome que me tenía malas noticias, y mi mente
imaginaria indómita no se atrevía a continuar la escena, así que no había
pasado de ahí...
Aquella se quedó en la sala de
espera cuando me pasaron a un cubículo de consulta donde estaban los aparatos
ya conocidos en la silla de revisión oftalmológica. Aparece la doctora
apresurada, cierra la puerta tras de sí, y me saluda diciendo "aldo, we
have to talk!"... Una calma alarmante me recorrió el aura, y mi
respiración se volvió pausada y lenta, casi como suspiros sincronizados. Me
explicó que había una pequeña masa atrás del ojo izquierdo, que no era la
retina ni las otras capas oculares, que no era vascular y que no parecía ser un
proceso inflamatorio nada más. Me explicó que había hablado con la doctora
Katherine Paton, oncóloga oftalmológica, la eminencia de dicha sub-especialidad
en British Columbia, y que ella ahora sería quien seguiría mi caso. En el
monólogo, porque yo no tenía nada que decir, la doctora acelerada me dijo que
una masa que aparece detrás de un ojo en esa área específica, en el 98% de los
casos era maligna, y que en su inmensa mayoría, eran debido a una metástasis
del origen primario del cáncer que se pudiera tratar. Me explicó que en
hombres, a mi edad, los principales sospechosos eran: Colon (que hacía 10 años
no me revisaba), Pulmón, (que habiendo fumado por tantos años...), y el tercero
ya no se registró porque me volvieron a zumbar los oídos y me distraje. Me le
quedé viendo a la doctora y pensando que no estaba nada fea, incluso era
simpática y se auto proyectaba dominante, pero de una manera atractiva, y muy
segura de sí misma, en apariencia. De las que cuando las seducen se dejan
arrastrar por las cordilleras del placer sin freno ni pudor, contentas de
soltar el control que tantos años mantuvieron, embebidas en sus libros y textos
académicos, listas al fin a cambiarlos por un rato de placer físico y no sólo
intelectual. Entonces me preguntó si tenía alguna pregunta, como notando que no
había yo abierto la boca y quizá necesitaba callarse y dejarme hablar ahora a
mí. El tono que le dio a la pregunta me reveló que en verdad estaba muy
incómoda de darme esas noticias, y que su trabajo era aparecer muy calmada,
optimista y con todo bajo control, para que yo no lo perdiera. Me encogí de
hombros y callé. Insistió en las estadísticas letales para explicar porqué se
tuvo que hacer todo muy rápido, y que ella consiguió que me reciba la eminente
doctora Paton de inmediato, porque era tan pequeña mi “lesión” del ojo, y tan
ausentes cualquiera otros síntomas, que
podría tratarse de algo realmente incipiente, descubierto muy tempranamente
y no iban a perder ni un segundo, y ahí fue cuando me hizo la misma pregunta
que me hizo la primera doctora que visité: “¿how exactly did you notice this in
your eye?” Parece fácil, pero como el cerebro se encarga de interpretar lo que
vemos, si lo que recibe del ojo izquierdo no está muy claro, lo recompone con
lo que recibe del derecho, el cual ve muy bien, así que yo veo todo perfecto.
Solamente viendo con el ojo izquierdo y cerrando el derecho puedo distinguir el
defecto visual. La doctora continuo explicándome que lo típico es que los
pacientes aparezcan a consulta con un tumor ya grande, con síntomas diversos,
porque hasta que no tienen otro síntomas más obvios, no se dan cuenta, así que
les intrigaba el porqué yo lo había descubierto de repente. Le mentí y le dije
que no sabía cómo me había dado cuenta porque me parecía irrelevante en medio
de las noticias recién recibidas. Así que siguió dando explicaciones ella sola.
Me repitió que no tenían manera de saber qué cáncer era, pero que en le 98% de
los casos eso era, y por lo tanto me lo estaba recalcando claramente, para que
estuviera preparado a tomar cartas sobre el asunto sin dudar. Que ahora había
que encontrar al culpable, escondido en el Colon, o el Pulmón, en el Páncreas,
o en el Hígado, por “bad luck”...; la doctora Paton haría eso por mí ahora, y ella
era la máxima eminencia de por estos lares, así que no podía estar en mejores
manos, y ya me estaba esperando en pocos días porque no íbamos a perder el
tiempo que mi afortunado descubrimiento les había otorgado. Ante mi silencio
insistió en que le preguntara algo. How
long do I have? contesté esta vez; should
I put all my affairs in order? redondeé la pregunta...
La doctora Wittenberg se me
quedó viendo y me di cuenta que no estaba equivocado en mi diagnóstico sobre
ella. “¿De qué estás hablando?” me dijo. “Espero que muchos años más”,
continuó. “Te estás adelantando mucho, ¿porqué preguntas eso?” Me recordó que
todavía no sabíamos que era. Le expliqué que no se me ocurría nada que decir,
entonces dije lo que dicen siempre en las películas y dramas de TV. Me robé los
parlamentos ante la ausencia de una mejor pregunta. Se me hace que se mortificó
un poco con mi respuesta, y me preguntó si venía solo. Le dije que mi esposa
estaba sentada afuera en la sala de espera general pero no le expliqué que Aquella
estaba haciendo como que no se adelanta a nada, que estaba con la mente
positiva y muy en paz, como siempre parece estarlo. Pareció aliviada la doctora
Wittenberg. “Good! Bring her here now to fill her in”. Yo le puedo decir,
expliqué, no hay necesidad. “No! No! No! I’ll go get her myself”, y salió casi
corriendo con su acelere característico.
Aquella entró detrás de la
doctora, con la expresión no muy convencida de que cara poner. Yo sólo la
recibí con una mueca de sonrisa que quería decir: siento mucho hacerte esto...
La doctora repitió en resumen
lo antes dicho para “beneficio” de Aquella, y Aquella sonrió cuando vio un
hueco para hablar y dijo algo positivo y tranquilo. Si la doctora Wittenberg
estaba lista para enfrentar un drama, ya podía cambiar de postura y relajarse. Ahora
sabemos que no nos da por ahí. Quizás la doctora sintió que no nos estaban cayendo del todo las implicaciones, y quizás así fuera, aunque yo recuerdo todo
muy claramente. La doctora acelerada se entusiasmo con Aquella y salió corriendo
a traer algo. Así que nos dejó solos con la novedad de que yo tenía cáncer.
Sólo nos miramos. Ya habría tiempo de hablar, así que no dijimos nada que valga
la pena recordar. Yo al menos llevaba algunos minutos tragando la novedad;
Aquella acababa de recibir el trastazo. Toda su energía estaba concentrada en
actuar con calma total. Regresó la doctora pronto con las imágenes impresas de
las fotos intraoculares que me habían tomado dos días antes en su consultorio
de New Westminster, las exhibió y nos explicó detalladamente cómo se veía lo
que no debería estar ahí, y usaba la comparación del ojo derecho que está
totalmente normal para enfatizarlo. Estaban explicándome lo que había yo
temido, y ahora ese pensamiento descontrolado se concretizaba, así que lo que
mi mente hacía era ir y venir entre diversas estructuras literarias para
describir mis sentimientos, y trataba de adivinar los sentimientos de las otras
dos presentes en el cubículo, imaginando los textos descriptivos del evento y
los sentimientos liberados con la novedad. Descubría poco a poco que no me
lograba identificar con el que yo tuviera cáncer, y pensaba que así seguramente
piensa todo mundo en esos trances. Las frases arquetípicas como “I cannot
believe this”, pero en serio, desde el fondo de mis naturales presagios. De
plano no estaba en el libreto esta situación. Los antecedentes de cáncer de la
familia de Aquella son tan tremendos, que siempre he estado con la inevitable
preparación para algún día recibir esa mala noticia respecto a ella, no de mí,
así que al entender eso, sentí mucho gusto. Fue un gran alivio pensar que
Aquella no era la enferma, sino yo, y que ella sería quien me cuidaría a mí,
porque ella es mucho mejor sanadora, y yo prefiero que ella esté viva y feliz,
a que yo. Me acordé de aquello que alguna vez me contó mi papá, sobre un hombre
ya viejo, haciendo referencia a su muy prolongada relación con su esposa: “si
le toco una pierna a mi esposa, es como si tocara una pierna mía; y si le
cortan una pierna a mi esposa, sería como si me la cortaran a mí...” A mí
todavía me interesa tocarle las piernas y más allá a mi esposa, pero comprendí
mejor que nunca el sentimiento.
Me encargaron lo que a partir
de ahí fueron una batería de estudios como jamás me habían hecho ni me hubiera
imaginado. La doctora acelerada dijo que no había para qué perder el tiempo si
la doctora Paton iba a requerir todo eso, y que ya lo habían platicado la noche
anterior y que de una vez habían enlistado todo lo que iban a requerir por lo
pronto. Pensé dos cosas: ¿cuántos litros de sangre me irán a tener que sacar
para hacer todos estos estudios ahí enlistados? Y ¿estuvieron hablando de mi
caso anoche las dos doctoras? ¿Tan interesante resultaba? Al pasar de los días
descubrí que así trabajan siempre, con un profundamente humano interés y una dedicación
intensa de verdadera vocación, hasta hoy, sin ninguna excepción en los más de
10 doctores que me han visto y todo el impresionante equipo profesional de
técnicos de la salud y enfermeras que me han traído y llevado. Las
instalaciones más impresionante que me podía esperar en enormes edificios
contemporáneos, uno tras otro conforme fuimos Aquella y yo navegando por toda
esta incipiente aventura médica.
Recordemos que aquí en Canadá,
específicamente en British Columbia, mi asunto, es mal negocio para el sistema
de atención a la salud que es quien paga todas las cuentas, sin las salidas
desalmadas de los seguros médicos privados por “condiciones pre-existentes”, ni
límites de costos, ni fechas de expiración del seguro de salud. Punto. El 100%,
sea lo que sea, se necesite lo que se necesite, cueste lo que cueste, y si
tuviera que ir a otro país por un tratamiento aceptado que aquí no lo hubiera,
también, por el tiempo que estés vivo, vivas cuantos años vivas. Imagínense la
risa que me da cuando oigo a los polítiquillos gringos manipulando la
ignorancia del pueblo del país sin nombre diciéndoles: “¿would you like to end
up like the canadians, with a socialist health system?”... (¡HAHAHA! You wish!,
idiots).
Una vez que está registrado tu
caso por cualquier médico u hospital en el sistema, como ahora lo estaba yo,
todo está interconectado, y simplemente te vas presentando en los laboratorios
más cercanos a ti, o donde te manden, te reciben, ven tus datos en el sistema y
ya saben qué te ordenaron, y quién, y todos van recibiendo la información de
resultados, desde tu doctor familiar, hasta el último al que vayan
involucrando. Todo se envía electrónicamente y tú no cargas ni papeles, ni
recetas, ni radiografías, ni nada. Vas, te sacan sangre, placas, escaneos,
fotos, ultrasonidos, entrevistas, y un sin fin de estudios, y todo se va
pasando por sistema a todos los interesados. Sólo necesitas una tarjeta, como
las de crédito, llamada “Care Card”, con tu nombre, tu número y una banda
magnética. La primera vez te piden otra identificación para asegurarse que eres
tú, y después que te conocen, te tratan por tu nombre, en primera persona, y
con una calidez muy reconfortante. Te sientes bienvenido y querido. Yo, porque
puedo, pago en British Columbia $128 al mes, por toda mi familia. Nada más
entre fracturas y demás estudios por accidentes deportivos de mis hijas ya me
los gasté varias veces. Si no pudieras pagar ni eso, pides ayuda y los
trabajadores sociales te arreglan. Los doctores aquí viven muy bien, y entre
mejores sean, más pacientes tienen y más ganan, pero no se pueden volver súper millonarios.
La medicina simplemente no es negocio a nivel del hospital o del doctor. Si que
lo es para las empresas medicas y las farmacéuticas, desde luego, y el gobierno
paga las cuentas. Aquí los doctores tienen vocación por la medicina y los
pacientes, no por el dinero, y ni a ellos ni al gobierno, o sea los hospitales
y centros médicos, les conviene hacerte algo que no necesitas. Lo que les
conviene es que estés sano, no enfermo.
Así que el día 6 de Junio de
2012, fui avisado oficialmente que tenía algún cáncer en algún lado, casi
seguro... Sobre ese “casi” iba a construir mi defensa, confeccionando con el
intento, lo que yo prefería que pasara. No debía volver a estar desprevenido, y
debía pensar y crear lo que quería oír de ahí en adelante, y no dejar que
simplemente sucediera lo que sea...
Ahora seguía la etapa de la
doctora Katherine Paton.
Las noches y los días previos
a esa primer consulta los debía utilizar para determinar lo que quería oír en
esta siguiente etapa de búsqueda de malignidades en mi cuerpo sorprendido.
Mientras tanto debía vivir la vida y los días que ya estaban programados de
trabajo, o de lo que fuera, con la novedad de que mientras otra cosa no
sucediera, yo tenía cáncer, y eso no debía perturbar mi concentración para
crear la realidad siguiente. Esas dos semanas, yendo y viniendo de laboratorios
de análisis médicos, tomando fotos en mi trabajo, administrando mi apenas
iniciado negocio, y continuando la vida familiar, fueron realmente
interesantes.
Mi primer gran descubrimiento
fue que lo que más me inquietaba y hacia sufrir, eran los seres queridos que me
rodeaban. Simplemente no quería decirle a nadie porque no quería que nadie se
incomodara o fuera a sufrir. Aquella me dio un recurso muy valioso para dejarme
de atormentar con eso: ¿para qué decirle nada a nadie antes de que sea ya una
situación del 100%, y no del 98%? Mientras no se sepa por lo tanto de qué se va
a tratar y que ya vaya a afectar mis relaciones con esos seres queridos y
queridos amigos debido a cambios en mi vida, no había nada que decir. Por lo
pronto había que olvidarse de andar dando noticias, y concentrarme en
materializar un mejor devenir de acontecimientos próximos. Además, así descubrí
cuan fácilmente caemos en el vicio acendrado de “dar” esas noticias o los
dramas que sean que nos afecten en lo personal, para buscar la atención de los
demás; para jalar energía de quienes nos rodean, aunque sea por lástima,
sincera o no, pero que sus atenciones estén proyectadas sobre nosotros.
Algo que me daba muchos ánimos
era que no fuera ninguna de mis hijas la afectada. Siempre le he avisado muy
claramente al destino que lo que quiera con ellas, tendrá que ser conmigo, y
solamente conmigo... el humor también me ayuda: en uno de esos días, le dije a
Aquella que quería comerme una hamburguesa doble con mucho queso y aros de
cebolla además de las papas fritas. “¿Otra vez quieres comer?” me inquirió con
tono de “eres un marrano”. Este asunto
del cáncer da una hambre tremenda, le expliqué a manera de excusa, pero con
toda la intención de darle inicio a la etapa de hacer bromas al respecto y
empezarnos a reír de mi caso.
La doctora Katherine Paton
tiene sus consultorios dentro del Eye Care Centre de Vancouver, en la misma
área del ultrasonido oftálmico, en la letra L, como ya había mencionado antes. Cuando
llegué, una recepcionista terminó de armar mi expediente -el cuarto expediente
que se abría paso a través de la sofisticada maquinaria de atención a la
salud-. Un rato después llegó una enfermera especialista, me hizo muchísimas
preguntas de un formulario que acabó en el expediente y me aplicó las
consabidas gotas que dilatan las pupilas. Me dijo que en un rato que hubieran
hecho su efecto las gotas ella regresaría por mí, y me mandó a esperar con los
ojos cerrados junto a Aquella, bajo el techo de vidrio que baña de luz el
interior del edificio. Cuando las pupilas se quedan dilatadas, la luz del Sol
es inverosímil. Habíamos muchos pacientes sentados con lentes de sol,
incapacitados para leer algo para matar el tiempo. Yo al menos tenía a Aquella
para conversar.
Había vivido esas 2 semanas
pensando que tenía cáncer, y departía con amigos, o hablaba con mis hermanas
por teléfono, escamoteando esa negra posibilidad pronosticada como inminente.
Una de las más difíciles pruebas era no decirle nada a mis hijas, sabiendo que
si me preguntaban, les tendría que decir, porque he vivido entercado en siempre
decirles la verdad, sea la que sea. Por ahora el tema era que no habían
descubierto por qué veía mal, y en eso estábamos.
Entendí muchas cosas respecto
a tener la vida tan seriamente amenazada. O creo entenderlas más, ahora que ya
no fue teoría ni lo que otros me contaron, o lo que otros han escrito al
respecto, y tantos que han plasmado en muchas historias de cine y televisión
sus casos y sentimientos. Sin embargo, lo vivía algo superficialmente, porque
tenía que tener mi intento bien enfocado en que sucediera lo que yo quería que
pasara. Mi deseo había sido que la doctora Paton me dijera, tras de recibir el
montonal de resultados de estudios de laboratorios, que no habían encontrado
trazas de un indicador claro de cáncer en mi cuerpo, y que sí existe la
posibilidad de que no lo haya, y que todo resulte ser otra cosa más razonable
que la terrible amenaza oncológica. No me concentré en mucho más que eso, por
el momento. Sólo quería un resquicio más amplio que un 2%...
Al fin me llamó la doctora,
que salió a buscarme a la sala personalmente. Tiene el pelo largo, ya canoso y
recogido, delgada, de unos cincuenta y tantos años, seria y de fachada refinada
e importante. A través de los pasillos internos de su área de consulta, que
consta de al menos 10 cubículos distintos, incluyendo el del ultrasonido, sus
movimientos son claramente de quien está al mando de todo y todos. Con una
costumbre ya muy madura de dar órdenes, y una mirada agradable, pero muy
determinada, de alguien que no tiene ninguna duda de quién es y a qué se dedica.
En lugar de diplomas y títulos, algunas paredes de los pasillos ostentan
posters mandados a hacer por el Eye Care Centre, llenos de gráficas y textos
sobre publicaciones con resultados de estudios de investigación clínica de
apariencia muy impresionante, con sus correspondientes tratamientos diseñados,
realizados y publicados ante el mundo médico por la doctora Paton y su equipo
de colaboradores. Varios de estos respecto a niños. Aunque haya detrás de esas
impresiones pegadas en la pared un equipo de diseño gráfico en alguna área de
Mercadotecnia del centro médico oftalmológico, no dejaban de ser
reconfortantes. Para empezar, sólo los que entran hasta ahí los ven, pues no
tiene caso ni es necesario “invertir” en publicidad para la institución, así que
sólo sirven para exaltar el ego de los médicos que ahí trabajan, y generarle
confianza o algo de tranquilidad a los que tenemos que estar ahí, aunque no
queramos.
Entré tras ella a un cubículo
con el consabido
oftalmoscopio, me sentó en mi
lugar, y ella tomó el suyo. Su plática inicial se centró en preguntarme a qué
me dedicaba, si tenía familia, cómo eran mis hijas, qué me gustaba hacer aparte
de mi trabajo, qué tipo de fotografía hacía y así poco a poco se fue alineando
hasta llegar a la pregunta de cómo fue que me di cuenta de lo de mi ojo
izquierdo, y muchas preguntas sobre mi estado emocional, seguidas después por
preguntas concretas respecto a síntomas y mi estado físico histórico general.
Después noté que iba a pasar a la revisión del fondo de ojo sin decir más, pero
la detuve y le pregunté por mis resultados. Ella regresó a su posición
anterior, se acercó a la barra donde habían muchas carpetas con mis papeles, y
unos monitores de computadora, y hojeándolos me dijo lo que yo tenía programado
oír: ninguno de estos resultados arroja un dato que parezca fuera de los
parámetros normales. Mi única duda sería el número de plaquetas, puntualizó. Porque salió que tengo como 70, ¿verdad?
le dije de inmediato. “That’s exactly right” me contestó. Le expliqué que así
ha sido toda mi vida, que es de familia, una de las gracias de mi sangre Italiana,
a lo cuál me preguntó que si no era Mexicano. Primero hice mi gastada broma de
que yo nací en México por accidente, y luego le expliqué que de sangre, pues no
lo era, pero si de formación y crianza. Muy bien, dijo, hizo algunas
anotaciones en el expediente, y descartó el único indicador que le había
parecido fuera de la norma.
Ya nada de lo que siguiera,
era asunto mío. Ya me podía hacer todas las demás auscultaciones que quisiera.
El primer paso para deshacerme de la mala posibilidad había sido logrado. Entonces
la doctora me acomodó, sin darme muchas explicaciones de dónde poner la cabeza,
o cómo apoyar el mentón y donde recargar la frente, viendo al aparato que de
inmediato separó nuestras caras, con ella sentada frente a mí. Pensé que los que
vienen a verla ya han pasado por tantas revisiones de éstas, que ella ya no
recuerda darte las indicaciones. De hecho, me hizo sonreír porque hacía sólo un
ademán leve con la mano, que quería decir, “mira hacia mi oreja”, y otros para
que vieras arriba, abajo, a los lados, y de nuevo a su oreja, sin verbalizar
nada, y yo, divertido, lo hacía a la perfección. Su aliento no era muy
agradable. Parecido al aliento de alguien que lleva mucho sin comer, pero no
resultaba insoportable. Pocas cosas resultan ya insoportables, después de que
crees que tienes cáncer mezclado con todo ese torrente de estereotipos mortales
con el que lo relacionamos sin remedio. Me revisó ambos ojos por un tiempo
mucho más prolongado que nadie antes, y finalmente se escurrió hacia atrás con
su banquillo rodante, y deslizó hacia un lado el aparatoso artefacto,
dejándonos nuevamente sentados frente a frente a una distancia más razonable
socialmente, y fuera del alcance de su aliento inapetente.
“I want to see more. I want to
know more about whatever’s in the back of your eye. I have to keep digging, and
searching. I want to have some photos of your eyes. I’ll send you right now for
those, downstairs”. Le dije en tono de pregunta que la doctora Wittenberg ya me
había hecho un estudio de fotografía intraocular, pero la doctora Paton sólo
sonrió y me dijo que ya lo sabía, y que ahí los tenía, al igual que el
ultrasonido, pero ahora necesitaba otros distintos. Ahí aprovechó para
mostrarme en uno de los monitores cómo se veía esa deformación extraña al fondo
del ojo en el ultrasonido. Me dijo que era demasiado leve todavía, y que no
quería molestar o hasta lastimar al ojo para tratarle de sacar respuestas a la
lesión por medio de una biopsia. Que tampoco quería que me radiaran el ojo sin
saber a ciencia cierta de qué se trataba. Se levantó, me hizo seña de seguirla
y caminamos rumbo al escritorio de su secretaria que está plagado de papeles y
computadoras, donde claramente trabaja alguien que está muy ocupado. Le dio las
instrucciones a ella en un par de frases pues su asistente no requería mayor
explicación, y ésta sólo le preguntó que si hoy mismo quería esos estudios
fotográficos. La doctora asintió y sólo confirmó: “right now”.
La secretaria muy amable me
dio la hoja con la orden y me indicó ir al piso de abajo, y caminar rumbo a la
letra F. Salí a la sala, recogí a mi mujer que estaba en santa paz oyendo un
libro (le gusta “leer” audio-libros con su iPhone y unos auriculares). Le dije
que ahora íbamos por unas fotos y su comentario fue que qué maravilla, que me
estaban revisando todo el cuerpo súper a fondo y que eso era muy emocionante...
Así es Aquella. Le pregunté si quería saber qué dijo la Paton y dijo que claro,
con el entusiasmo de quien va a confirmar buenas noticias. Yo sabía que Aquella
tan solo de verme la cara al salir de la consulta, sabía que me habían dicho lo
que por lo pronto queríamos oír. En el camino a la letra F se lo platiqué,
encantado.
Al llegar a la recepción de la
letra F, noté que esa sala de espera estaba atiborrada de pacientes. Me
presenté con la encargada, y esta recibió sonriente el papel con la orden de
Paton. Su sonrisa de saludo se tornó en expresión abrumada, y se fue hacia
adentro a preguntarle algo a alguien, supuse. Pronto volvió con la noticia de
que tendrían que hacerlo otro día pues estaban sobrecargados de trabajo. En ese
instante pensé que ese espacio de tiempo me daría oportunidad para concentrarme
en los resultados que querría tener después de estos nuevos estudios, así que
le dije que ok, que subiría de nuevo
a sacar otra cita con la Paton y a pedir instrucciones al respecto. Tomé de
regreso mi orden y nos fuimos al segundo piso. Le estaba explicando a la
recepcionista que tendría que volver al día siguiente porque estaban saturados de
trabajo en la letra F, y justo salía en ese momento la Paton. La recepcionista
le estaba apenas empezando a referir lo que acababa de decirle yo, cuando la
doctora la interrumpió: “put them on the phone!”, y volteó conmigo y me ordenó
que me regresara a la letra F en la planta baja. Muy obediente ante ese
desplante de autoridad cogí a mi mujer y nos devolvimos por el pasillo por el
que habíamos llegado.
Hice una parada inevitable en
el baño. Al llegar al escusado noté unas gotas de orín sobre el borde de la
taza que en lugar de ese tono amarillento característico de la orina, eran de
un color amarillo eléctrico fosforescente antinatural. Hasta apague la luz a
ver si brillaban en la oscuridad, pero no. En ese momento lo que pensé fue que
quién fuera que orinara de ese color, debía estar seriamente enfermo, y lo
lamenté con una nueva empatía recién adquirida en las pasadas dos semanas de
estar bajo la espada clínica de Damocles...
Me estaba esperando una enfermera sonriente,
que me pidió que la siguiera por favor. La doctora Paton había ejercido su
autoridad, sin duda...
Llenamos de nuevo un eficiente
cuestionario, y de ahí me explicó con el acento de algún país de los Balcanes
qué era lo que me iban a hacer, con especial énfasis en un proceso en el cual
te inyectan intravenosamente un par de líquidos de contraste, que
afortunadamente pueden meter revueltos evitando repetir el proceso; cómo me iba
a sentir cuando el medio de contraste me recorriera el cuerpo, y qué pasaría en
los días subsecuentes mientras lo fuera eliminado mi sistema. Las preguntas de
cajón sobre alergias y demás historias quedaron plasmadas en mi expediente. En
la primera etapa te colocan frente a otro aparato parecido al oftalmoscopio,
pero que es de fotografía. De inmediato me interesé por esa tecnología frente a
mí; por la resolución de las imágenes, los sensores, si era analógica o
digital, si del lente se iba lo captado directo a una computadora o si tenía
sus propios procesadores cibernéticos como una cámara digital; el amigo técnico
que se encargaría del proceso, paciente y amable me daba respuestas diseñadas
para alguien que no entiende gran cosa de tecnología, y que resultaban
demasiado elementales para mí. Ahí recapacité y me di cuenta que no tenía
tiempo que perder si pensaba concentrarme y enfocar mi intento en generar los
resultados y las respuestas que querría oír sobre estos nuevos estudios, así
que mejor me concentré en las indicaciones del técnico médico, y en mis propias
elucubraciones.
Las luces que emanan del
aparato y chocan con tus pupilas dilatadas e incapaces de contraerse te provoca
lagrimeos abundantes y la necesidad constante de parpadear, pero como sé que cerrar
los ojos para la fotografía resulta inconveniente, pues me la pasé los primeros
minutos sufriendo. Entre una “sesión” de fotos y otra, cuando me preguntó cómo
me sentía, le comenté del martirio palpebral de mis ojos atormentados por sus
luces, y pacientemente me explicó que el aparato estaba diseñado para eso, y
que parpadeara todo lo que quisiera. Es curioso como tantas veces sufrimos fútilmente
con algo por no saber y no preguntar o pedir. He descubierto en Canadá que para
los que venimos de donde yo vengo, como jamás esperas muchas cosas que aquí te
dan, hay una cantidad inusitada de derechos y beneficios que recibes al ser
Canadiense y que te puedes perder porque no piensan en tenértelos que decir u
ofrecer pues los dan por hecho, ya que los Canadienses por el contrario están
acostumbrados a recibirlos y merecerlos, mientras que en México ni soñando... Después
de eso, disfruté más todo el interesante evento fotográfico que nunca había visto
antes en mi vida.
En la siguiente etapa regresó
la agradable enfermera balcánica, y se sentó junto a mí, con una mesita y unas
charolas con sus agujas, mangueritas, botes de líquidos, gazas y demás, para
ponerme un catéter en la vena, a la cual conectarle una gruesa jeringa con la
mezcla de líquidos de contraste de los que me había hablado a detalle, y quedó
lista para introducirlos en el torrente sanguíneo en cuanto se lo indicara el
operador de las cámaras fotográficas desconocidas. Me recordó algunos de los
posibles síntomas y las indicaciones, recordándome que notaría la eliminación
en la orina, para que no me sorprendiera y tomara mucha agua. Can I drink beer instead? le pregunté
muy serio. El técnico que era muy callado instantáneamente dijo: “That’s even
better!” y la enfermera sólo se rió...
Ocupamos todos nuestros
lugares, e iniciamos el procedimiento. La sensación fría comenzó a recorrer mis
venas, mientras el técnico me recordó que siga con la vista un puntito de luz
que emana del aparato, evitándole al operador pedirte que mires a un lado, al
otro, arriba y abajo. Las luces enloquecidas reaparecieron y me deslumbraron
inconcebiblemente. Al cabo de unos minutos, me pidieron que me relajara en el
respaldo del banquillo, liberando la cabeza de la especie de cabestrillo donde
la colocan apoyada en la barbilla, y me anunció el técnico que la primera parte
había salido bien, y que ahora habría que esperar unos 10 o más minutos para la segunda etapa. En ese
momento la enfermera me sacó plática mientras me quitaba la sonda de la vena,
preguntándome sobre mi acento, platicándome -como todo el mundo en Canadá-, cuánto
le gustaba México y cuántas veces lo había visitado de vacaciones. Se mostró
sorprendida de saber que yo era de México, pues ni el nombre ni la facha lo
revelaban. Estamos tan acostumbrados acá a que todo mundo venga de todas partes
del mundo, que aprendemos a distinguir más o menos de dónde es cada quien, y
desde la escuela primaria te sensibilizan a conocer y entender diversas
costumbres para que no pases penas o causes ofensas a nadie. Lo que es muy
cómodo es que se habla y cuestiona sobre variedades raciales y raíces
culturales de manera totalmente abierta, sin complejos epidérmicos; a los
negros de África les decimos negros y a los de India brown tranquilamente, como un Inglés hablaría con soltura del clima.
Y es mucho más divertido que la superficialidad del reporte de lluvias para el
día.
Una vez que el técnico
consideró que ya estaba listo el contraste en los vasos sanguíneos de mis ojos
procedió con la ultima etapa, entre una plétora de luces y algunas diferencias
técnicas que en la primera etapa. Al cabo la enfermera se aseguró que me
sintiera bien, y me indicaron que descansara unos minutos. De ahí habría que
pasar a otro cubículo, con otra máquina fotográfica, a sacar más y diversas
imágenes internas de mis ojos. Tras un cubículo más, con otro aparato moderno
que emitía luces distintas, que pasaban de rojos a blancos, al fin terminó el
técnico de capturar todas las imágenes solicitadas por la doctora Paton. Entonces
me indicaron que ya podía regresar a la letra L, y todos me desearon suerte de
una manera que no se sentía mecanizada sino cálida y sincera. Me encontré a
Aquella apacible, enchufada a su teléfono oyendo su libro. Me sonrió al verme y
me recorrió esa sensación de feliz agradecimiento por tenerla conmigo; mi otro
yo. Mi Elvira. Nos fuimos de regreso al segundo piso...
Tras avisar de mi retorno, me
indicaron que tomara asiento y esperara y aproveché para visitar de nuevo el
escusado. En el instante que comencé a orinar, descubrí aquel color amarillo
alienígena que antes había visto chorreado en ese baño que ya alguien había
limpiado. No quise recordar mi pensamiento pasado sobre la obvia gravedad del
que así había orinado antes que yo. Me aseguré de no dejar ninguna gota en el
borde de la taza, me lavé las manos y me fui a sentar. De pronto estaba tan
agotado emocionalmente que el cuerpo me pesaba como si estuviera colmado de
plomo...
Cuando la doctora Paton me
llamó de nuevo, como una hora después, esta vez invitó a pasar a Aquella cuando
la descubrió sentada a mi lado. En el cubículo de turno un nuevo doctor, más
joven, estaba estudiando detenidamente mi caso y dialogando sobre mi ojo con la
doctora. Se dedicaron a revisar las fotos recién enviadas por la computadora de
la planta baja, y ella le pidió que él también me revisara los ojos con el
socorrido oftalmoscopio. Conversaron sobre mi caso entre ellos frente a
nosotros.
Básicamente entendí que no era
un asunto vascular o de irrigación sanguínea definitivamente, que el
engrosamiento era de la última capa ocular, por detrás, y que ésta
probablemente contenía algún líquido. No era melanoma. No sabían qué era. La
doctora me dijo que por lo pronto sólo sabían lo que no era, nada más. No
quería hacer nada hasta saber más. Repitió que no quería que nadie me “radiara”
el ojo sin un diagnóstico más certero. El doctor más joven declaró que estaba
de acuerdo con lo que estaba planeando la doctora después del ejercicio de
diagnóstico que llevaron a cabo frente a nosotros, y definieron otra lista
enorme de estudios clínicos. Me explicaron que me enviarían al BC Cancer Centre a hacer unos escaneos y
demás, y a interconsulta ahora con un oncólogo. Había que seguir buscando, y
ahora ya no sólo cáncer, por lo visto, porque los nuevos estudios de
laboratorio incluían tuberculosis, enfermedades venéreas diversas, y muchas
cosas más.
Le pregunté a la doctora Paton
si era plausible que no fuera después de todo algo maligno. “You just might
turn out to be clean as a whistle”, me animó. “You seem to be too healthy for
me to think you have something dreadful”, aclaró. Sorry to dissapoint you, me excusé. Sonrió, y agregó: “your job now
is not to worry; that’s our job”. Sonreí pensando that is easier said than done...
Ahora seguía la espera de los
estudios del oncólogo. Nada invitador el prospecto. La cita me la mandarían
decir unos días después. Las oficinas de los médico se encargan de sacarte las
citas con quien te refieren. Aquella estaba a punto de hacer un viaje con sus
hermanas para el cual había esperado, planeado y soñado mucho tiempo, y yo
sabía que la idea de que me tendría que dejar ir solo a hacerme los escaneos y
a consultar después con un oncólogo, con la posibilidad advertida de que las
probabilidades de que saliera algo nefasto era muy elevada, la estaba lascerando
de angustia. Yo no iba a rajarme y a permitir que Aquella se perdiera de ese
viaje. Ya me habían dicho una vez que tenía cáncer y no pasó nada. Podríamos
platicarlo por teléfono y ya regresaría. Pero no dijimos nada. En camino al
estacionamiento ella sólo me recordó que todo había pasado tal y como yo lo
había proyectado. Que debería estar contento y reforzar mi capacidad de
determinar mi vida y lo que en ella sucede. Vámonos
entonces a los tacos, sugerí de inmediato. La vez pasada me los echaron a perder con la novedad, y me quiero
desquitar...
La despedí en al aeropuerto
unos días después y me quedé al cargo de todo en la casa. Su parte de trabajo
casero es una friega inacabable y ahora había que añadirla a lo poco que yo
hago. Mientras llegaba el día del estudio (CT Scan) debía vivir en paz, ocupado
de mis asuntos. El BC Cancer Centre en Vancouver es un inmenso edificio,
rodeado de varios otros edificios muy modernos, dedicados a la investigación
del enojoso asunto. Muy impresionante. Por primera vez iba solo a estas
consultas, y no tenía junto a mí a Elvira para platicar sobre lo impresionante
que era todo esto que nos rodeaba y acogía, y para ella detenerme cada vez que
me vinieran las ganas desleales de arrojarme al desfiladero emocional de la
desesperación; Aquella ya andaba en Yucatán. Llegué a la recepción como me
indicaron. No había colas de gente que hacer, me identifiqué y de inmediato
encontraron mi expediente, me dieron una tabla con clip y pluma con unas formas
para llenar, y me indicaron amablemente que volviera cuando acabara. En cuanto
me senté en una de las salas de espera, apareció una trabajadora joven y
agradable empujando un carrito muy bien equipado, del que me ofreció café, té o
agua. Le acepté un café con crema, y me lo entregó con varios brochures sobre el instituto, sobre el cáncer,
sobre opciones; sobre muchas cosas que decidí leer después, y me dispuse a
llenar las formas. Me llamó la atención que las primeras 2 partes de estos
cuestionarios indagan sobre tus sentimientos, estado emocional, relaciones
familiares, tus tendencias espirituales y la composición de tu núcleo familiar
y tus requerimientos de apoyo. Después venían las secciones sobre tu estado y
capacidades físicas, y luego tus síntomas. Al cabo fui a entregar las formas y
me mandaron a otro piso donde hacen el estudio que tenían programado para mí.
Me trataban con una calidez y amabilidad más marcada que en otras partes. Me
tratan como un enfermo de cáncer, supuse. Tuve que esperar ya en el área del CT Scan como por una hora, tomando agua
constantemente por sus indicaciones. Recordaba que en la pasada semana me
habían vuelto a sacar sangre un par de veces, una de ellas para este estudio. Tenía
el pliegue interno a medio brazo todo amoratado y jodido de tantas sacadas de
sangre; parecía de junky. Estaba
leyendo los folletos que me habían dado al llegar, vestido con la patética
batita de los hospitales, aunque al menos aquí te ponen otra por detrás para
que no martirices a los demás con las nalgas de fuera. Por fin llegó mi turno y
todo ese proceso de la máquina extraña donde pasa por un amplio aro modernista
todo tu cuerpo, recostado boca arriba sobre una plancha que se va deslizando
maquinalmente, mientras la máquina misma te está infiltrando medios de
contraste por las venas. Me recordó la serie de televisión House... La búsqueda intensa y presurosa de un diagnóstico furtivo...
Me habían advertido que cuando los medios de contraste comenzaran a circular
por todo mi cuerpo, sentiría efectos raros de temperatura en el pecho, y que
luego me daría la impresión de haberme orinado en los pantalones, pero que sólo
era una sensación, que no me preocupara, y sobre todo que no me moviera.
Efectivamente, tuve la clara impresión de haberme orinado. Quizás hace un
tiempo hubiera creído factible orinarte por la conmoción de la noticia
inusitada de padecer una enfermedad letal, pero ahora sé que se puede tomar con
mucha calma. Lo que me quedaba cada día más claro, es que lo único que me ha
importado de este proceso, en el sentido de miedo o angustia, es el efecto sobre
mis hijas, y nada más. Respecto a Elvira, se reveló mi condición egoísta,
contento de ser yo el que se pudiera ir dejándola sola, antes que ser yo quien
tuviera que enfrentar semejante atrocidad perdiéndola a ella.
Tan pronto el estudio terminó,
me despacharon y me indicaron que me darían pronto una cita con un oncólogo
para discutir los resultados. Me fui a mi casa a seguir mi vida, concentrado en
materializar la esencia de la futura consulta con el siguiente doctor: “no
hemos encontrado nada”, punto.
Llegado el día de la cita,
debo confesar que iba un poco más inquieto, después de todo, iba a recibir una
sentencia. Muy diferente a lo que podría sentir un hombre ante la corte, siendo
culpable, y quizás parecido a lo que sentiría un hombre inocente ante el
dictamen de un juez. Yo aún no consideraba tener la culpa de lo que me estaba
pasando. Ahora no estoy tan seguro de eso. Logré llegar dentro de ese enorme
edificio al área donde debía presentarme, me recibieron y me mandaron sentar en
otra sala de espera. Al cabo de no mucho, apareció un enfermero que me condujo
a un cubículo de consulta; me pesó, me midió, me tomó signos vitales y demás
cosas básicas, incluyendo varias preguntas. No dejaba de llamarme la atención
el trato tan casi cariñoso con el que me trataban. La presión salió algo
elevada y yo nunca he tenido problemas de presión. Se lo comenté, y me preguntó
que si estaba nervioso o asustado. Le confesé que si, sin ninguno de mis rasgos
cínicos característicos; estaba ahí, sentado solo, vulnerable y desprotegido. Me
dijo que era totalmente normal. Todos los que llegan aquí tiene algo más
elevada la presión... No me aclaró si lo “normal” es tener la presión más alta
que de costumbre, o sentir miedo y ansiedad...
De pronto, entró una doctora
bastante joven, y con mucha calidez me hizo un montón de preguntas, me auscultó
y me preguntó que si tenía algún síntoma en los senos nasales. Yo lo que andaba
pensando fue que era algo extraño que todos mis médico del caso fueran mujeres,
aunque lo cual me parecía magnífico. Pero ella resultó ser la residente que
estaba trabajando para el doctor al que en realidad yo estaba consultando, y
venía en avanzada. Todos siempre traen pegado uno o más residentes médicos. Mi
nuevo doctor se llama Howard Lim, y es asiático canadiense. Más tarde me reí
cuando le pregunté a una recepcionista algo sobre mis citas con el Dr. Lim, y
me preguntó que cuál Dr. Lim, porque hay dos con ese apellido en el mismo piso
del edificio del BC Cancer Centre... Ni
en China, pensé.
La consulta fue breve. El
doctor, de unos 40 años, era agradable, sonriente y bastante flaco. Una
característica común de todos los que me han consultado o atendido en todo este
proceso es que nunca parecen tener prisa, y siempre están calmados y de buenas.
El Dr. Lim me dijo exactamente lo que yo quería oír, sin mayores rodeos: “we
have not found anything that would indicate any abnormality or malignant
process in your scans...” Comentó que había una zona de los senos nasales que
no había salido del todo clara para su gusto en las imágenes, así que me
mandaría con un otorrinolaringólogo para que me hicieran una laparoscopía de
los senos nasales para estar más seguros. “Do you have any questions” me
preguntó como siempre hacen una vez que ya no tienen mucho más que decir.
Aproveché para decirle que los folletos que me habían dado el primer día
estaban redactados dando por hecho que el que los está leyendo tiene cáncer. Me
contestó que el 99% de los que llegan a ese centro, tienen cáncer...
Quedaron de arreglarme la cita
con el doctor de oídos, nariz y garganta y de luego darme otra cita de
seguimiento.
De ahí, me fui directamente a
los tacos. No es que esté obsesionado o los coma muy seguido, pero están
bastante lejos de mi casa y rara vez vamos, así que si estás muy de vez en
cuando a dos cuadras de La Taquería,
pinche taco shop (así se llama), pues hay que aprovechar. De ahí le marqué
de inmediato a Aquella que andaba subida en alguna pirámide Maya en Yucatán con
sus hermanas (incluidas las hermanas de cariño, todas brujas...), seguramente
efectuando algún rito, quizás incluso por mi salud. Yo sabía que su viaje aún
traía pendiente la nubecita negra de mi caso, y quería darle esa buena noticia
cuanto antes. Nunca le dije ni le confesé cómo me la estaba pasando aquí sin ella,
y ante mis hijas tenía que seguir igual, así que eso ayudó a en realidad no
perder la calma o el control. Siento que llevé las cosas muy bien, considerando
mis naturales desequilibrios y mi propensión al drama. “Se acaba de aparecer de
sol en mi viaje” me dijo Elvira en cuanto le repetí lo que dijo Lim...
Para cuando llegó la fecha de
ver al Otorrino, Aquella ya había vuelto, feliz de su viaje, contenta de
vernos, lista para seguir lidiando con mi drama, y llena de planes y artimañas para
curarme y de pócimas y recetas de todos tipos para dejarme como nuevo.
Nos topamos ahora con un nuevo
edificio de especialidades médicas, también en los alrededores de esas 8
manzanas dedicadas a la medicina en Vancouver. De impresionante, pasaré ahora
al término impactante. La mera arquitectura del edificio es maravillosa,
contemporánea, de un gusto refinado, con ambientes agradables, luminosos y muy
apantallantes. No deja de sorprenderme la disposición que tienen en Vancouver
para experimentar con nuevos diseños arquitectónicos y salirse de los moldes
prácticos que reducen los costos y de los pragmáticos que supeditan la belleza
y el arte del diseño a la funcionalidad. En el cuarto piso está el área de la
especialidad en cuestión, y ahí llené una hojita más, y luego fui recibido por
un residente especializándose en otorrinolaringología, que venía de Toronto,
pero sus papás eran de México D.F., así que platicamos muy amenamente un rato
con él en Español mientras me hacía los interrogatorios y auscultaciones
previas a que entrara el doctor asignado. Tras de saber sobre sus primos en
México, sus visitas cada año y las mofas que padecía con la raza por su curioso
acento en Español, cálido y sin prisas, como todos, me dijo que me iban a meter
un tubo con una cámara en la punta por un lado de la nariz, y que yo tendría la
opción de echármelo a pelo, y evitarme la desagradable sensación del anestésico
tópico que se escurre inevitablemente por la garganta, o me aplicaban dicho
spray anestésico y luego te aguantas la sensación en la garganta. A mí me sonó
a “y te jodes por marica”. Me dijo que era incómodo el proceso, pero soportable
por la mayoría de la gente, y de corta duración. Cuando apareció el doctor, se
presentó y repitió lo antes dicho por el compatriota; elegí sin nada de
anestesia, y a ver qué pasaba. Como quiera yo ya no estaba solito; Elvira
estaba sentada en una esquina del cubículo. La manipulación la haría el joven
galeno Mexicano, después de todo para eso estaba ahí, para aprender... La
máquina no quiso jalar. Le buscaron entre los dos unos 2 o 3 minutos mientras
Aquella y yo sonreíamos. Eran una serie de aparatos algo complejos montados en
un mueble móvil de repisas especial para dichos aparatos, y estos dos parecían
realmente extrañados de que no funcionaran. En un momento el doctor le dijo al
residente que fuera por la enfermera para no seguir haciendo el ridículo frente
a nosotros, y éste tuvo que salir a buscar a una enfermera claramente apenado.
Regresó detrás de una de esas enfermeras que andan por todos estos edificios
médicos claramente controlando y administrando todo lo que en estos pasaba. Son
las que saben. La mujer entró, vio por dos segundo los múltiples aparatos y
controles, y con un dedo oprimió un botón de encendido que estaba apagado, y
punto. Se salió inmediatamente sin decir palabra, claramente atareada y sin
tiempo de estarle prendiendo aparatos a los doctores atarantados...
Pasada la pena, el amigo se
dispuso a penetrar mi nariz por el lado derecho con esa manguera negra, ante la
vista muy cercana del doctor que se veía muy en paz viviendo algo muy rutinario
para él. Yo sabía que el joven médico estaba más interesado en impresionar al
jefe, que a mí, pero si lo lograba, sería en mi beneficio. A los dos segundos
de que la manguerita comenzó a meterse donde nadie antes se había metido, el
dolor comenzó a aumentar y a agudizarse, pero ya no creí que fuera conveniente
moverme, y cuando el doctor notó que me salían hasta lágrimas de los ojos, me
animaba diciéndome que iban muy bien y que ya pronto acabarían. Talk about an understatement! El dolor se volvió realmente
terrible, y si me había dicho que era solamente incómodo, o me mintió, o algo
andaba muy mal. El doctor comenzó a describir lo que veía para beneficio mío y
del residente, y todo le parecía que estaba normal, y sano. También me explicó
que lo que hacían era entrar por un lado, pero ya dentro se pasaban hasta el
lado contrario de las cámaras de los senos para no tener que entrar de nuevo
por el otro orificio nasal. Me acogí a la noticia de que todo se veía normal, y
que ya una vez que se salieran de mi cerebro acabaría la tortura. Aquella estaba
feliz, viendo en un monitor de televisión el recubrimiento epitelial de mis
cavernas frontales que iba transmitiendo la camarita en la punta del aparato de
tortura que me estaba perforando y restregando el cerebro, y poco le faltó para
decirme que me aguante y que no sea soflamero. Al fin acabó la exploración,
pero la salida del tubo fue otro instante de dolor agudo que me dejó haciendo
bizcos y desforzado...
Salieron ambos del consultorio
y me quedé ahí sentado recuperando la normalidad, completamente atarantado por
lo que acababa de pasar, oyendo que Aquella seguía diciendo que se veía
“padrísimo” todo en la pantalla. Volvieron a los pocos minutos con la novedad
de que el doctor Lim había indicado con precisión que le interesaba el lado
izquierdo de mis senos nasales, y ellos habían entrado por el lado derecho, y a
pesar de que este doctor me había dicho que entrando por un lado se podría
revisar ambos, me dio la temeraria noticia de que quería ser muy cuidadoso con
el encargo del Dr. Lim, y que la manguerita haría otro tour de mis cavidades, pero
ahora entrando por el lado contrario. Ya ni a quejarme alcancé. Me quedé sin
habla y ahí aprovechó el Mexicano para darme otra recia. Espantoso, pero menos
prolongado que la primera violación. “Everything looks normal and clean”,
declaró el especialista, y me despacharon a mi casa, con esa buena noticia. Esa
vez no fuimos a los tacos, pero no recuerdo porqué. Quizás después de todo sí
me habían dañado el lóbulo frontal del cerebro y se habían despachado con mi
capacidad de autodeterminación y voluntad...
Ese mismo día, un rato
después, tenía la siguiente cita con la doctora Paton, a dos cuadras de donde
estábamos. Nos fuimos con toda calma, cargando en mis adentros la novedad de
que nadie aún me había encontrado el anunciado cáncer, y concentrado en
materializar que la doctora Paton decidiera que habría que esperar sin hacer
más, a ver cómo evolucionaba la cosa. Todos los demás estudios de otras
enfermedades habían salido bien; ni enfermedades venéreas, ni tuberculosis, ni
parásitos malvados. Resultaba que yo era un gordito sano, con algo raro en un
ojo.
En el consultorio de la
doctora Paton primero me recibió su socio, llamándome por mi nombre para que pasara
al cubículo de consulta donde estudiaba mis expedientes, y me saludó diciéndome
en tono de broma “so
you’re the guy we’ve been spending hundreds of thousands of dollars in studies on,
and found nothing, eh?”, sonrió y de inmediato se dispuso a revisarme con el oftalmoscopio.
Cuando la doctora Paton a su vez terminó de examinarme esa tarde, tras de saber
que todo el rastreo había sido inútil, declaró que por lo pronto, aunque no
tenía un nombre para lo que se escondía detrás de mi retina deformándola,
tampoco era algo nunca visto, pero por lo visto, no parecía ser un proceso
maligno. Incluso, ella percibió que estaba algo mejor, quizás algo reducido. Yo
prefiero hasta la fecha no creer que veo mejor con ese ojo, porque el corazón
engaña muy fácilmente. La doctora y su colega coincidieron que por un mes no
harían nada, y que lo volveríamos a revisar entonces. That sounds like good news?, aseveré con tono de pregunta. “It is
very good news!” exclamó el socio de la doctora Paton...
Aquella y yo nos fuimos a la
casa en paz. Habría que olvidarse del tema e irnos de viaje de Verano con
nuestras hijas, como estaba programado antes del detour médico que nos acabábamos de aventar. Sólo habría que ver
una vez más al patólogo, con los resultados del otorrino. Yo les llamé a ver si
me ahorraba la vuelta y para no quitarles su tiempo, después de todo, me
consideraba ya exento de cáncer, ¿para qué me querría ver el doctor Lim? La
secretaria quedó de preguntar y de llamarme. Al día siguiente me dijo que sí tenía
que ir, que el doctor había hablado con la Paton y que me esperaba en mi cita
programada. Ya estaba algo cansado de mantenerme tranquilo y positivo. Me es
tan más fácil y familiar el cinismo, la negatividad, la incredulidad y la
angustia, que hacer lo opuesto también me desgasta. Así que comencé con mi
típica diatriba de que quizás no todo había terminado. Aquella me calló, me aleccionó
y me embutió de apoyos naturistas para sacarme del atolladero emocional; me
repitió 20 veces que no se trata de cancelar así nomás, que había que seguir un
protocolo y concluir lo empezado, y que por eso tendría que ir y nada más, y
ahí me la fui llevando en cierta paz hasta la fecha de la cita. Pues así fue. Para
variar me había angustiado inútilmente. El Dr. Lim me anunció “at this point I
cannot say you have cancer”, me dijo que lo platicó con la Paton, y que
acordaron que volviera a verlo hasta el mes de Noviembre, tras de hacerme de
nuevo estudios y otro scan a fines de
Octubre, para ojalá ya darme de alta total. Mi siguiente cita con Paton sería
dos semanas después.
Cuándo volví con ella, no me
hicieron ni ultrasonidos ni fotografías intraoculares. Me revisó muy bien, y
concluyó que la masa por pequeña que fuera ya no se había retractado y seguía
igual. Decidió -como me había dicho que haría en dicho caso-, darme un
tratamiento de esteroides para medir la reacción, en la esperanza de que el
asunto se reduzca. Si no, habría que entonces hacer una biopsia...
Llevo 3 semanas tomando el antiinflamatorio,
y lo que si puedo decir es que el tenis
elbow que me martirizaba por mi trabajo en la computadora desapareció desde
los primeros 2 días, y el carpel tunnel
de mi dedo medio derecho por culpa del ratón de la computadora bajó su malestar
a menos de la mitad. Del ojo, sinceramente, no veo que nada haya cambiado,
literalmente... Mi siguiente cita con la Paton es el mismo día que termina mi
tratamiento de cortico esteroides, el 17 de Septiembre. Ya se verá...
Lo malo es que yo soy muy
débil para la comida, y peor bajo este tipo de presiones emocionales, así que
subí de peso notoriamente. Le eché la culpa a los tacos que están a dos cuadras
de los centros médicos.